jueves, 22 de septiembre de 2016

"EGOS DE SOCIEDAD": DOÑA TELEFONILLOS.



Doña Telefonillos del Visillo Alto era una de esas mujeres de regia estirpe y de casa vieja.

Ella que se hacía llamar por todos Doña Medusa, en honor a su tía abuela Enriqueta, porque no le gustaba el nombre que su augusto progenitor había decidido para su hija primogénita y única pues al poco tiempo D. Pavor se murió de miedo al comprobar que se había acabado la última botella de lodo del río revuelto.

Este licor era muy renombrado entre los prohombres porque era el favorito para las mujeres del lugar. Hacía ya algunos lustros que el río revuelto se había secado cuando construyeron encima el Sanatorio para curar los pies de las picaduras de ladillas.

Nuestra niña fue desgraciada antes de nacer pues su recordado padre siempre salía mencionado a pesar de llevar más de esos fenecido.No había un solo día que su recia madre Doña Pava del Moño Negro le recordara: ¡Si tu padre viviera yo no estaría aquí! Y se callaba quedamente.

Fue educada con Esmero ya que así se llamaba la institutriz que prestaba servicios en la casa de enfrente. Aprender no aprendió mucho pero tampoco lo contrario.

Fue creciendo en corpulencia más que en sabiduría. Todos decían que Don Pavor, que descanse de una vez, era más bien enjuto a pesar de que su peso sobrepasaba ampliamente los 180 de los de entonces.

Doña Pava, preocupada por su hija, la metió en pleno proceso de adolescencia, cuando no había cumplido ni los 31, para que estudiara con la mejor chiva el canto de la cabra. Su portentosa voz hizo que adelantara varios cursos el primer día.

Al poco varios empresarios se hicieron oídos a la redonda de su buen hacer y montaron un espectáculo de canto y cultivo que tendría por nombre: La Medusa de esta tierra. En el papel principal Doña Telefonillos que se hacía llamar Medusa y como partener el egregio Zenón Zurrón Amortiguado cuya fama salto hace tiempo cuando trabaja en la casa de empeños los piños.

En el Gran Teatro de la Capital se estrenó dicha obra con el andamiaje propio de estos eventos. Fue tanto el éxito que el mismo estuvo en cartelera hasta que expiró la licencia y el permiso.

Ya Doña Telefonillos, conocidos por todos como Medusa, se había encumbrado y era el referente familiar. Son conocidas las grandes fiestas que ofrecía en su diminuta casa de baños.

Fue cumpliendo años con cierto Pavor, que así se llamaba difunto padre, que dicen murió de repente el día menos pensado.

Cuando volvía a su casa después de una gira de 3 o 4 de las de antes lo que más le gustaba hacer es quitarse los zapatos que le regaló una amiga suya llamada Pitiminí de Perrachica y ponerse las elegantes zapatillas bordadas en huevo duro que fue un presente le emocionó sobremanera de Amigable Postinero el día que lo invitó a tomar pastas con su alma gemela. Ella que no se le va nada, el anillo le va al nombre, percibió la mirada perdida de Amigable hacia el lugar que estaba el zagüan de la esquina aunque hay que reconocer que mantenía muy bien la “compostura”.

Unas vez descansados sus pinreles se metía en el baño con ropa incluída porque ella era mucho de ahorrar el agua que le robaba a la cañería municipal.

Después tomaba un ligero aperitivo de 58 platos mientras charlaba con el espejo.

Hoy, me he encontrado con Tarantasia, Viuda de Mojopoco y le he dicho que como estaba el canallla que la abandonó por irse con  no se qué enfermedad que dicen las malas lenguas lo llevó al panteón.

Ella, Tarantasia, me ha contestado llena de esa fingida dignidad que tienen los que no son nada en la vida: Mi viudo está en la gloria y tú más sola que la una. Yo “mojopoco” pero tú, querida Telefonillos, ninguna.

Y se tomaba el postre a cara de peros.

Medusa que de siempre fue entrometida le gustaba mucho las labores del hogar, en eso salía a su querida y difunta madre Doña Pava, y todas las tardes se sentaban las dos frente a la mirilla de su casa para ver quien pasaba y si alguno tenía el atrevimiento de dejar publicidad de la nueva casa de citas literarias, librería le decían los eruditos, en el portal de la esquina.

Su madre, que siempre fue muy recóndita, le puso un visillo a la diminuta mirilla pues decía, con buen criterio, que así nadie sabría que ellas estaban detrás.

Pero los tiempos avanzan y la arcaica puerta con el pequeño visor fue sustituida por una de gran seguridad con una mirilla que es una pequeña pantalla a todo color con la que se divisa toda la calle y las afueras de la ciudad.

Ella, en honor a su  madre, le puso delante un vaporoso visillo que descorría cuando por las tardes se sentaba delante suya para ver, desde la tranquilidad del hogar, como se movía todo y después criticar frente al espejo.

Era tarde, Medusa se había desprovisto de la peluca del reloj porque se encontraba muy cansada. Escuchó unos perros ladrar en el Vomitorio de Puente Perdido y descorrió el visillo sin ganas pues el día había sido largo y tenía ganas de coger la cama que estaba fría y sola.

Vio a un chico de edad muy merecida que se acercaba, era moreno de piel aunque de albina mirada. Antes de que sus nudillos chocaran contra la chapa de hormigón con pintura imitando la madera ella la abrió con esperanzas puestas y babuchas quitadas.

¿Necesita algo, dijo ella tímidamente, mientras le miraba la rabadilla?

Soy el inspector de trueques y me han dicho que necesita un arreglo.

Ella se entusiasmó sobremanera y acaloradamente dijo a voz en grito: ¡¡Sí, quiero!!

A él se le nubló la vista por la emoción y ella no paraba de mirar el telefonillo.

Desde entonces no se han separado y eso que hace más de cinco minutos que sucedió.

Esta bella historia sale con prolija información en “EGOS DE SOCIEDAD”.


Jesús Rodríguez Arias

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