viernes, 14 de octubre de 2016

TÍO NICANOR.





Resultado de imagen de fotos viejos sentados banco puebloLo podías ver paseando por las calles del pueblo con movimiento lento, te lo podías encontrar en el bar de siempre tomando ese café suyo de cada día que los médicos no le han podido quitar y mira que lo han intentado aunque si querías encontrarlo seguro es en ese banco a la salida que está junto a la carretera donde solo o en compañía de otros miraba la calle con aires de añoranzas.

Todos conocían a Tío Nicanor.

Nicanor Flores Rodríguez decía su documento de identidad aunque durante más de cuarenta años se le conocía como Nicanor, el guardia, hasta que en su vejez todo cambió.

Tío Nicanor, así le llamaremos, era hijo de un agricultor que vivían de lo poco que sacaban trabajando el campo. Su padre Dionisio siempre le dijo que se aplicara en los estudios pues no quería que su vida fuese la suya. Por eso un día habló con el profesor de la vieja escuela que estaba erigida en medio del campo para que el tiempo que estuvieran sus hijos allí aprendieran mucho. Don Fernando, el maestro, que era un buen hombre se lo prometió con la firma del mejor contrato entre caballeros que existe: ¡Un apretón de manos!

La vida de este niño, el mayor de sus seis hermanos, era lo dura que era en aquellos tiempos: Se levantaba muy temprano junto a su padre para atender al ganado, se iba a la escuela donde pasaba toda la mañana y aunque las clases seguían por las tardes él no recuerda haber asistido a ninguna pues después de almorzar, lo que buenamente hubiera en el plato, se tenía que ir con su padre a las labores propias del campo, del ganado o lo que se terciara en cada momento pues la vida no era ni es fácil en la actualidad para pastores, ganaderos, agricultores...

Don Fernando sabía que si bien Tomás, el hermano menor, no tenía mucho aquél para los estudios, Nicanor aprendía y se esforzaba. Pensaba que al ser el mayor y conocer las ingratitudes del trabajo de su padre quería formarse para poder dar a los suyos, cuando los tuviera, mejores condiciones de vida.

En casa del maestro ni qué decir tiene que nunca faltó comida pues los colonos y agricultores le ofrecían las viandas que podían para que a la familia de Don Fernando no le faltara de nada. Él era el profesor de sus hijos, el que le escribía las cartas a sus familias, el que les enseñaba a escribir y contar, el que estaba al tanto de sus cuitas y cuentas, pues era el hombre en quién confiar, esa persona que vale la pena cuidar porque en definitiva cuida de todos.

Don Fernando fue un maestro único que se entregó por completo a la docencia y a ese pequeño poblado donde estaba radicada la vieja Escuela. Cuando tenía que ir al pueblo porque lo llamaba el alcalde, ir al médico u otros asuntos, tenía que coger la mula y atravesar kilómetros a bases de caminos inexistentes, veredas inimaginables, repechos imposibles...

Esa fue la infancia y primera juventud de Nicanor que junto a sus padres Dionisio y Micaela, sus hermanos menores, Cipriano, Evaristo, Desiderio, Margarita y Tomás componían la numerosa Familia de los Flores Rodríguez. Ni que decir tiene que fueron bautizados por Don Damián, el cura del pueblo, con el nombre del día en el que nacieron como era la costumbre a seguir.

Un día Don Fernando le comentó a Nicanor que el alcalde le había dicho que Nemesio, el guardia, estaba a punto de jubilarse. El puesto era bueno, el sueldo no tanto, aunque tendría la vieja casa, que más parecía un chozo, pero con un poco de buena mano podría ser hasta un hogar y le animó a que se presentase, que ya había hablado por él. Tenía que hacer un examen pero que eso estaba chupado para un joven que había aprendido tanto con tan pocos medios.

El día del examen fue al pueblo en con su inseparable borriquillo Orejotas. Llegó a la hora convenida y ante él estaba el munícipe, el doctor Sarmientos y Nemesio, el guardia.

Había dos candidatos más para este puesto que le ofrecía la oportunidad de prosperar aunque fuese a base de mucho esfuerzo. Hizo un buen examen pues Don Fernando lo había instruido muy bien a lo largo de muchos años y consiguió la plaza de Guardia Municipal de su pueblo.

Ni qué decir tiene que el poblado donde vivía fue una fiesta y todos se alegraron de la buena nueva de Nicanor. Su padre le dio un abrazo lleno emoción apenas contenida porque veía en su hijo los frutos de sus esfuerzos, los de sus padres, abuelos pues eran una larga saga de agricultores y ganaderos que se levantaban cuando el sol ni se le esperaba y llegaban a casa cuando se había ocultado muchas horas atrás.

Micaela decía a todos: “¡Ya el niño se ha colocado! ¡Ya no tendrá que pasar tantas penurias! Y lloraba de emoción porque su hijo, el mayor, había prosperado y porque se tendría que marchar del poblado pues tenía que vivir en el pueblo.

Desde que juró el cargo con su impoluto uniforme y su placa en el pecho pasó de ser el hijo del Dionisio a Nicanor, el Guardia.

De ser el único a más de 10 cuando le llegó sobradamente la hora de la jubilación.

Resultado de imagen de guardia municipal antiguo de puebloFueron más de cuarenta años de servicio a su pueblo, a sus vecinos, lo mismo lo veías avisando aquél vecino que había dejado la moto en mal lugar y entorpecía el paso del carro de la panadería, que le decía a esos novios que se habían atrevido a cogerse la mano que tuvieran cuidado pues había visto a sus padres doblar la esquina, que también llevaba el trabajo administrativo del entonces diminuto ayuntamiento, practicaba los primeros auxilios e incluso llegó a poner alguna inyección que otra cuando el médico no estaba en el pueblo.

Un día fue a informar a unos turistas, que lo son todos los del fuera del lugar, por donde tenían que coger para a la Ermita “Tres Piedras”.  Una chica de unos veinte años conducía y era de la capital llevaba a sus padres que siempre le hablaban de su pueblo con cariño y se enamoró de ella.

No se sabe ni cómo ni donde se lograron ver de nuevo y desde entonces fueron novios para toda la vida. Esperanza, que así se llama, se casó con Nicanor un 9 de julio de hace tantos años que hasta la memoria se vuelve frágil, y fueron un matrimonio para siempre. No tuvieron hijos y eso hizo su amor fuera más fuerte. Ella era maestra y consiguió plaza en el pueblo a los años.

Ahora Nicanor ya no es el guardia, aunque guarda todavía en el ropero su impoluto uniforme con la medalla al mérito que le impusieron cuando se jubiló, y Esperanza tampoco ejercía de maestra aunque en la Iglesia daba clases de apoyo a los niños, catequesis y también enseñaba a leer y escribir a los mayores que no habían podido estudiar.

Cuando ya caminaba torpemente apoyado en su bastoncillo y su vista no daba más allá que para ver sus propios recuerdos todos en el pueblo lo llamaban Tío Nicanor al que siempre le agradecían cuanto hizo por ellos en cualquier momento de su vida pues fue más que un servidor, fue y es un buen hombre que llevaba una herencia familiar de personas entregadas, bondadosas, serviciales...

Y allí sentado en ese último banco del pueblo que justamente se ve la carretera le dice a Luciano, que es su inseparable amigo de siempre, que ya es hora de volver a casa y lo hace feliz pues allí lo espera esos ojos negros, por los que no han pasado los años, brillando de amor, su mujer que es en verdad su Esperanza de ayer, hoy y siempre.


Jesús Rodríguez Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario