viernes, 24 de febrero de 2017

CARLITOS...


Resultado de imagen de pintando lienzo

¡Este niño es tan especial!

Lo decía mientras cosía los agujeros de los gastados calcetines que llevan alguna que otra generación usándose en casa.

Carlitos siempre ha sido un niño muy especial, muy suyo y a la vez muy dado a los demás.

Carlitos estaba tocado por eso que llaman “arte” tal y como nos dijo Don Romualdo, director del colegio.

Lo mismo lo veían leyendo y disfrutando con Juan Ramón que sonreía con esa clase de ensoñación cuando el viejo profesor le pasaba algún librillo de Federico que gracias a la ceguera de tantos cayó en esa especie de ostracismo durante tantos años.

Pero a Carlitos que también le gustaba la música lo que estaba predestinado era para la pintura y desde demasiado chico se le veía trasteando con pinceles, espátulas, pintura, blancos lienzos y paños requetemanchados.

Le gustaba pintar el día a día y lo hacía con esa genial originalidad que tienen los tocados por Dios para el arte. Le gustaba sentarse en ese escalón y recrear con sus pinceles la vieja Iglesia mientras doña Clotilde y doña Encarnación salían de la vespertina Misa.

Le gustaba sentarse en ese banco donde dibujar con un realismo propio del mejor de los fotógrafos lo que pasaba en el Parque o en la plaza amurallada, le gustaba irse con su padre al campo y retratar con espátulas en el lienzo las largas extensiones de la árida campiña mientras los agricultores se afanaban para ganar el sustento de cada día.

Pero lo que más le gustaba era ponerse en ese rincón donde lo divisaba todo y observar la vida del viejo y vetusto Cuartel de la Guardia Civil que se mantenía en pie de puro milagro.

Observar como Nicasio, el guardia, siempre en la puerta, siempre circunspecto, siempre atento hasta de la hoja del árbol que cae sin pedir permiso. Veía a Emiliano, el guardia, que a la hora de siempre salía junto a Ramiro, que se había incorporado hace poco, para hacer la ronda de todos los días mientras Don Rufo, el sargento, estaba sentado en su destartalado despacho mientras tomaba una taza de café calderete que le había hecho Rosa su mujer.

Don Rufo era el prototipo de Guardia Civil de la época: Ancho de espalda, corpulento pero no alto y unos grandes mostachos como signo de identidad más visible. Su verde uniforme algo viejo y recosido junto a su reluciente tricornio que tenía más años que él mismo pues antes había sido de su padre que en gloria esté.

Máximo, el cabo, estaba en la oficina atendiendo a Doña Elvira que estaba interponiendo su denuncia de cada día pues había visto a unos pillastres que le robaban los huevos del gallinero cosa que el buen guardia civil lo hacía con paciencia pues bien sabía que esta anciana veía “pillastres” por todos lados.

Y también veía a Clara, Ángela, Flor que eran las mujeres de Nicasio, Emiliano y Máximo pues Ramiro todavía no se había casado aunque ya andaba tonteando con Marisa la hija mayor de la panadera. También desde allí veía jugar a Julio, Sebastián, Honorio y Oliva con los que coincidía en la vieja escuela.

Le gustaba pintar sobre la vida en la vieja Casa Cuartel, de esos hombres que se entregaban a su misión de cada día, de la camaradería que se veía con solo ser un poco perspicaz.

Y pintaba atardeceres únicos cuyas anaranjadas tonalidades se colaban por las ventanas del Cuartel o envolvían esas viejas paredes tan gastadas y desgastadas de tantas inclemencias y tan pocos cuidados.

Si la vieja Casa Cuartel estaba en pie era precisamente por sus moradores pues el Estado es eso tan ambiguo y lejano que tantas veces no se entera de nada.

Él decía para sí mismo que sus pinceles eran los de su pueblo aunque si tenía que poner un color este sería el verde, el verde Guardia Civil.

Carlitos pensaba siendo niño que a lo mejor eso era vocación, que lo que él quería ser era guardia civil aunque mientras crecía se fue dando cuenta de que no, de que su vocación era la de pintor, la de ser capaz de retratar con pinceles, espátulas y lienzos todo cuanto fluía por su mente, su corazón, su mirada...

Carlitos creció y marchó a la capital donde estudiaría Bellas Artes, donde se sacó esas oposiciones tan difíciles según Irene, su madre. Carlitos que era como se le conocía en el pueblo sacó la plaza de profesor de pintura en uno de los mejores institutos en la capital y allí afianzó su vida. Siempre que volvía por el pueblo veía a su viejo profesor aunque ahora era él quien le regalaba esos libros que nunca creyó tener en su amplia biblioteca, pintaba ante la vieja Iglesia o en el Parque pero donde más le gustaba era en ese sitio donde tan bien se divisaba la vieja Casa Cuartel de la Guardia Civil.

Con los años muchos de sus habitantes se fueron yendo jubilados o en el ataud. Él con los años empezó una relación con Oliva, se hicieron novios y dentro de una semana los casa don Calixto, el cura, en la vieja Iglesia. Ese día será el comienzo del más bello lienzo del mundo, que es el de sus propias vidas, donde y mire usted por donde también habrá uniformes de la Guardia Civil pues  Oliva es hija de Don Rufo que de siempre fue el sargento que estaba a cargo del vetusto Cuartel que hoy en día permanece en pie en el mayor de los olvidos.


Jesús Rodríguez Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario