viernes, 10 de febrero de 2017

¿EN VERDAD HA VALIDO LA PENA?


Resultado de imagen de ventana al pueblo¿En verdad ha valido la pena? Se preguntaba Agustina apoyada a la ventana suya de cada día mientras perdía la mirada en ese horizonte que tan solo era capaz de ver sus cada vez más debilitados ojos.

¿Qué dices Agustina? ¿Otra vez con lo mismo? Le inquiría Alfonso, su marido mientras terminaba de leer el periódico de siempre.

Y es que sus vidas no han sido fáciles más bien lo contrario.

Agustina y Alfonso se casaron muy jóvenes para lo que ahora lo hacen y enseguida tuvieron a su hija Leonor, en menos de cinco años ya su casa la poblaban cuatro niños: Leonor, la mayor y primogénita, Carlos, Alfonso y la pequeña Agustina que era el vivo retrato de su madre en diminuto.

Alfonso que era Guardia Municipal en su pueblo entró a formar parte de la Guardia Civil y desde entonces siempre vivieron de otra manera.

Han viajado mucho y han conocido muchos lugares y pueblos de nuestra bendita España. Alfonso que siempre fue hombre bueno, serio, disciplinado y voluntarioso estudió para ir ascendiendo en una profesión que se había convertido en vocación según pasaban los años.

Al poco de agente pasó a cabo y más tarde a sargento.

Llegó a ese pueblo para dirigir el Cuartel que allí estaba instalado. Al principio la gente los rehuían pero con el pasar de los tiempos llegaron a integrarse en la vida de la localidad, hacerse unos más en medio de tantos, ser vecinos de sus vecinos y lo mismo podías ver a Agustina colaborando con la Iglesia como catequista o dando esas clases para aprender a leer y escribir pues había estudiado magisterio aunque nunca lo ejerciera pues se casó joven.

Cada día era un regalo nuevo donde poder vivir en el pueblo sirviéndolo. Leonor, su hija mayor, empezó a salir con Genaro el hijo del zapatero mientras Carlos y Alfonso ya despuntaban como apuestos chavales y grandes conquistadores o por lo menos eso se creían ellos. Agustina era muy chica todavía para todo esto y se divertía jugando con Julieta y Margarita en la plaza de las cinco fuentes.

Agustina sonreía feliz pues después de media vida de acá para allá por fin habían encontrado acomodo para sus hijos y sus cada vez más desgastados huesos.

Un día llegó una orden del ministerio en la cual se comunicaba que Alfonso volvía a ser ascendido aunque no dejarían el pueblo pero tendría que hacerse cargo de toda la comarca e ir una vez a la semana a la capital.

Con el pasar del tiempo, que es una forma de decir la misma vida, Alfonso, el tercero de sus hijos, les dijo que quería estudiar veterinaria y ellos empleando esos ahorrillos que siempre guardaban para hacer algún día ese “viaje de novios” que en su día quedó aplazado por la misma necesidad consiguieron que para el próximo curso su hijo estuviera en la Universidad. Se quedaría en casa de Enriqueta, la hermana de Don Práxedes, el Cura del pueblo.

Agustina, apoyada en su ventana de cada día, pensaba que ya todo iba cambiando sin detenerse pues sus hijos empezaban a “volar”.

Leonor ya había formalizado su relación con Genaro, que había heredado tienda y profesión de su padre, y se casarían para el próximo verano, su hijo Alfonso había aprobado con nivel su primer curso de veterinaria y ahora era su hijo Carlos el que les había dado una enorme sorpresa, una gran alegría y una honda preocupación de las que duraría toda la vida pues había decidido ser Guardia Civil como su padre.

Y es que la sangre de un guardia civil no es roja sino verde le decía Alfonso a sus compañeros de la Comandancia.

Superó brillantemente las pruebas, fue un ejemplar alumno en la Academia, y un buen Guardia Civil cuando tras jurar bandera y terminar el proceso de formación salió por vez primera a la calle.

Carlos siempre decía que su modelo, su referente, su todo en tan gloriosa y benemérita Institución era su padre que siempre fue un recio y fiel servidor de España.

Agustina pensaba con los ojos cerrados el por qué su hijo fue lo que fue en los peores años que podría serlo.

Lo destinaron al norte y eso causó un gran disgusto toda vez que se vivían esos momentos malos, que duraron décadas, donde cada día era asesinado un guardia civil, un policía, un magistrado, un...

Cada día que pasaba el sufrimiento se marcaba en cada poro de la piel de Agustina y en el severo rostro de Alfonso. Todo el día con la radio encendida y cuando el locutor decía algo de un nuevo atentado se les cortaba la respiración.

Carlos les anunció que había conocido a Rosalía, también Guardia Civil, y que habían decidido casarse. Gran alegría y doble preocupación pues los dos se dedicaban a lo mismo y además en el mismo lugar.

Arancha fue su primera nieta de este joven matrimonio, después vendría Alfonso. La familia se iba incrementando poco a poco cuando Leonor y Genaro anunciaron el nacimiento de su primer vástago que llevaría el nombre familiar por excelencia: El de Genaro.

Alfonso estudiaba en su último año y ya tenía ofertas para trabajar en reconocidas clínicas veterinarias y la pequeña Agustina había crecido y estudiaba Literatura también en la Capital.

La vida iba bien, habían formado una gran Familia y esta iba aumentando poco a poco. Si no fuera por Carlos y Arancha que andaban por esa tierra donde no eran queridos por unos cuantos estarían disfrutando de un merecido final de madurez y empezando con la vejez.

A su marido le llegó la hora de la jubilación y lo hizo con el cargo de Teniente, con varias medallas y máximo honor. Un verde uniforme lleno de medallas, cruces y demás emblemas simbolizaban años y años de leal servicio.

Ahora encaraba un feliz descanso sin saber muy bien que hacer pues Alfonso desde siempre ha sido Guardia Civil.

Era todavía madrugada, las seis para ser exactos, y estaban acostados durmiendo ella pues él hacía tiempo que se había despertado pues como siempre decía “tenía cogida la hora”.

Sonó el teléfono y los sobresaltó. Se levantó Alfonso temiéndose lo peor, toda vez tenía ese gusanillo que sentía en el estómago cuando algo iba mal, y reconoció la voz del Capital Ríos, de la Comandancia, que le decía: “Teniente, esta madruga ha habido un atentado, ha explosionado un coche bomba en uno de nuestros coches y ha muerto todos sus ocupantes entre los que estaban tu hijo Carlos. ¡Lo siento mucho, Alfonso, no sabes cuanto lo siento!

Silencio roto por el llanto de un viejo y recio Guardia Civil. A Agustina no le hizo falta saber nada más.

Carlos había muerto a manos de los asquerosos asesinos de ETA, había muerto sirviendo a España y a la Guardia Civil que es una forma de decir que a ese pueblo donde ha encontrado la muerte. Ha muerto dejando viuda y dos hijos, padres hermanos y muchos que lo querían. Ha muerto dibujando con su sangre el verde uniforme y empapando de rojo este viejo terruño. Su muerte también ha matado a su Familia pues también para ellos quedó parado el reloj en esa maldita madrugada.

Para Agustina, para Alfonso, esos días pasan por sus mentes como si fueran fogonazos. Se acuerda de la multitudinaria capilla ardiente, el frío funeral pues el cura en aquel entonces era de los que comprendía la “causa vasca” que también explicaba el obispo Setién y el entierro en el pueblo familiar y sobrecogedor. Sobre todo cuando le entregaron a su padre la cruz al mérito con distintivo rojo sangre y muerte que iba prendida en la bandera española que había envuelto el féretro de su hijo.

Ahí termino la vida de Agustina y Alfonso aunque debían seguir para adelante por su nuera, sus nietos, sus demás hijos...

Rosalía terminó pidiendo destino al Cuartel donde tantos años había estado Alfonso y sus hijos crecieron en ese amor que solo dan los que en verdad quieren a este Cuerpo y sus Familias.

La vida siguió para adelante sin detenerse un instante y aunque felices siempre llevarán en el corazón a Carlos al cual se le detuvo el reloj cuando una bomba explosionó su coche matándolo junto a tres compañeros en una fría madrugada que no olvidaran en sus vidas.

Ahora los tiempos han cambiado y hasta esos curas que comprendían la “causa vasca” no están porque desde el obispo hasta el último de los sacerdotes están entregados a sus hijos y más los que han sufrido esa lacra que ha sido el terrorismo.

¿En verdad ha merecido la pena? Se vuelve a preguntar Agustina apoyada en la ventana suya de cada día mientras Alfonso le dice que sí, que ha merecido la pena pues a pesar del dolor que siente en el alma desde que se levanta hasta que se acuesta hemos creado una Gran Familia que ha servido con su vida y también con su sangre a los altos valores que llevamos en nuestra alma.

Y Agustina miró ese horizonte suyo con los ojos llenos de lágrimas y de recuerdos.


Jesús Rodríguez Arias

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