domingo, 3 de noviembre de 2013

LOS "CATETOS" DE CIUDAD.

Últimamente me encuentro algo crítico y mordaz que son estados que, en mi caso particular, me llevan a la jocosidad.

Este largo fin de semana lo he pasado en mi pueblo, como siempre, y debo decir que estaba lleno a rebosar de familias, parejas, amigos que se habían venido a pasar estos días a esta bonita localidad de la Sierra.

Sentados en la terraza de un mesón donde puedes contemplar, desde abajo, todo el pueblo, las montañas que lo rodean así como el ir y venir de decenas de personas ávidas de naturaleza, aire puro, de verdadera autenticidad.

Son muchos los que se han "escapado" durante unos días poniendo tierra y kilómetros de por medio para buscar esa pureza que tan perdida está en los lugares donde habitan.

Ayer desde la hora del almuerzo hasta más de la siete de la tarde, nos sentamos en la terraza para almorzar, pudimos hacer un auténtico estudio sociológico de los "catetos de ciudad".

Lo primero que hay que hacer para ir a la Sierra es venir completamente equipado. Todos, ellos y ellas, con sus pantalones de senderistas curtidos, los polares, los convenientes zapatos. Alguno se escapaba e iban en pantalones vaqueros con palos, que parecían los de la escoba, de madera o de aluminio. Todos con gafas de sol y accesorios necesarios para disfrutar de un sendero en condiciones. Después ves a mis queridos convecinos que no hacen rutas ni senderismos sino que caminan por el campo que los vio nacer, donde han crecido y mucho de ellos trabajan o han trabajado y su aspecto, su vestuario es muy distinto por lo natural, por lo corriente. Ellos nos enseñan que para ir al campo no hacen faltas tantos artilugios. Eso sí, unos buenos zapatos, llevar agua o bebida isotónica, algo de comida que te proporcione la energía suficiente cuando notes que el cuerpo se viene para abajo así como algún apósito por si te accidentaras en el camino. Sobre todo hace falta una cosa que se nos suele pasar por alto: ¡PRUDENCIA!

Estoy a punto de cumplir 44 años y puedo decir, con cierto orgullo, que soy un senderista de los antiguos, de esos que disfrutan del campo a base de quererlo y respetarlo, de esos que utilizan la prudencia y de esos que sale espantado de esas "rutas" masificadas de algunos senderistas y cientos de "domingueros" que con sus altisonantes voces, los carritos de niño chico, los atuendos más inverosímiles hacen que la concentración y el gozo de vivir y convivir con la naturaleza se pierda.

Volvamos a la terraza y a la "pasarela" de mis queridos catetos de ciudad que no me son tan lejanos pues yo hace un tiempo también lo era, pero a base de vivir y convivir en mi querido Pueblo y sus gentes he llevado a la práctica el afortunado refrán que dice que "donde fueras haz lo que vieras".

Pudimos observar, mi mujer y yo, a mujeres perfectamente vestidas, maquilladas, superestilizadas que venían de "disfrutar" de un día en la naturaleza con cara de pocas amigas, chicos con el "uniforme" exclusivo de la juventud: Camiseta y pantalón por encima de la pantorrilla, llenos de tatuajes y con sus pendientes y demás accesorios tribales que tanto los distinguen a las que acompañaban novias de ajustadas mallas y aspectos ordinarios. Hace tiempo que el buen gusto se perdió para siempre.

Aunque lo mejor llegó a la hora de la merienda cuando llegó un coche de "turistas" que aparcaron hábilmente en medio de una calle, una cuesta para más señas, obstaculizando el paso de cualquier vehículo que quisiera subir o bajar la misma. Se bajaron cinco personas: Un matrimonio de mediana edad, una niña con un ridículo perrito y los suegros o padres. Él venía arreglado, pero informal. Venía a la Sierra aunque no por eso tenía que dejar de tener su "estilo", ella normal al igual que la niña, el perro ridículo aunque lo mejor fueron los padres/suegros: Él con su camisa y su pantalón de pinzas aunque con un polar, había que compatibilizar con el entorno, y ella, la señora, fue lo mejor de la tarde y lo mejor que he visto en algunos años en cuanto a la categoría de "catetos" de ciudad: Peinado de peluquería, estilo permanente, camiseta blanca, zapatos de tacón bajo y chándal blanco con bandas rojas años setenta. ¡Fue realmente grandioso! Esta señora, sabedora de su visita-excursión familiar a la Sierra, se puso su vestuario para semejante ocasión. Al verla me acordé de mi querido Alfonso Ussía cuando en uno de sus libros nos relataba como había mujeres que iban a la compra con chándal, tacones y abrigos de pieles. Tal afirmación no es una exageración porque yo mismo he visto tal situación con mis propios ojos con unas antiguas caseras de una antigua casa de la ciudad donde soy oriundo.

Volviendo al "familión" en cuestión su visita fue algo breve pues se dispusieron a visitar el pueblo, pero la señora le dolían los pies por los zapatos que llevaba y lo que hicieron fue sentarse a tomar un café en una mesa cercana a nosotros.

Fuimos de los últimos en abandonar la terraza porque entre la distracción, algunos amigos de fuera que estaban allí tomando un café y la animada charla con un buen y querido amigo de nuestro querido pueblo hizo que el cielo cambiara de color y pasara del celeste intenso al gris tenue.

Ayer disfruté, disfrutamos, haciendo un análisis exhaustivo de la "fauna" urbana que nos visitaba y es, es razonable pensarlo, que ellos también lo hacían de nosotros.

Jesús Rodríguez Arias

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