viernes, 22 de julio de 2016

"EGOS DE SOCIEDAD": ¿QUIÉN NO CONOCE A DON MELITÓN?



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El día para Don Melitón empieza cuando se levanta pues cuando yace en el jergón duerme como lo que es: Una bendita morsa.

Él es una activa persona, que le gusta echar una mano en todo sitio donde pueda sacar algo de prestigio en su provecho. No lo vayáis a llamar para ocupar segundas posiciones porque Don Melitón no está para esas cuestiones.

Si hay alguien que sea un fiel reflejo de estos “EGOS DE SOCIEDAD” ese sin ningún atisbo de dudas es Don Melitón.

Siempre arreglado y trajeado aunque no lleve ni chaqueta ni pajarita. “No soy hombre de corbatas, tampoco de corbetas aunque si de cubatas”. Cuando decía esta “gracieta” todos quedaban mudos y serios porque hay que ser comedidos en ciertas manifestaciones de alegría.

La verdad es que nadie le pone apellido ni profesión aunque todos saben bien a las claras quién es Don Melitón.

No es extraño el verlo en charlas, congresos de media tinta y poco pelo, además de audiencias con personalidades que llegan allende la calle para ofrecer el oportuno "besamuslo" y posterior ágape.

Don Melitón siempre lleva la sonrisa puesta cuando es invitado a cualquier sitio en el que puede quedar retratado. Puede mantener varias conversaciones a la vez pues es bien sabido su manejo de idiomas y su prosaica vida social.

De este ínclito personaje se sabe que su padre fue mando de los gordos pues se dice que en aquellos años su “poderío” alcanzaba los 153 kilos. D. Focas, era el “Avasallador General” de aquella Sub-Provincia. Hombre verdaderamente temido si por descuido o no te pisaba un callo. De carácter amable aunque irascible no soportaba los chismes que él no iniciara. Tenía en su poder la prestigiada “Orden de la Consuegra”. En la sala principal de su augusta casa presidía un lienzo del “Niño Jácome” en actitud peticionaria que fue pintada en su época por autor desconido y peor pagado.

La madre de Don Melitón y esposa de D. Focas tenía un nombre rimbombante de la que nadie se acordaba y de este modo todos la llamaban con respeto y dignidad la Señora Focas. Ella siempre fue de alta alcurnia pues sus padres fueron de la montaña donde siguen al día de hoy ya que a ellos, que eran muy suyos, nunca les gustó Focas y le decían a su hija con voz meliflua y  contrahecha:

¡Hija te has casado con Focas y tenemos un nieto bobalicón!

La Señora Focas herida en las medias le contestaba con sano orgullo: ¡¡Qué se llama Melitón como el primo Landerico!!

Don Melitón intentó ser militar del montón pero no superó las pruebas de acceso pues no se acordaba de sus apellidos, después quiso ser empresario de brevas aunque acabó hasta el higo que no tuvo nunca de las chumberas que plantó en la terraza de su prometida de siempre: Fiacra de Montmeló.

Fiacra, nombre con sabor añejo, se cansó de esperar a Don Melitón y casóse pronto con el padre del hijo y que supuso todo un escándalo en aquel lugar.

Pero Don Melitón nunca se lo tomó a mal y aunque su prometida de siempre estuviera casada y fuese madre de dos vástagos para él nada había cambiado.

Después de dos intentos fracasados se dedicó a escribir esquelas con letras muertas, pescador de pinreles, abregrifos de secano aunque en lo único que despuntó es cuando construyó con fondos de otros una residencia para anaqueles.

Aunque profesionalmente Don Melitón no dijo mucho más de lo que os cuento si alcanzó un preclaro prestigio porque gracias a las influencias de Don Focas, su augusto y tirano padre, ingresó en entidades de alto nivel y de baja cuota. Por eso era invitado a todos los “saraos” donde hubiera la pertinente información y foto de sociedad.

Siempre que llegaba hacía una reverencia al anfitrión y disculpaba a su prometida de siempre que no había podido venir porque estaba de vacaciones con su marido y descendencia.

Terriblemente simpático era el centro de atención entre los camareros que se salvaban de sus acometidas porque tenía que ser el primero y el último que cogiera el “canapiés” de jamón de bayeta que estaban siempre muy cotizados.

Don Rufo Venancio, que todos decían era palomo cojo aunque más bien pareciera una febril alondra, siempre le espetaba: ¡Don Melitón, la vida se ha puesto difícil para los de nuestra condición!

Nuestro personaje enseguida decía con voz queda: ¡Don Rufo, es usted una enciclopedia andante! Y se terminaba tan distendida conversación.

Cuando Don Melitón coincidía con alguien “nuevo” en estos saraos sociales los hacía suyo y no paraba de hablarles en lenguaje de signos.

Porque yo, es que yo, mirad que yo, yo es que yo, si no fuera porque yo... Y así continuaba este monólogo donde el yo era Don Melitón y los demás los demudados invitados que no salían del cuarto de la limpieza porque no querían encontrárselo.

Se cuenta que un día se encontró con el famoso marino del desierto, el famoso aventurero, Mr. Etelfredo. Esta vez no abrió la boca nada más que para engullir las aventuras del famoso lidiador de atún en lata.

Cuando Etel, que así le dijo que lo llamara de hoy para ayer, le preguntó a qué se dedicaba en el tiempo libre tengo que decir que se emocionó y con manos temblorosas por la botella y media de agua de cemento que había ingerido en menos que canta un gallo sacó su abultada cartera llena de tarjetas a su nombre y le ofreció un breve muestrario de su acrisolado virtuosismo:

Don Melitón, Presidente-Delegado del Presidente de Galgos Marinos.

Don Melitón, Director de Caza Fuelles de Al Lado.

Don Melitón, Redactor Jefe de la Revista Papel en Blanco.

Don Melitón, Secretario General de la Sociedad de “Avasalladores Generales”.

Don Melitón, Presidente de la Tertulia Emérita “La Siesta”.

Y la más importante de todas que ponía expresamente: Don Melitón, Cónsul de Aquí.

Mr. Etelfredo quedó sorprendido y desde entonces fraguo una sólida amistad que duró lo que una copa de licor de melindres.

Esta como otras conversaciones fueron retratadas por los fotógrafos pues todos tenían los elementos necesarios para ser de “EGOS DE SOCIEDAD”.

Jesús Rodríguez Arias


El próximo capítulo será dedicado la señorita Penurria de Mocoseco en la que cuenta una historia llena de lúgubres pesares.

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