viernes, 13 de diciembre de 2013

MIS RECUERDOS DE LOS DÍAS PREVIOS A LA NAVIDAD.

Será porque está más cerca que lejos que ya noto el ambiente pre-navideño dentro de mí. Hay olores que te llevan a los recuerdos, determinados paisajes que te retrotraen a esa infancia y juventud totalmente perdida y no olvidada en el tiempo.
 
Esta mañana he amanecido en mi casa de Villaluenga del Rosario. Mi mujer se ha levantado antes que yo, poco minutos de diferencia, después de dormir una plácida y tranquila noche hasta más allá de las ocho de la mañana. Ella se ha puesto a buscar cierta información en la tablet y yo he abierto las persianas y la ventana. De momento ha entrado en la casa el olor a tierra mojada, a campo puro y duro mientras un cielo nublado acaparaba nuestro mirar y como la cosa no fuera conmigo me he puesto a recordar.
 
Ese es el olor y el color de día que recuerdo de mi infancia en los días previos a la Navidad. Cuando en la Casa del Carmen, en mi bendita Isla de León, preparábamos en un amplio cuarto un grandioso Nacimiento que hacíamos todos los hermanos, según edad y capacidad, las figuras eran más del centenar y se unían las buenas de barro con las normalitas de plástico. Ríos de papel azul de celofán que cubría el de aluminio previamente arrugado. Una artesanal fuentecita que hacía que el suave gorgojeo del agua diera un ambiente más real, todo ello iluminado con lucecitas de Navidad y con un árbol, una rama de un pino o ciprés que previamente se había cortado del campo, lleno de bolas y demás adornos. Villancicos, polvorones y según se acercara más la fecha las famosas tortas de Navidad que salían de la sartén una vez envueltas en miel de las manos de mi madre, de mi tía Magdalena y de nuestra Tata.
 
Recuerdos hogareños que se hacían posible gracias a la Navidad.
 
También llega a mi memoria el soniquete repetitivo y tradicional de los niños de San Idelfonso cantando los números en el famoso sorteo de la Lotería Nacional en su edición especial y verdaderamente extraordinaria de Navidad.
 
Mi madre ese día desplegaba una auténtica liturgia que nunca más he vivido y creo que pueda vivir porque forman parte de tu pasado que no vuelve porque, entre otras cosas, no puede volver a ser igual.
 
En el cuarto de estar, que nosotros llamábamos "rosa" por estar pintado de ese color, había un mueble bar debajo de la vieja televisión Philips en blanco y negro. En ella se guardaban los manjares que había comprado mi madre para esas entrañables fechas. Entre las mismas había un licor de fresas que no sé de donde lo sacaba o de donde lo traía. Su artística botella, su color rosa fuerte, su sabor intenso y nada parecido a las fresas hacía furor entre toda la familia; desde los más pequeños, es decir yo, hasta los más mayores y ella guardiana de todo con la llave del sacrosanto lugar en torno al cuello.
 
Ese mueble era un lugar inexpugnable que recibía todos los días cientos de miradas de asedio pero que nunca se habría sin previa autorización expresa de mi madre que era la depositaria de la llave del tesoro.
 
Para mí los días previos da la Navidad eran maravillosos y una mezcla de alegría y añoranza puebla ahora mismo mi corazón. En estos días se intercambiaban las anécdotas y risas preparando el Nacimiento en el viejo cuarto, se escuchaba los "Niños de San Idelfonso" cantando los números en pesetas y mientras llegaba el día de los días que nacía Jesús en un portal en Belén, mi madre nos endulzaba con un rico licor de fresas que nunca supo a fresas.
 
Olor a tierra mojada, a campo en un cielo encapotado me hacen revivir un tiempo pasado que nunca, nunca, volverá. Nada comparado con la Navidad de hoy en día que se basa en comprar, comprar y comprar.
 
Jesús Rodríguez Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario