jueves, 15 de febrero de 2018

DOÑA REMEDIOS.




Nadie sabía por qué Doña Remedios llevaba prendido a la solapa un lacito verde con la imagen de la Virgen del Pilar, nadie lo sabía y tampoco nadie se lo preguntaba.

Doña Remedio volvió a su pueblo de siempre con demasiadas canas en el pelo, vestida de negro pues estaba viuda y según parece no tenía más que su perrita Dora como más familia.

Doña Remedios a pesar de su empaque serio era una mujer muy cercana, cariñosa, sensible, caritativa que intentaba ayudar a todos por igual. Para ella no había distingos sociales y recibía desde la “Marquesita” que decía solo ostentaba el título porque la tierra y la fortuna volaron hace mucho como a la hija de Pancracia que según las lenguas malas hace la calle.

Y es que Doña Remedios vivía para servir a todos ofreciendo sus conocimientos pues en su juventud había sido maestra. Enseñaba a escribir y leer todos los martes y viernes en la Parroquia junto a Doña Consolación que es la madre del Padre Julián que lleva poco más de tres años dirigiendo las almas o rezando por ellas en este precioso y perdido lugar.

También en su casa escribía cartas de algunas madres a sus hijos que se hallaban fuera trabajando o estudiando. Organizaba cenas con sus posteriores tertulias donde se hablaba de todo que de interés ofrecía el mundo o tocaba el piano cuando la madrugada empezaba a caminar.

Con el pasar del tiempo y los años la figura enjuta e hidalga de Doña Remedios se hizo familiar en el pueblo y todos querían saludarla, estar con ella, compartir conversación, recuerdos, conocimientos.

Pero en verdad esta dama nunca hablaba de su vida, de su marido, de nada que no fuera su infancia y juventud o su ahora mismo.

A Doña Remedios se le podía ver rezar muy profundamente y llorar ante el sencillo y antiguo Sagrario donde cada lágrima era como si fuesen gotas de sangre que resbalaban de sus mejillas por el dolor que expresaba su rictus.

Se codeaba con todos aunque la familia de Sebas, ese chaval que lleva en la cárcel más de 20 años, la evita como si tuviera el tifus. Muchos creían que era por motivos de esa infancia y juventud, por problemas de familias pues antes se daban muchas situaciones así aunque en verdad nadie preguntaba nada aunque todos les pareciera extraño.

El padre de Sebas, Nicolás murió de pena cuando a su hijo lo cogieron pues según informaron en la televisión pertenecía a un comando de los de ETA aunque nunca se pudo saber a ciencia cierta si alguna vez llegó a apretar el gatillo. Nicolás era un hombre recio, como la tierra, como el pueblo, como sus costumbres, como las raíces les son hereditarias por sangre. Murió cuando vio que su hijo Sebas se había metido con terroristas para defender no sé qué a base de matar desde la cobardía. Sí, murió cuando supo que su único hijo era un terrorista, un cobarde y un inmenso traidor a su familia que es lo mismo que decir de sus raíces, de su historia, de su sangre…

Arancha, la madre de Sebas, ya nunca fue lo que llegó a ser. Sobrevivía a la vergüenza y al deshonor que su hijo, ese precioso niño que llevara en sus entrañas, fuera condenado por ser terrorista, por ser un asesino, por ser el que al fin y a la postre también matara a disgusto al bueno de Nicolás.

Un día, llovía a cántaros y corría un viento frío que cortaba el solo respirar, se armó de valor y se presentó en la puerta de la casa. Llamó tímidamente, como diciendo que si no abría rápido se iría de allí con la conciencia medio tranquila. No fue así pues al poco tiempo se abrió y pudo ver con total claridad a Doña Remedios que la miraba con gesto lleno de amargura aunque con una sonrisa que la invitaba a pasar.

Se las vio, detrás de las cortinas conversar horas y horas, se las vio llorar, se las vio perdonar y se las vio abrazarse cuando Aracha salió a la puerta.

Sí, fue Sebas, su hijo el terrorista, el que activó la bomba en el coche de su marido Rafael cuando iba a llevar a su único hijo, Julián, al colegio. Ese día se les había hecho algo más tarde y el pequeño había perdido el bus que lo llevaba todos los días  a clase.

Rafael era Guardia Civil y cuando la maldita bomba que había preparado y activado Sebas estalló se llevó no solo al padre sino también al hijo decapitando por siempre el corazón de Doña Remedios.

Fue un día del Pilar y por eso ella en su traje negro de luto permanente luce ese lazo verde con una imagen de la Virgen del Pilar, el mismo que llevó prendido en el féretro de su marido con la bandera española pues ellos de siempre fueron muy devotos de la patrona de Benemérito Cuerpo por el que dio la vida su marido y también su hijo a mano de un descerebrado que estaba dirigido por la locura.

Pero es lo que pensó Doña Remedios ante el Sagrario: Arancha no tiene la culpa pues ella también ha perdido a su marido y a su hijo…

Todavía se la ve con su figura enjuta e hidalga recorrer las calles de su pueblo con su vestido negro y ese lacito verde con la Virgen del Pilar en la solapa.

Jesús Rodríguez Arias

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