viernes, 5 de agosto de 2016

"EGOS DE SOCIEDAD": PENURRIA DE MOCOSECO.





La penumbra y el vacío dolor envuelve la vida de Penurria de Mocoseco. Ella ya a muy corta edad se quedó huérfana de mascota porque su tortuga Nicanora se marchó pausadamente aprovenchando un descuido cuando nuestra triste niña se encontraba con su madre en la costa avistando cualquiera que se ahogara aunque a esas horas nadie había en el mar.

Solía decir Penurria, con el alma en pena, se me fue la Nicanora y yo me ahogué en la tristeza. ¡Qué vida más triste, más negra, más dura! ¡Qué penurria, chiquillo, que penurria!

En su casa solariega que se encuentra en medio de un rascacielos no habita el sol pues siempre tienen las cortinas echadas, el olor a cerrado es tan penetrante que agobia, una indecible cantidad de palmatorias encendidas por “los muertos de todos”. Ella es la tristeza con nombre y apellidos: Penurría de Mocoseco.

Penurria nació hace ya unos lustros en casa de luto abolengo pues ese mismo día feneció el Emperador, que era el pez familiar. Fue envuelta en negros pañales y vestiditos oscuros como los ánimos de los habitantes de su pesaroso hogar.

Hija de Don Velatorio de Mocoseco y Esquela de la Corona Fúnebre. Sus compungidos padres son los famosos Marqueses de Llanto Triste. Penurria tan solo tuvo un hermano: Moribundo que al poco de nacer se convirtió en la alegría, perdón por el atrevimiento, de la casa.

Todavía se recuerda cuando el pequeño Moribundo se hacía el muerto y todos lloraban de risa.

Don Velatorio a la hora de la siesta siempre hacía las jaculatorias de Lágrimas de Pesares, su augusta suegra que en gloria esté, y que vivía en la casa familiar hasta que la abandonó a los 108 años de edad para emanciparse con un viejo lobo estepario.

Las Jaculatorias se hicieron célebres en el vecindario:

¡Qué vida más dura! ¡Qué penurria!
¡Estamos aquí para morir! ¡Qué penurria!
¡No somos nadie! ¡Qué penurria!
¿Qué he hecho para ser tan desgraciado? ¡Qué penurria!
¡Ya no tengo lágrimas de tanto llorar! ¡Qué penurria!
¡La vida es tristeza! ¡Qué penurria!
¿Vivir para qué, para seguir penando? ¡Qué penurria!
¡Ay, me duele el corazón de tanta tristeza! ¡Qué penurria!
¡Qué desgraciados somos! ¡Qué penurria
¡Que...!

Y de esta forma tan "festiva" pasaban todas las tarde de todos los días embriagados en su penar, su pesar, en su penurria.

En esa vida tan triste, tan vacía, tan limitada y sin color fue creciendo nuestra pequeña Penurria hasta hacerse mayor en menos que canta un cefalópodo.

Al poco de abandonar el hogar su abuela Lágrimas murió de un soponcio Don Velatorio mientras ojeaba la página de esquelas y se llevaba el disgusto de todos los días al ver que no aparecía en ellas.

El velatorio de Don Velatorio fue sonado y duré lo que duró un triste momento. Las coronas de lúgubres flores llegaba y salían de la casa solariega pues eran demasiado festivas para una ocasión tan triste. Cómo decía Doña Esquela, viuda de Velatorio, sin faltarle razón: ¡Cuánta alegría hay en un crisantemo!

Un recordatorio emocionó sobremanera a la Familia: Los socios y directiva de la Tertulia “Letras Muertas” no te pueden olvidar hasta que pagues las cuotas del último quinquenio”.

Las sesiones de dicha tertulia duraban horas sin fin pues cuando iban a hablar se callaban y hacían morir sus palabras sin llegar a pronunciarlas.

Sólo el presidente emérito de esta insigne institución el Sr. Fosa tenía el honor de pronunciar la última palabra que también quedaba ahogada y el solo gesto de lagrimear por el ojo oscuro hacía que se levantara la sesión.


Ahora sería Doña Esquela de la Corona  Fúnebre, Marquesa Viuda de Llanto Triste, tendría que educar y sacar para adelante a sus hijos Penurria y Moribundo que no salían de la pena, que así llamaban a su habitación, pesarosos días enteros.

Pero lo peor estaba por llegar pues Moribundo cambió de carácter al conocer a una dulce joven llamada Eusebia que era hija de la cocinera del restaurante del tanatorio al que iba todos los día a desayunar para después dar el pésame a la familia de los finados.

La Eusebia supo sacar los colores de tan oscuro corazón a base de croquetas de coles y picatostes a mogollón. Un día que llegó por casa su madre con sutil tristeza le exhortó: ¿Hijo, que son esas chapetas que te adornan tu compungida faz?

Moribundo se puso blanco muerto y le dijo: ¡Madre me he enamorado de la Eusebia, de sus croquetas y sus costillas quiero casarme con ella y comer ensaladilla! Después del oportuno soponcio de Doña Esquela vino el oportuno tercer grado: ¿Quién en la Eusebia? ¿Una muerta de hambre para mi huérfano? ¡¡Acaba ahora mismo con ese noviazgo o te tendrás que ir de esa casa llena de dolor por la muerte de tu padre hace ahora 46 años!!

Ni que decir tiene que Moribundo abandonó la casa y con ella a todas sus castas. Ahora se hace llamar Mori y es dueño de 26 restaurantes ninguno en tanatorios, afamado por gestionar las tristezas de otros y su presencia es fielmente seguida por los fotógrafos de sociedad.

El día de su boda con la Eusebia invitó a todas las fuerzas vivas del lugar pues si estuvieran muertas no tendrían fuerzas ni ná de ná. También giró invitación a su fúnebre familia con la sana intención de que no vinieran pues en la etiqueta se prohibía el luto.

Doña Esquela y Penurria no pensaban asistir pues el hecho de vestir con un traje gris oscuro le producía penumbroso pesar aunque la fama de las croquetas de coles y del guiso de culo de botella hizo cambiar de opinión a la viuda y su pequeña doncella.

Y allí entre jolgorio, brindis, vivan los novios, croquetas van y vienen, danzarines musicales y mucho colorido fueron hija y madre que amargadas en su luctuoso pesar comían patatas bravas mientras se decían a la par:

¡Qúe vida más triste! ¡Come que esta croqueta está “mortal”!

E ingiriendo una de las de coles tan famosas de la Eusabia salieron fotografiadas en la boda de Mori que pagó con gran donusura para tener tres páginas para EGOS DE SOCIEDAD.

Jesús Rodríguez Arias

La próxima será dedicada a Netario ahora llamado Igor Fidel de los Santos Laicos.

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