jueves, 2 de noviembre de 2017

CON ESPERANZA Y GRATITUD...




Había siempre un día en el año que se acercaba a ese lugar, ese precioso pueblito, del que nunca se iría para siempre aunque ya hace más de 30 años lo dejara atrás.

Era un ritual que seguía haciendo tal y como le enseñaron sus padres y antes sus abuelos. Antes venía con sentimientos encontrados y ahora lo hace con inmenso cariño y gratitud porque es bueno reencontrarse con tus raíces, con tus propios recuerdos.

Cuando puso tierra por medio y cogió carretera y manta iba a desarrollar la labor para la que estaba predestinado desde antes incluso de nacer pues en su vida no había profesión sino vocación y dedicación sin más.

No sabía que él no sería como los demás sino que viviría por los demás y a ver como se explica eso, como se entiende una experiencia tan vital.

Su abuelo Narciso fue de siempre Guardia Civil y hasta retirado mantenía la hidalguía de los que llevan por segunda piel el verde uniforme. Su abuelo Narciso vivía en la casa familiar desde que abuela Margarita muriera de una mala caída mientras venía de ayudar a una parturienta que había traído a su niño en medio de una oscura y fría madrugada. Su abuelo Narciso se emocionó siempre cuando hablaba del amor de su vida, su Margarita de su alma, que a la par de sus hijos, nieto y un hermano que le quedaba allá por el norte eran su única Familia.... ¡Junto a la Guardia Civil!

Recuerda una fría tarde invierno que su abuelo Narciso salió de casa para ir a la empedrada plaza donde se sentaría para charlar con su Margarita, que es en verdad lo que hacía, aunque a los demás le dijera que estaba rezando.

Recuerda que salió esa tarde, como todas las tardes, y no volvió más porque se quedó   “dormidito” en su banco de la plaza empedrada y se fue con la Margarita de su alma que lo recibió con alegría allá en el Cielo cuando lo vio aparecer con su verde uniforme de toda la vida.

Recuerda que aunque la vida continuó nunca fue ya igual porque abuelo Narciso no estaba y con él se habían marchado sus historias, sus recuerdos, sus risas o sus lágrimas cada vez que veía la vieja bandera de España.

Su padre Jacobo siempre fue un hombre recto, fiel. Admirable a la vez que sencillo y buena persona. Su padre Jacobo también tenía esa segunda piel del verde uniforme de la Guardia Civil, su brillante tricornio encima de la mesita de la entrada era la señal de que ya había llegado a casa. Su madre Sirga siempre fue una mujer de carácter, desprendida que había “heredado” el oficio de matrona que ejerciera la abuela Margarita hasta que una mala caída se la llevó por delante.

¿Cuántos niños habrá ayudado a traer al mundo? ¡Incontables! ¡Todos los del pueblico y alguno más! Ella era feliz haciendo feliz a los demás y mi padre lo era sirviendo desde su puesto a todos sin excepción. Hasta Lucas, llamado “El Carterista” jugaba al dominó con padre y eran buenos amigos, tan buenos serían que lo estaba metiendo por el camino correcto y ya hacía dos años y pico que no había vuelto a delinquir.

Él se marchó hace treinta años del pueblico pero antes lo hizo su padre que murió por unas fiebres que cogió una noche que se tuvo internar en el bosque en busca de una familia que se había perdido y que todos temían que los lobos hicieran una de las suyas. Iba muy desabrigado y claro, cogió lo que cogió.

Su madre Sirga siempre se dijo que tenía una salud débil desde esa vez que lo mal curaron de unas fiebres amarillas que tuvo antes de que se conocieran.

Sirga nunca fue la misma pues su carácter se resintió de la pérdida de su marido y aunque seguía siendo la matrona del pueblico ya no caminaba con esa seguridad y esa sonrisa que llevaba por bandera.

Cuando creció y vio que tenía que volar, que no se podía quedar allí, que tenía que experimentar su vocación, decidió irse a vivir con su hermana Catalina, mucho más joven que ella, que se había quedado viuda y tenía la casa “mangas por hombro” pues no daba a bastos con la pena y los 8 niños que tenía.

Entonces él vio claro que tenía que marchar de aquél lugar que había sido su vida y la vida de los suyos. Que tenía que poner tierra de por medio para llegar a ser lo que quería ser en su vida.

Ingresó joven y se “licenció” pronto. Durante muchos años estuvo en innumerables Casas Cuarteles mientras recorría España entera. Tenía el gesto cariñoso de su abuelo Narciso y el porte marcial de su padre Jacobo. Llevaba más guardias que el más joven de los guardias pero a él no le importaban pues lo que más le gustaba en el mundo era “salvar” la vida como por vocación sabía hacerlo.

El también llevaba en la sangre el verde que imprimió el carácter de su abuelo Narciso y Jacobo, su padre...

Al principio, cada año, volvía con tristeza y melancolía impropia de una persona como él, con sus valores, con sus creencias, pero era así...¡Que le vamos hacer!

Pero con los años, las vivencias, la vida la tristeza y la melancolía se fue convirtiendo en gratitud y Esperanza que tiene el mismo color que la Guardia Civil a la que sirve sin descanso y cuando se dice sin descanso es en la totalidad de su tiempo.

Pocos años atrás también murió su madre y ahora descansa junto a su marido en el nicho que compraron con los ahorros de varios años.

Hoy ha vuelto, ha recorrido sus calles, se ha acercado al viejo cementerio que está encima de la loma para rezar ante los suyos y ponerles esas flores silvestres que tanto gustaban en su casa de la infancia.

Ha rezado y sus ojos se han impregnado en lágrimas de Amor y Gratitud...

¡Don Diego, qué alegría el volverlo a ver!

¡Hombre, Lucio! ¡Por ti no pasan los años! Le dijo al viejo sepulturero que estaba próximo a la jubilación.

Don Diego, me he pasado la vida contemplando la muerte y ahora me quieren jubilar para matarme en vida.

Él lo miró con ojos de inmenso cariño mientras le dio un abrazo a modo de bendición porque al que conocían por Don Diego que era hijo de Jacobo y nieto de Narciso, era Capellán de la Guardia Civil...


Jesús Rodríguez Arias

Nota: Aunque el Pueblico de la historia no se sitúa la fotografía corresponde al Cementerio del Salvador de Villaluenga del Rosario que es mi pequeño guiño a este bendito pueblo donde hace ya tiempo fijé mi residencia

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