miércoles, 12 de octubre de 2016

"EGOS DE SOCIEDAD": JOCONDIO.

Resultado de imagen de visillo antiguo

Jocondio es hijo de Don Jocondio y así una vasta saga que se remonta a varios siglos que me acuerde.

Jocondio al igual que su padre, abuelo y demás tiene un carácter afable, gran conversador de horas muertas, simpático como él solo que es como se suele quedar tras coger la palabra y no soltarla en las horas que separan una jornada de otra.

Es Jocondio hijo único aunque tiene varios hermanos más toda vez que Don Jocondio, como también su abuelo Jocondio, siempre se enamoraba de las clientas de la gastro-clínica“Males de barriga” que gestionaba su amigo Arsenio de toda la vida.

Jocondio hijo era de altas miras y cuerpo bajo.  Su madre Paloma de Cagarruta siempre le decía que era el más alto de la familia con diferencia aunque su abuelo Ostracio midiera más de uno ochenta de los de antes.

La familia de Jocondio era muy peculiar como lo son todas las familias de esta clase de personas y desde pequeñín le otorgaron una misión vitalicia: Custodio del Visillo de la ventana trasera del salón comedor donde cada doce horas corría a un lado a otro tan cara tela siguiendo unas normas protocalarias que han pasado de padres a hijos desde que fuera adquirida en la centenaria tienda de visillos de las hermanas Cotillas.

La custodia del visillo de la centenaria tienda de las hermanas Cotillas era la encomienda más privilegiada que tenían los hombres de la familia desde que Jocondio es Jocondio.

Eso hacía que la pobre criatura no pudiera salir ni coger vacaciones ni nada de nada pues cada doce horas empezaba la particular liturgia de mover el visillo familiar. Esta situación hacía que los amigos no le duraran mucho y ninguna chica se le acercara con proposiones serias pues veían enseguida relegada su relación por la custodia del visillo de las Hermanas Cotillas del que era custodio de este tesoro de Familia.

Él estaba alegre y orgulloso de ser lo que era pero sentía algo de añoranza en las corvas pues su corazón latía ante la lata de melocotón en almibar y no tenía a nadie con quien compartir el abrelatas.

Un día llegó a casa Doña Pomposa de Hiloquebrado, marquesa viuda de idem, con su coqueta y resabiada hija Rebeca de Hiloquebrado junto en el momento que Jocondio hacía los honores al legado familiar.

Doña Paloma se inclinó para besar el juanete de la marquesa de idem mientras presentaba a su hijo Jocondio que en ese momento bajaba del taburete forrado en terciopelo blanco roto por el calor y la humedad. Disculpó a su marido del que dijo que seguro que estaría trabajándose la “clientela” pues no había que perder hilo de la mecha. ¡Todos se entendieron!

Jocondio, hijo mío, trae la bandeja con las pastas que están en ese bote de porcelana que nos regaló el abuelo Jocondio del día de su boda.

Doña Pomposa, muy ídem la marquesa, dijo con voz en hilo: ¡Lo antiguo sabe mejor!

Mientras la Señorita Rebeca de Hiloquebrado miraba el primor del visillo que tan bien había dispuesto Jocondio que no tenía nada del otro mundo pero a ella le había hecho “tolón”.

Mientras Doña Paloma y Doña Pomposa se dedicaban a sus menesteres en torno al extraperlo los dos  jóvenes se sentaron cerca del urinario para empezar una candorosa conversación llena de subterfugios.

Jocondio, ¿tú a cuantas prometidas te has prometido? Le espetó sin pelos en la rótula Rebeca.

Yo, debo reconocer, que nunca me he atrevido a tal cosa pues nadie comprende que mi dedicación vivencial es custodiar el visillo de la familia.

Rebeca se ruborizó pues había ingerido agua de cal en vez la copita de zumo de liendres que tenía en la mesa.

Al igual que yo, Jocondio, pues no conozco varón aunque si a muchos mozos.

Los dos se quedaron callados pues habían ingerido una de las pastas del abuelo Jocondio que estaban tan duras como el friso de mármol de la tumba de la bisabuela Anacleta.

Las dos madres miraban a sus retoños con la esperanza de que al fin llegará a sus vidas la primavera.

Joncondio en un arranque impropio en él se puso de rodilla delante de Rebeca y le entregó el anillo hecho con fideos de los buenos y le dijo con voz entrecortada pues tenía una herida en sus hendiduras.

“En cuanto te vi me enamoré Rebeca quisiera ser la manta que te abrigue y el edredón que te envuelva, el que juegue con el dedo meñique mientras miramos a las estrellas”.

Rebeca demudó su faz por honda emoción le dijo “que no quería un mozo sino un varón que le hicieran tilín con el tolón, que le dieran puntadas sin hilo, que la enamoraran con estilo y que su amor llevara un yersi de pico”.

Los dos se entendieron a la primera aunque Jocondio asimiló el mensaje a la segunda.

La pedida de asno fue sonada en kilómetros a la distancia. En la mesa principal Jocondio y Rebeca a su lado Paloma y Jocondio así como Pomposa que se hizo acompañar por el chofer etíope que la entendía mejor que su augusto marido muerto en la guerra del tifus cuando dirigía en cadena a su escuadrón en la famosa batalla del Mojón seco.

Por parte de la marquesa de ídem Jocondio fue obsequiado con un reloj de pared de la familia del joyero de la esquina así como el nombramiento de Capitán Vitalicio con medalla al mérito por nada mientras Rebeca fue depositaria del óculo del pariente ebrio y el diploma que certificaba con notario de acuse y recibo su nombramiento como CoCustodia del Visillo asignándole horario y día para que ejerciera como tal.

Ante el aplauso emocionado de los más de los que se preveían se constituyeron en prometidos sin derecho a roce. La boda sería dentro de una semana en la principal.

El enlace matrimonial fue antológico, se derrochó hasta de lo que no había, en medio de la ceremonia se acercaron a la pareja de contrayentes, él con su uniforme de Capitán Vitalicio y ella de organdí azul niebla, un par de servidores para que besaran el visillo familiar.

El convite hizo historia en todos los sentidos y la orquesta la trajo el chofer Kgome T’usmuertos por casi nada.

Ya en la habitación, antes de yacer algo que valiera la pena, se mostraron tan cual eran y ella se llevó un sorpresón y el dos de Rebeca.

Cerremos el visillo pues la fiesta sigue en los jardines de enfrente mientras todos salen con grandes sonrisas relucientes donde todos desean y nadie dice querer estar. ¿Dónde? ¡En EGOS DE SOCIEDAD!

Jesús Rodríguez Arias


No hay comentarios:

Publicar un comentario