viernes, 16 de noviembre de 2018

HISTORIA DE UNA GARITA.




Lo recordaba de siempre impertérrito y firme en la garita, la verdad es que nunca lo recordó llevando a cabo otra misión que esa de vigilancia. Desde que naciera y abriera los ojos a la vida que es un poco más tarde que cuando sales del vientre de tu madre siempre lo distinguió tan alto, tan marcial, tan serio, tan atento a todo…

De siempre fue de trato muy correcto, cordial con la chiquillería que a esas horas jugaba frente suya en la vieja plaza empedrada. Pienso que nos miraba con esos ojos de haber sido siempre niño, nos miraba con esa mirada perdida que tienen los que han perdido lo más valioso de su vida, nos miraba con atenta protección aunque sin inmiscuirse demasiado en las correrías de unos, en la pillería de otros, o en esos primeros paseos que se daban esas jóvenes parejas que hacía poco se habían hecho novios…

Esto tiene haber nacido en un pequeño pueblo, que todos al final nos conocemos, que todos al final somos más que familia aunque no llevemos la misma sangre, todos al final nos alegramos con las alegrías y nos entristecemos con las tristezas de todos.

Me gustaba sentarme entre partido y partido en el viejo banco y mirarlo…. Veía cuando salía su jefe y después del marcial saludo le hacía un gesto de cariño con ojos de emocionada admiración. Sí, siempre fue querido y ciertamente admirado por todos lo que en aquella Casa habitaban y también por parte de los vecinos que lo conocían de siempre.

No lo verías nunca en el bar del Tío Anselmo, ni jugando una partida de dominó, ni dando un paseo más allá de los límites donde tenía su hogar, ni siquiera era asiduo a las misas dominicales de Don Rufo, que es el cura que siempre ha estado aquí y del cual dicen es más viejo que el castillo que corona la hermosa atalaya. Pero si lo podías ver a las claras del días o a última hora de la tarde sentando en un banco del pequeño y destartalado sagrario sin mover un solo músculo. Parecía estar manteniendo una conversación donde los inexpresivos ojos se clavaban en la oscilante vela roja que anunciaba que allí estaba Dios.

Sinceramente no os puedo decir que ni fuera joven o demasiado mayor, creo que la edad quedó atrás con otras muchas cosas, porque si era mayor parecía joven y si era joven tenía aspecto de mayor. Solo sé que estuvo siempre en la garita vigilando la casa y siempre estaba firme, marcial, impávido, serio…

Cuando terminé la escuela y la señorita Asunción le recomendó a mis padres que siguiera con mis estudios en el instituto pues según decía tenía facultades no se habló más y me enviaron a decenas de kilómetros de distancia donde vivía Tía Leonor para que fuese al instituto. Ya allí entre clase y clase, me había buscado un trabajo llevando los mandados del Colmado del Viejo Elías para ayudar a mis padres en el sustento de mis estudios. Más tarde tendría que marchar a la capital pues ingresé en la universidad.

En un párrafo se puede escribir la vida de una persona porque de la niñez a la juventud, desde que dejas de ser joven a convertirte en un hombre pasan años que pueden ser resumidas en unas simples líneas…

Cuando acabé los estudios, hice el servicio militar y nunca más volví a salir de allí pues me dieron la oportunidad de ingresar en el Cuerpo de Intendencia.

Cada vez que podía volvía al pueblo, necesitaba revivir mi vida para seguir con la que llevo ahora. Lo veía envejecer en la garita siempre marcial, siempre impertérrito, siempre prudente y correcto…

Un día, cuando ya unas estrellas poblaban mi uniforme, cenando con otro oficial al que había conocido hace poco pero que curiosamente había visto mucho por mi viejo pueblo, le pregunté por quién vigila siempre firme, siempre atento, siempre correcto, siempre cuidadoso en la garita de la vieja Casa Cuartel. Que lo conocía desde que era niño pues era su vecino de enfrente, que sus padres nunca le habían contado nada, que todos lo querían, lo admiraban, lo protegían…

El Capitán Sotomayor, que fue el jefe de la comandancia hace tiempo, me dijo que ese guardia civil que siempre veía en la garita se llama Juan y según me dijo mi padre que también estuvo al mando cuando pasó de siempre fue un hombre risueño, alegre, cariñoso, muy activo…

Casado hacía pocos años y con una hija, que era el sol de su vida, que gracias a Dios se parecía a la madre pues él había salido a su padre al que decían el aguilucho por la nariz… María, que era su mujer, eran sus pies y manos pero también de medio pueblo pues a voluntariosa no le ganaba nadie…

María, que era maestra de profesión, ocupó el cargo que entonces ostentara Doña Paquita cuando se jubiló como maestra de la escuela. Un pequeño sueldo más y por lo menos yo educo también a Rosario, la hija de ambos, decía siempre.

Era una tarde tormentosa, de esas que dan miedo, cuando el terrible rayo cayó en la escuela y salió ardiendo con todos los chiquillos dentro de ella. Por supuesto todo el dispositivo de la Guardia Civil se trasladó de inmediato así como la mayoría de los vecinos…

Juan entró con mucha sangre fría en un lugar que ardía en llamas, entró sabiendo que su mujer e hija estaban allí, entró sabiendo que muchos niños del pueblo tenían que ser salvados, entró y si te digo la verdad allí murió para siempre.

Vio como una impresionante viga había caído en la mesa en la cual estaba su mujer y también su niña pues la cogió en cuanto el devastador incendio se produjo. Vio que para llegar hasta allí, en un estado muy deplorable porque el fuego quemaba su verde uniforme hasta que la piel se le iba oscureciendo del puro calor, tenía que sacar antes a todas las criaturitas que no merecían morir allí de esta forma y eso hizo una con una hasta llegar a la descarnada viga que quitó, quemándose las manos, y vio que la realidad de su vida había terminado allí pues su mujer María había muerto en el acto protegiendo a su pequeñita. La sacó de entre sus brazos, la llevó a la puerta donde brazos los esperaban, y volvió a rescatar a su mujer que aun sabiéndola muerta no quería perder el último hálito llamado Esperanza. En ese momento parte del techo se vino para abajo y lo aplastó de golpe.

Allí murió María y también gran parte de Juan…

Él quedó con el brazo derecho inutilizado, tenía quemaduras por todo el cuerpo y cicatrices en el alma. Su pequeña hija se salvó aunque la mandó con su hermana Laura para que la cuidara porque él no podía y se quedó por siempre vigilando la vieja Casa Cuartel desde ese garita. Ya nunca fue el mismo, ya no podía serlo, porque ese día murió con su mujer María aunque con ello había salvado a todos los niños del pueblo. Ese que ves allí tan marcial, tan correcto, tan impertérrito, tiene la condecoración más grande que otorga la Guardia Civil, es hijo adoptivo del pueblo, y el rango de oficial pero nunca quiso estar sentado en una mesa pues él estaba hecho para vigilar porque mientras se vigila también se espera.

Reconozco que me emocioné con la historia, con el valor de una vida que se entregó por la vida de los demás, que sacrificó lo que más quería por Amor…

Y cuando volví al pueblo en encontré a un joven y apuesto guardia en la garita. Pregunté donde estaba Juan y me dijo que se había jubilado y que ahora vive en casa de su hermana Laura intentando recuperar el tiempo perdido con su hija Rosario, la niña de sus ojos, que ya tenía más de 25 años y dicen que sale con un joven y apuesto guardia civil, como lo fue él algún día hace tanto tiempo que ni se acuerda…

Jesús Rodríguez Arias

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