jueves, 1 de marzo de 2018

ENGRACIA...




Cuando nací ya estaba Engracia con su blanco delantal, siempre limpio, siempre planchado. Crecí en torno a su cariño, sus croquetas de bechamel o esa sopa donde cabía de todo, crecí también con sus regañinas y con ese: “¡Ay Julito, que me vas a matar!, crecí mientras ella iba envejeciendo.

Engracia servía en casa de mis padre pues se lo podían permitir. Llegó de su pueblo recomendada por el Padre Don Anselmo al cual mi padre y sobre todo madre veneraban. Era una mujer chica de cuerpo aunque fuerte y algo corpulenta. Venía sabiendo lo imprescindible para llevar una casa, para cocinar, para mantenerlo todo en orden y sobre todo con un buen carácter pues tenía que cuidar a madre que siempre estuvo enferme desde que nací y también aguantar el carácter algo agrio de padre que desde siempre ha sufrido mucho y más al ver a su mujer poco a poco apagarse.

Padre ocupaba un alto cargo que ha ido ganando a pulso desde que saliera Teniente hace ya muchos años. Se ha curtido en puestos y puestos, en pueblos y ciudades, entre gente y gente. Fue ascendiendo en el escalafón y ahora es Coronel de la Guardia Civil a la que se entrega sin descanso y donde sé es feliz. En casa también lo sería si su Margarita no se estuviera marchitando por culpa de una complicación cuando nací. Madre está muy apagada y casi no puede ni con su alma. Menos mal que está Engracia que son sus pies y manos, sus ojos, sus palabras…

Baldomero, que así se llama padre, pensaba que ahora que justamente estaban en lo mejor de la vida, donde casi todo estaba hecho, su mujer Margarita había empeorado tanto que Don Gregorio, el médico de la familia, le daba poca o ninguna esperanza.

Fue una tarde con el sol de primavera cuando en casa anocheció de pronto. Vi a Engracia muy preocupada y llena de tristeza y dolor. Vi a padre sentado en su despacho mirando una fotografía donde estaba madre y él mientras una lágrima recorría su mejilla, vi que las cortinas eran echadas y supe que madre había muerto.

Después de eso la casa nunca fue la misma pues aunque madre estaba enferma y sus fuerzas flaqueaban por momentos se notaba su dulce presencia y notaba esa clase de Amor que solo puede dar una madre.

Padre se resguardó en su trabajo y en su despacho donde se sentía feliz a base de tantos y tantos recuerdos y Engracia desde ese momento se convirtió en mis pies, manos, palabras y silencios.

Estuvo conmigo siempre, me acompañaba al colegio, intentaba ayudarme en los deberes, me aconsejaba sobre los amigos o cuando me vieron pasear un día con Rosario la hija de Ambrosio el Boticario.

Yo le preguntaba: ¿Engracia, como sabes tanto? Y ella me contestaba: ¡Anda, anda, que eres un rufián!

Yo iba creciendo en cuerpo y en años y Engracia envejeciendo aunque mantenía el cuerpo pero el cabello aparecía ya cano. Ya no se ocupaba de la casa porque padre viendo las limitaciones físicas contrató a dos nuevas empleadas para que se hicieran cargo del cuidado de su hogar mientras Engracia coordinaba todo, atendía a todo, y cocinaba pues era un ángel con esas croquetas de bechamel o esos guisos traídos del recetario de su pueblo.

Padre, que nunca fue el mismo desde que muriera madre, pasó a la reserva y ahora se entretiene en el Casino Literario, que tiene más de 150 años, y del que desde hace poco más de un año es presidente. Se dedica a estudiar, a escribir, a tertuliar. Se le ve más entretenido, se le ve un poco más feliz, mientras saluda a los socios que cada noche le despiden: ¡Hasta mañana mi Coronel!

Y Engracia sigue en casa, cuidando de cada cosa esté perfecta, que todos sepan cual es su cometido y en ese todos estamos padre y yo mismo porque ella se dedica a su cocina a la cual no deja trastear a nadie pues es feliz entre fogones, con su blanco y limpio delantal mientras fríe sus famosas croquetas.

Hoy es un día muy especial pues viene a casa Rosario, con la que si Dios lo quiere me casaré en la próxima primavera, Ambrosio y padre son amigos desde siempre y están encantados con la relación.

Y Engracia…, Engracia también pues ya se hace ilusiones de cuidar a mis hijos cuando los tenga.

Un día, en la intimidad de la cocina, cuando el sol se había puesto le pregunté el por qué me había cuidado de esa manera, porque me había dado tanto amor, tanto cariño, por qué estaba tan atenta a mí, por qué…

Ella me miró a los ojos con una inmensa sonrisa y me dijo: “Se lo prometí a tu madre justo antes de morir, le prometí que sería sus pies, sus manos, sus palabras, sus silencios y que nunca te faltara el cariño, la comprensión, el apoyo pues el Amor, ese Amor de madre, no podría dármelo pues ya lo tenía conmigo para siempre desde el día que naciera y agarradito a su mano mi madre se hizo Madre.

Hoy sentado en el butacón mientras veo a mi hija asomada al gran ventanal pienso en padre que fue un hombre recio, generoso y lleno de dolor y pienso en Engracia que sin ser mi madre me dio tanto y tanto Amor…

Jesús Rodríguez Arias

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