lunes, 7 de abril de 2014

LA TRANQUILIDAD NO TIENE PRECIO.

Qué la tranquilidad no tiene precio es un hecho constatable.

El pasar los días y las horas que lo comprenden con cierta tensión nerviosa, con estrés, prisas, sometidos a horarios que es una forma de estar esclavizados, de atención a los múltiples compromisos que uno va teniendo a lo largo de la vida, estar demasiado ocupados que ni se puede disfrutar de todo lo que te rodea es una forma de obligada pérdida de tiempo.

Y tenemos que tener en cuenta que por cada segundo que pasa no vuelve sino que forma parte de ese patrimonio inmaterial de la vida de cada cual.

Instalado como me hallo en mi madurez ya no veo las cosas como las veía. Antes era de esos que no podía vivir sin agobios, actos, prisas, agendas, compromisos cogidos por meses, años..., ahora todo ha cambiado, Dios me ha permitido ver lo que para mí no existía pues quedaba en el arcén cuando el coche veloz en el que me convertí pasaba a esa velocidad de que ni ves ni, por desgracia, dejas ver.

Ahora me detengo cuando camino, observo y capto esa imagen impresionante y bella que antes no era capaz de divisar, no pienso ni en el tiempo ni en la hora cuando charlo con un buen amigo o permanecer a la lumbre de la chimenea sin horas ni límites.

Detengo mi vida para escribir lo que siento, cuanto siento, lo que veo o he dejado de ver. Disfruto a cada instante de mi soledad, de ese necesario silencio que almacena el alma de las cosas que necesariamente son buenas y con el exceso de ruido que nos envuelve no nos deja ni prestarle atención.

Disfruto a cada segundo de la compañía de mi mujer, de Hetepheres, de lo que es y significa para mi vida, mi existencia, mi día a día. Los dos compartimos demasiadas cosas, nos une todo pues los gustos son más que similares. Los dos podemos pasar tiempo indeterminado con un buen libro en nuestras manos en un inmenso silencio solo roto por el suave pasar de las hojas que nos van descubriendo más y más del misterio que es por sí la historia de historias que contienen nuestros libros.

¿Cuántas veces hemos mirado sin ver? ¡Qué forma de perder el tiempo! ¿Verdad? Con todo lo hermoso que hay que ver a cada paso que das. Nosotros somos felices en cualquier sitio aunque redunda en nuestra felicidad que es una buena parte de la tranquilidad cuando estamos, como es el caso de hoy, en nuestro querido pueblo de Villaluenga del Rosario. Un desayuno, una buena conversación, un paseo solo truncado para ver a los gatos y perritos que están a las afueras del pueblo, saludar a los vecinos que nos encontrábamos al paso, al alcalde y seguir con nuestra particular marcha hacia nuestra casa en medio de la inmensidad de la obra creadora de Dios donde se escuchan los lejanos pajarillos y se ven sobrevolando por cualquiera de las cimas de las montañas que nos rodean a los halcones.

Escribir en medio de la paz es el mejor regalo que me puede hacer Dios porque puedo transmitir parte de la misma a la persona que lea este artículo.

Tranquilidad, silencio, paz  de la que surge la oración diaria que tan necesaria es para nuestras vidas. Aquí, alejado de todo, estamos más cerca del Señor.

Atrás quedó lo que quedó atrás y ahora, como auténtico peregrinos, vamos caminando por nuevos senderos, unos más pesados que otros, para llegar al verdadero camino que nos une a todos.  

Y cuando la intranquilidad aflige mi alma puedo decir que disfrutar, gozar de la íntima tranquilidad que ahora me encuentro envuelto hace que la paz y el necesario sosiego haya vuelto a mi y me encuentre feliz siendo feliz.

Jesús Rodríguez Arias

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