sábado, 24 de febrero de 2018

LAURO




Sus padres eran muy “moennos” decían en el pueblo por entonces pues antes de casarse se habían “rejuntao” y vivían en una comuna jipi de esas de “haz el amor y no la guerra y viceversa”.

Sus padres se llamaban Juan y Leandra pero como eran muy in y por tanto jipis pasaron a ser reconocidos como John y Lea. Él moreno, fornido, de hombros anchos algo paticorto con su melena de buen pelo negro aunque según cuentan quienes lo vieron en todo su naturalidad de fuchinga poco o ná…

En cambio Lea era una mujer morena, bien parecida, cuerdo vigoroso y según las mismas lenguas bien terminá.

Bueno, pues John y Lea se fueron a convivir juntos a una comuna que había cerca de la playa de los huesos secos, en unas casas que ellos mismos construyeron a base de ramas de árboles pues se puede decir que fueron los primeros ecologistas en acción.

Allí vivían, se acostaban, pacían, fumaban, meditaban además de las correspondientes bacanales de todas con todos, de todos con todos, de todas con todas como mandan los institutos de la naturaleza.

No comían nada animal pues ellos eran vegeterianos y es que tiene nabo la cosa…

Un día Lea tuvo una angustia estomacal cuando fue a comer ensalada de jaramago y fue entonces cuando Libertad, que así se hacía llamar la Faustina, le dijo que tenía que estar embarazada, que tendría una cría, que se uniría a la comuna tan natural donde todos eran bienvenidos si aportaban cuanto podía al follaje.

John, que estaba un poco fumado, cuando Lea se lo dijo se puso de pie y abrazó a un árbol mientras decía: Es nuestra aportación a la Madre Tierra.

Fue un embarazo ciertamente embarazoso toda vez que tuvo que ponerse una bata pues se sentía incomoda ir desnuda en tales circunstancias. Cuando llegó el día y delante de todos los miembros de la comuna dio a luz a un precioso niño rubio, blanquito y con los ojos azules que se parecía mucho a sus progenitores que eran morenos, con ojos negros y de piel más bien tostada. El niño no se parecía mucho a John, vamos no se le parecía en nada, pero él que era jipi de los de verdad lo acogió para donarlo a la Madre Tierra como todos ellos.

Cuando llegó el quinto invierno John y Lea estaban de la Madre Tierra, de la comuna de jipis y de la playa de los huesos secos hasta el arcoíris y tomaron la decisión de abandonar tan natural vida y volver al pueblo pues el niño que era más blandito siempre estaba resfriado y ya se le había acabado la “maría” con la que le hacía las inhalaciones.

Esta decisión no fue respetada por los respetuosos jipis que le pusieron los cuatro harapos que aun conservaban de la odiosa civilización en la orilla de la playa de los huesos secos con una barca hecha con leños. Todas las puertas cerradas y todos unidos en una bacanal de despedida mientras John, Lea y Lauro, que así le pusieron a la criatura porque había que ser igualitario, se marchaban con “viento fresco”.

Con el tiempo y los aconteceres de la vida lo peor de una sociedad civilizada, herida por las fauces del heteropatriarcado, y capitalista hizo que tanto Juan, anteriormente conocido como John, y Leandra, Lea para los jipis, se casaran en la Iglesia del pueblo y bautizaran en la pila donde todos los de allí pasaron a Lauro, su hijo, que este no tuvo la suerte de cambiar de nombre.

Juan cogió las riendas del negocio familiar que se dedicaba al mundo de la construcción y Leandra empezó a trabajar en una peluquería muy in que puso al poco tiempo donde su especialidad era el corte, peinado y tinte del vello púbico o lo que es lo mismo que decir del “mismo”.

Lauro, estudiaba en el colegio privado más prestigioso de la zona, donde crecía en saber, en cuerpo y también, porque todo hay que decirlo, en el “ya me entiendes” que fue cosa que mosqueó mucho a Juan pues su pilila hacía honor a su nombre.

El niño rubio, piel blanca y fina, ojos azul cielo, cuerpo apolíneo y con un “miembro” al que trataba como a uno más de la familia no era ni por asomo parecido a su padre sino a ese joven, rubio, ojos claros, fuertes y vigoroso en todos los sentidos que en sus tiempos mozos habitara la comuna de la playa de huesos secos y con el que Lea pasaba grandes ratos de “conversación” en las bacanales. Sí, todavía se acordaba Leandra de las “conversaciones” con el miembro del holandés ese tan joven y tan guapetón.

Lauro estudió años en el extranjero y empezó a trabajar para una entidad financiera internacional con alto cargo ejecutivo, con millonario sueldo, sobre algo del medio ambiente y es que el espíritu “jipi” parecía que seguía siendo influyente en la familia. Mientras Juan había comprado todo ese terreno que rodeaba la playa de los huesos secos y que todavía era lugar idolatrado de la comuna jipi para hacer una urbanización de chalés adosados con vistas a la playa. La compra y el posterior cambio de calificación de rústico a urbanizable le costó mucho tiempo en vender al alcalde, que era un ropasuelta melenudo e hijo de unos jipis de la comuna, las bondades del turismo que iba a generar amén del sobre con un fajo de hojas de lechugas que le dio como “ofrecimiento” a la Madre Tierra.

Igor del Higo, que así se llamaba el alcalde ropasuelta que vivía en la comuna jipi desde que naciera, vestía como visten todos ellos. Tenía más manchas que el mono de un mecánico cuando termina de arreglar un coche, olía a sudor natural, a huevos de forma natural, y la rasta tenía más solera y tersura que la cola de las hermanas ratas.

Igor del Higo, que así se llamaba la criatura, le gustaba mucho ser ropasuelta que es la derivación natural de todo jipi que se precie cuando se mete en esto de la política, tenía un gracioso sentido del humor y llamaba hojas de lechuga, que es un término muy natural, a los billetes de 100, 200 y 500 euros aunque a estos últimos les llamaba lombardas.

Pues eso fue lo que le dio Juan, un gran sobre con muchas lechugas y más lombardas, para que todo el plan urbanístico fuese hacia adelante para recibir otros dos más con incremento de verduras que para nada eran una fruslería.

No os podéis imaginar como sentó esto a la comunidad jipi que no opusieron resistencia porque ellos entre porro y porro, abrazo a la Madre Tierra, bacanal y bacanal uno de ellos mismos se los había cepillado sin enterarse ni nada.

Cogieron sus cosas, muy pocas por cierto, y se fueron en busca de otro lugar donde asentarse y seguir dando por saco que es una cosa muy jipi por cierto.

Cuando Lauro volvió al pueblo lo vio todo muy cambiado pues se había convertido en un lugar referente de turismo para todos los sexos y para todos los géneros. Le parecieron extraordinarios los chalés adosados que su padre había construido en la playa de los huesos secos y que ahora era un vergel lleno de vida y de vidorra.

Estuvo poco tiempo pues acababa de ser nombrado director general en Europa del Banco Mundial y Financiero y tendría su sede en Suiza.

Juan y Leandra, sus padres que estaban enamorados del dinero, sentían mucho orgullo de su vástago cuando le presentó a su prometida que según dicen es de una de esas familias más ricas de América.

Ella, chapurreando español, les confesó que ya hacía más de tres años que yacían juntos y que al principio todo fue más doloroso ya que la virilidad de Lauro no tiene nada que ver con el nombre pues sus más de 30 cm de escalímetro daban para muchas más…

Juan, algo mosqueado, le dijo que aquí en España la media nacional estaba en 13,7 de Producto Interior Bruto.

Un día saliendo Lauro de las lujosas dependencias donde tenía su despacho se encontró con una persona que le era conocida aunque no le ponía nombre.

¡Hombre Lauro, que alegría verte!

¿Perdón? Le contestó mirándolo de arriba a abajo.

Soy Igor del Higo, antiguo alcalde de tu pueblo de nacimiento, es que estoy aquí pues he fijado mi residencia después de que el poder caciquil del Estado pusiera tras de mí la dictadura de sus leyes por cuestión ideológica.

¿Sí?, le contestó Lauro.

Y aquí me he venido como exilio político. No vivo mal pues he metido en el banco mis ahorrillos, 1000 millones de las antiguas pesetas, y aquí estoy sobreviviendo.

Igor del Higor había cambiado tanto que se había afeitado, lucía limpio un trajechaqueta con corbata de pura seda y gemelos de oro con esmeraldas y conducía un lambordini, que todos sabemos es un coche propio del propio proletariado.

¡Pues me alegro hombre de que te haya ido todo bien aunque digas que estás tan mal!

Igor, puso gesto circunspecto, y le dijo: Siento la separación de tus padres. Sé que tu madre está en Holanda con un tal Matt que dice conoció en sus años jóvenes y que se enamoraron de sus cosas.

De tu padre, ya sabes, lo pilló Hacienda y ahora está la cárcel cumpliendo pena por varios delitos. ¡Es que siempre fue un poco lelo y cateto! ¿Te estoy importunando?

No, que va, le contestó Lauro. Todo eso ya lo sabía. Solo una cosa, si mi padre es un sinvergüenzas tú lo eres más, si mi padre fue un jipi de los de la Madre Tierra tú eres un asqueroso ropasuelta sin moral.

¡Perdona, los de izquierda radical somos los adalides de la honradez!

Sí, pues aquí se acabó la conversación. Don Igor de los Higos: ¡Váyase usted a freír espárragos!

Y se metió en su coche mientras el chófer cerraba la puerta.

Estas cosas son las que pasan cuando uno se codea con los ropasueltas…

Jesús Rodríguez Arias

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