jueves, 9 de noviembre de 2017

NACHETE...



Nachete no pidió nacer donde lo hizo pero no se arrepiente ya que ese lugar perdido entre montañas donde se sabe que es el frío, la lluvia, la nieve, es su pueblo y lo será toda la vida.

Nachete no sabe lo que es la playa ni las grandes ciudades esas de la que hablan la gente que vienen alguna vez en el bus de Damián. No conoce ese “refinamiento” que dice su amiga Paula que existe en la Capital y todo lo que sabe se lo debe a Don Cosme, el viejo profesor, que se ha preocupado de enseñarle a horas y deshoras pues el conocimiento te da libertad decía mientras se tomaba ese café pucherete que se preparaba en las frías tardes de enero mientras la nieve lo cubría todo.

Su madre Severina trabajaba de sol a sol limpiando y cuidando la casa de Doña Encarnación que era la última representante de una noble familia a la que el pueblo debe su nombre. Doña Encarnación ya lucía sus 80 otoños pero mantenía esa hidalguía de los que han conocido lo mejor y también lo peor de la vida.

Severina había pasado de ser del cuerpo de casa hasta ahora que lucía galones de ama de llaves y en verdad era quién gobernaba el pequeño palacete que se erigía a dos pasos de la Iglesia.

Severina solo había tenido un hijo, Nachete, que llevaba sus apellidos pues era madre soltera ya que su novio de toda la vida, de cuyo nombre no quiere ni acordarse, se marchó en cuanto supo iba a ser padre. Severina ha tenido una vida difícil aunque muy feliz pues su hijo de su alma le ha dado muchas alegrías y alguna preocupación como cuando se cayó de la higuera el pasado verano o cuando tuvo esa pulmonía tan mala hace dos inviernos.

Cómo hija de la época en cuanto se supo su embarazo su padre le retiró la palabra aunque su madre le hacía llegar algunos cuartos con el que se mantuvieron los dos primeros años de Nachete estar en esta vida. Severina sabía que su padre había muerto cuando se cayó arando el campo y que su madre no se ha recuperado de su falta. Quiere ir a verla pero se lo impiden sus hermanos que dicen ella es la vergüenza de la familia.

Severina lloraba en silencio mientras le contaba a Nachete que sus abuelos vivían lejos, muy lejos, como así era y que su padre fue un marino que murió en un naufragio poco antes de nacer, que por eso llevaba sus apellidos, pues no le dio tiempo a arreglar ningún papel.

Nachete quería con locura a su madre que era su todo aunque la veía solamente de noche cuando volvía a casa agotada. Bien sabía que gracias al trabajo en la casa de Doña Encarnación él podía estudiar y comer aunque fuera una vez al día.

Nachete hacía mucho tiempo que no comía pan y no porque su madre Severina no se lo comprase todos los días sino que su parte se la llevaba a Don Cosme al que su sueldo en la escuela no le llegaba para ciertos dispendios y es que estaban en esa época en la que no se podía pasar más hambre que un maestro.

Para Nachete Don Cosme era su referente. Era culto, educado, religioso, pero con conocimiento no beato como Doña Frígida y su hermano Amarando que iban del brazo a Misa como si fuesen marido y mujer aunque  no se habían casado cuidando a sus padres. Doña Frígida y su hermano Amarando, que iban y venían cogidos del brazo, eran de velitas, oraciones y critiqueo a todo bicho viviente. Don Cosme en cambio era un hombre de fe que había profundizado en conocimientos y mantenía vivas tertulias con Don Lázaro, el Cura del Pueblo que junto a Carmelo el farmacéutico, el Doctor Remigio, Don Carlos, el alcalde y Don Antonio, el sargento de la Guardia Civil se podían decir que eran las fuerzas vivas del pueblo donde Nachete había nacido.

El cariño que le dispensaba Don Cosme y la admiración que recibía de Nachete hizo que con el tiempo lo acompañara a las tertulias aunque solo fuera para escuchar. ¡Hay que embeberse de sabiduría! Decía Don Cosme una y otra vez.

Los años no pasan en balde y cuando Nachete terminó la escuela tuvo que ponerse a trabajar con Rufo el viejo y gruñón zapatero aunque cuando terminaba de remendar zapatos y botas iba todos los días a ver y también aprender de Don Cosme que nunca le dejó de enseñar pues quien tiene muchos conocimientos le gusta regalarlos a los demás. “La sabiduría, decía, no es cosa egoísta porque pierde valor si no se comparte”.

Hacía ya tiempo que su madre Severina se dedicaba a Doña Encarnación que había caído postrada y en sus ojos veía como la vida se iba muy poco a poco.

“No te preocupes Severina, que sabré agradecer tantos desvelos como has tenido con mi familia y conmigo durante tantos años”, le decía Doña Encarnación mientras Severina le ponía un almohadón para que no se ahogara.

Doña Encarnación ya había dispuesto un capital para la buena de Severina en su testamento aunque quería hacer algo más por ella y por su hijo Nachete que nunca dijo nada a que su madre se dedicara en cuerpo y alma a su augusta Familia.

Hacía tiempo que Severina le había dicho que su hijo tenía una ilusión pero que con el trabajo de zapatero no le llegaban los cuartos para intentar siquiera su sueño. Además no conocía a nadie pues hacía tiempo habían revelado al buen amigo de Don Cosme y al de ahora no lo conocían de nada pues no se había integrado en las tertulias ya que decían que tenía un carácter muy “suyo”.

Doña Encarnación mandó a llamar a un primo suyo que ostentaba un alto puesto en el mando y se reunieron en privado pues quería pedirle un último favor. Severina no sabía lo que se estaba cociendo aunque percibía que era importante.

A la semana Don Marcial llamó a Nachete a que fuera a verlo a la Capital, que ya tenía el billete y alojamiento pagados para los días que tenía que allí permanecer. No es óbice decir que Don Rufo cogió un enfado de mil demonios pero que se calló cuando recibió una carta de Don Marcial con escudo y todo.

Severina con los ojos empañados en lágrimas lo animó a ir pues seguro que es bueno para ti, hijo mío.

Nachete tenía una ilusión y aunque sabía era imposible pensaba que este viaje podría abrirles algunas puertas para lo que fuera. Marchó en honor de Don Cosme, un erudito que había muerto la primavera anterior de unas fiebres malas y que le dejó su biblioteca y esa vieja estilográfica que según él le regaló en persona el padre del Rey.

Cuando Don Marcial habló con Nachete ya supo que sus sueños se cumplirían porque así lo había dispuesto Doña Encarnación que se haría cargo de todos sus gastos hasta que saliera con el empleo.

La vida continuó en el pueblo que iba cambiando como cambiaba la gente. Doña Encarnación murió con una sonrisa de gratitud hacia Dios y la Severina de su alma que la cuidó hasta en la hora de expirar…

Doña Frígida y su hermano Amarando seguían dando sus beatíficos paseos cogidos del brazo creyendo ilusamente que sus paisanos los miraban como si de marido y mujer se tratase.

Severina pudo al fin ir a ver a su madre que pedía a todas horas dar un beso a su hija de su corazón y restañar tantas heridas por medio del perdón pedido y otorgado.

Hoy Nachete vuelve al pueblo, es la primera vez que lo hace desde hace 5 años que partiera, y lo hace por la puerta grande en honor de su madre Severina y de la memoria de Doña Encarnación, su mentora.

Lo hace erguido, hidalgo, lleno de esa nobleza que imprime carácter…

Lo hace con ese verde uniforme de Guardia Civil y sus dos estrellas que le confieren el cargo de Teniente.

Lo hace una vez que ha cumplido su sueño y es que… ¿Quién ha dicho que no se puede cumplir lo que tanto se anhela?


Jesús Rodríguez Arias

1 comentario:

  1. Precioso tema y preciosas los personajes de la historia. Creo que si se pueden cumplir los sueños aunque a veces es complicado.

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