viernes, 27 de enero de 2017

CUANDO UNO VA CRECIENDO...




¿Por qué será que cuando uno va creciendo y busca el “hacerse” mayor también quiere dejar atrás parte de su vida con la intención de no volver jamás?

Eso le pasó a Julián y a tantos como él que pusieron tierra de por medio cuando abrieron el portón del hogar familiar para abrir el suyo propio.

Julián dejó pronto a sus padre y hermanos pues quiso ser libre para buscar y hacer realidad sus sueños. No sé si los consiguió o no aunque pienso que los sueños varían según vas abriendo y cerrando tacos de calendario.

Marchó pronto a estudiar fuera y fuera se quedó a trabajar. Con los años hizo una familia y ya allí donde estaba, por las circunstancias de la misma vida, por las inseguridades del presente, por los recuerdos del pasado, se le hacía muy difícil volver de donde salió una vez.

Lo más esas fugaces visitas que se hacen por Navidad o esas dos semanas cada dos veranos.

Pero los años no pasan en balde incluso para Julián que sin pensarlo mucho cumplía su sueño de mocedad: ¡Se hizo mayor!

Un día que volvía de las clases, ejercía desde hace mucho como profesor de instituto, recibió la llamada de su hermano Juan que le daba esa clase de noticias que nunca esperas recibir y que te pone en la realidad desde que terminas la conversación.

¡Papá ha muerto!

Tres palabras que resumen una vida entera.

Decir que a Julián se le vino el mundo a los pies es ser demasiado generoso con su verdadero estado de ánimos. ¡Papá ha muerto y él también un poco!

Había que volver pero no como en Navidad ni como cada dos veranos. No, había que volver para reencontrarse con su historia donde ya no valía eso de “cumplir y mentir”.

¿Qué he hecho? Se lamentaba Julián mientras abría las puertas de su casa y casi de forma automática daba la aciaga noticia a Remedios, su mujer, y a María y Julián, sus hijos.

¿Qué he hecho para abandonar parte de mi vida y darme cuenta tan tarde? ¿Cuántas veces mi padre habrá pensado en mí? Se lamentaba mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas hasta perderse por sus encanecidas barbas de maduro y sabio profesor.

No, no había malos recuerdos sino todo lo contrario sino que un día marchó para no volver jamás.

¡Pero había que volver y además hacerlo rápido sin tiempo a pensar!

Cogieron el coche familiar, dejaron atrás ese hogar que habían construído con toda clase de comodidades y también con muy poco trato personal pues eso tiene la modernidad que nos hace verdaderos extraños hasta los que habitamos en la misma casa.

No sabrían decir las horas que duró el viaje aunque sí que se les hizo un mundo. Llegaron a media tarde a su pueblo de la infancia, ese lugar donde había echado andar, el de sus primeras correrías, donde aprendió tanto en la vieja escuela de la mano de Don Nicanor, donde en cada casa tenía a una abuela, donde todos en definitiva eran una gran Familia.

Hacía poco que al lado del antiguo cementerio habían construído un pequeño tanatorio para que los parroquianos despidieran a sus seres queridos sin necesidad que tener que ir a la capital.

Fue directamente a encontrarse con esa parte de su vida de la que tanto renegó en obras y en hechos.

Allí en la salita estaba su madre, la hermana de su madre llamada por todos Tía Encarnación, los hermanos de su padre, sus tíos Rafael y Guillermo, sus dos hermanos con sus mujeres y algunos amigos que querían acompañar a la familia de Rafael que fue un hombre bueno al que todos querían.

Julián estaba un poco descuadrado pues todos mostraron un gran cariño hacia él, hacia su mujer e hijos. Se esperaba un recibimiento más frío pero fue todo lo contrario. Julián se iba reencontrando con parte de su vida a base de lágrimas y abrazos.

La Misa fue multitudinaria y el entierro íntimo tal y como quiso desde siempre su padre.

Se había propuesto pasar un tiempo determinado en el pueblo, en su casa, para estar con su familia de la cual desconocía casi todo, para hablar con su madre de su padre, para pasear con su hermano Juan como hacían cuando eran tan solo unos niños. Se lo debía a ellos pero sobre todo se lo debía a sí mismo.

Con su madre descubrió la grandeza de su padre y también la conoció a ella como nunca lo había hecho.  Con su familia redescubrió el pueblo, sus vecinos, sus amigos que lo fueron desde siempre y lo más curioso es que continuaban siéndolo y con su hermano Juan se descubrió él mismo.

¿Te acuerdas Julián, aquí jugábamos a las canicas? ¡¡Cómo olvidarlo!! Allí, señalando un montículo, nos escondíamos después de clases para hablar de nuestras cosas antes de llegar a casa.

¿Te acuerdas de casa? Su dedo señalaba un viejo edificio casi derruido donde las paredes que aun se mantenían todavía se mantenían.

Los ojos de Julián se inundaron al percibir tantos recuerdos, tantas emociones, tantos sentimientos cuando torpemente atravesó el hueco donde antes estaba la puerta del viejo cuartel.

Y en medio de ese patio lleno de jaramagos, piedras, musgos y grietas se encontró con su vida y recordó momentos únicos que no volverían pero que él en la madurez de su vida estaba reviviendo.

Y vio a su padre con su verde uniforme atender a Doña Juliana que venía a denunciar el enésimo robo de huevos mientras Remigio le traía ese bocata de morcilla que él mismo lo hacía desde que salvara a su hija de morir en un incendio.

Vio a su madre trastear con sus hermanos mientras todos íbamos a la Misa de Don Fernando cada domingo. La vio en sus quehaceres y también ayudando a parir a casi todo el pueblo pues de siempre había sido matrona. Vio tanto con los ojos envueltos en lágrimas que sintió muy mucho el haberse marchado sin más, el no haber querido volver, el no haber podido hablar con su padre mucho más, de no haber visto crecer a sus hermanos, sus sobrinos...

¿Qué he hecho? Le preguntó a su hermano Juan que lo miraba con esa clase de cariño que solo comprenden los que han pasado por esto.

¡Olvídate del pasado Julián porque ya no puedes hacer nada! ¿Qué has hecho? No, ¿Qué es lo que vas hacer a partir de hoy? Esa es la pregunta que tienes que hacerte pues solo tu tienes la respuesta.

Se quedó solo en le patio de la Casa Cuartel, se apoyó en sus quebrantados muros y lloró con esa clase de amargura tan honda como es la propia expiación de tantos pecados, de tantos olvidos, de tantos miedos, de tantas ausencias...

Después de volver a su casa y hablarlo con su familia decidió pedir traslado al instituto de su pueblo en el cual había una vacante, su mujer abriría un despacho en el mismo pues hacía tanto tiempo que quería cambiar de aires, de volver a vivir con su familia en otro lugar donde no hubiera tantas distracciones.

Sus hijos continuarían sus estudios en la capital que estaba a media hora en coche del pueblo. Todos querían volver pues todos habían descubierto que hay vida más allá de los rascacielos, las grandes avenidas, el ruído constante, las cegadoras luces, los interminables atacos, lo más avanzado de las tecnologías que hacen que poco a poco nos abandonemos a lo virtual y perdamos nuestro lado humano.

Hace tiempo que Julián había vuelto donde se había reencontrado con su vida y también con su familia incluida su mujer e hijos y hoy apoyado en la puerta del instituto espera a su madre que está tomando un café con su amiga de siempre mientras pierde la mirada allá en ese montículo donde se yergue el viejo Cuartel y parece ver a su padre mientras habla con Remigio que ha ido a llevarle su bocata con morcilla como cada día...

Jesús Rodríguez Arias



No hay comentarios:

Publicar un comentario