viernes, 12 de mayo de 2017

ANTE LA PEQUEÑA IMAGEN DE LA VIRGEN DE FÁTIMA.




Desde siempre se podía ver Fátima rezarle a la pequeña imagen de la Virgen de la que toma su nombre en el pequeño altar que hay al fondo de la Capilla de la Guardia Civil donde está destinado su padre.

¿Los vecinos preguntaban a su madre por qué no le pusieron Pilar y ella decía sin más que Fátima se había de llamar?

Un día de esos de los muchos en los que la luz se iba en la vieja Casa Cuartel su madre le contó que tuvo un embarazo muy malo y que estuvo a punto de morir con la hija de sus entrañas. Se salvaron de milagro y ese milagro se lo atribuyen a la pequeña imagen de la Virgencita de Fátima que tantas plegarias tenía depositadas en tan modesto manto.

Fátima se llamó así porque la Virgen la salvó junto a su madre de morir mientras nacía.

Hija única porque después de ella no vinieron ningún hijo más. Se crió entre las vetustas paredes de la vieja Casa Cuartel y color verde Esperanza así como de la Guardia Civil.

Su padre era un buen hombre, demasiado bueno diría ella con lágrimas en los ojos, fornido, con ese brillo en la mirada del que ha visto ya demasiadas cosas. Su padre tenía ese buen mostacho que bien parecía uno de esos soldados del XIX. Su padre era Sargento y estaba al frente del puesto en ese pueblo, su padre era querido por todos y a la vez inmensamente respetado.

Su madre en cambio es de ese tipo de mujeres lejanas a ser enfermizas a pesar de las graves secuelas que le quedaron tras el parto. Era una mujer entregada a todo aquél que la pudiera necesitar tanto en la Casa Cuartel como en el pueblo donde servía de catequista así como profesora en la Parroquia que de siempre ha llevado Don Isaías.

Fátima estudio hasta donde pudo porque desde siempre ha reconocido que no ha sido buena para las letras y aunque su padre quería que estudiara ella prefería cuidar los niños de los demás pues parecía que tenía vocación de madre.

Con más esfuerzos y fatigas terminó el colegio y su padre habló con alguien para que siguiera sus estudios para hacerse maestra ya que le apasionaban los niños y podría ser una inmejorable educadora como se dice actualmente.

Todos los días iba a estudiar a la ciudad en bicicleta que hay que decir distaba del pueblo en más de 30 kilómetros. Hiciera calor, frío, lloviera o venteara se podía ver la enjuta figura de Fátima que iba y venía con el sueño de ser alguna vez maestra pero no una cualquiera sino la del pueblo donde vivían, donde estaba la vetusta Casa Cuartel y donde había mucho verde entre el paisaje y los recosidos uniformes de los guardias.

Pero ella lo que no quería era separarse de la pequeña imagen de la Virgen de Fátima que está al fondo de la Capilla del Cuartel y que hace poco más de veinte años le salvara la vida al nacer.

Gracias a Don Isaías y al Capitán Morales, muy amigo de su padre, pudo empezar a ejercer en el pueblo como sustituta de Doña Remedios que era la profesora de todos durante toda la vida.

No era Fátima una mujer de pretendientes ni de noviazgos y aunque tenía a varios detrás suya no le prestaba atención.

No le prestaba atención hasta que llego Idelfonso, un joven guardia que llegó al Cuartel un día de otoño que ella siempre recuerda como primavera.

No puede decir que ella sintiera que él se enamorara, ella sabía que su corazón dedicado a otras cosas le indicaba que también necesitaba sentir esa clase de amor que no se explica en los libros.

Fátima se iba todas las tardes después de la escuela para rezar a la Virgencita de su vida y así también ver al guapo mocetón que tanto la encandilaba.

Un día Idelfonso se le acercó mientras rezaba y le dijo que él también era muy devoto de la Virgen de Fátima, devoción que le inculcó su madre que en gloria esté.

Se miraron y sus corazones quedaron prendidos uno del otro para siempre.

Él, caballero como era, le pidió la mano a Don Evencio, que así se llamaba el padre de Fátima, y que este le dio encantado porque veía que se podía perpetuar su familia, sus apellidos, su amor y querencia a la Guardia Civil.

Se casaron pronto , a los tres años de noviazgo, en la Iglesia y con Don Isaías. Lo celebraron en el campo con un almuerzo hecho a base de migas que les preparó Teodoro, ese buen hombre que pastoreaba su rebaño montaña arriba, montaña abajo. No tuvieron viaje de novios, no había para mucho pues si escueto era el sueldo del guardia más lo era de maestra sustituta.

Tuvieron tres hijos: Fátima, la primera, Evencio y Julia en honor a la madre de Idelfonso.

La vida pasó como pasa la vida: ¡Sin apenas darte cuenta!

Los niños crecieron como todos los demás niños. Don Evencio y Doña Flora, una vez retirado el primero, se fueron a su pueblo de siempre hasta el final de sus días. Su ilusión cuando ya eran muy mayores era ser enterrados en el viejo cementerio que se erige en ese empinado montículo.

Llegó el día en que sus hijos ya hombre y mujeres emprendieron viaje en busca de sus propias vidas. Todos estudiaban fuera con el apoyo de sus padres que pensaban que cuanto más preparados más oportunidades tendrían.

Idelfonso se tuvo que retirar antes de tiempo por un accidente intentando salvar a unos montañistas de manual, de los que no conocen bien el campo. Se rompió la rodilla y quedó un poco cojo para los restos. Se retiró como Teniente y con una hilera de medallas bien ganadas en el pecho.

Fátima a sus cincuenta años decidió ponerse a trabajar como maestra y consiguió el puesto que nunca alcanzó mientras Doña Remedios viviera.

Y Fátima volvió a ser lo que siempre fue una mujer con gran vocación de madre siendo educadora y vio crecer a varias generaciones mientras ella enseñaba la tabla de multiplicar tiza en mano.

Hace ya demasiado tiempo que muriera el bueno de Idelfonso y sus hijos se marcharan para no regresar más salvo Evencio que hacía poco se había casado y había conseguido destino en el viejo Cuartel que años atrás comandaran tanto su abuelo como su padre.

Todavía se le puede ver rezando en ese pequeño altar que está al fondo de la Capilla del Cuartel de la Guardia Civil de su niñez, infancia, juventud, madurez y también decrepitud.

Reza mirando fijamente los preciosos y pequeños ojitos de la pequeña imagen de María ya que su nuera está embarazada y está a punto de dar a luz. Quiere ponerle Fátima como la abuela y también como la pequeña Virgencita de la que toma su nombre.

Reza mientras su hijo Evencio la mira desde lo lejos con los ojos impregnados en lágrimas entre el orgullo y la emoción mientras los niños de la cercana escuela entonan ese hermoso canto: "El 13 de mayo la Virgen María bajó de los Cielos a Cova de Iría..."


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