jueves, 18 de enero de 2018

SIEMPRE LO VEÍA EN EL MISMO BANCO...



Siempre lo veía sentado en banco del parque que está justo enfrente del pequeño lago. Siempre lo veía solo mirando un poco al infinito que todos tenemos y que no llegamos nunca a alcanzar. Algunas veces leía un libro o charlando con otros usuarios del mismo parque a la misma hora. En otras ocasiones rascaba la cabeza de su viejo perro que lo había acompañado con paso más que cansino y mirada de absoluta fidelidad.
Suelo pasear por el parque, me gusta oler a verde, ver como los rayos del sol juegan con las sombras que se forman en las ramas de los árboles, como esos gansos transitan por el lago como la mejor avenida e incluso se puede distinguir algún barquito de turistas o los eternos deportistas batiendo su última marca de piragüismo.

Suelo pasear no para olvidar sino para embeberme de que tras los rascacielos, las calles atestadas de coches, miles de personas caminando al unísono mirando para el suelo, al móvil o con la música incrustada en el oído mientras vista no se pierde en lo natural sino en el reloj pues tienen que coger ese bus, ese metro, ese tren que lo lleven a sus destinos…

Sí, el parque es el paréntesis necesario en mi vida.

Lo he visto siempre sentado, es serio pero tiene una mueca que hace que sea agradable a la vista. Es muy correcto, educado, un señor…

Un día, sería por verano, lo vi llegar sobre su hora y caminaba despacio como cojeando aunque no llevaba bastón. Me supuse que tendría alguna enfermedad o que la artritis ya le estaría castigando. Era mayor aunque tenía ojos de niño pues a pesar de verlos apagados refulgían de él una llamarada que hacía sonriera con lo mínimo. Me encantaba el comprobar que todavía hay personas capaces de sorprenderse con las cosas nimias, con lo que nadie se fija, con lo que nadie ve.

Un día me senté en su banco, no era su hora, porque intentaba respetar su silencio, su soledad.

Llegó con esa leve cojera que hacía caminase más lentamente, me miró y sonriéndome me dijo “buenos días”.

Perdone, si le molesto me voy. Sé que usted se sienta siempre en este banco pues yo también son usuario de este parque que forma parte de mi propia casa. Sé que le gusta estar solo y hoy al ver que ya había pasado la hora pues me he sentado aquí a ver ese horizonte que usted retiene en su memoria cada día. Perdone si le hablo así pero sin conocerlo de nada me parece usted tan respetable.

¿Respetable yo? ¿Por qué dice usted eso hijo mío?

No sabría decirle un por qué concreto. Lo es y punto o por lo menos a mí me lo parece.

Si le molesto, me voy. Solo decirle que ha sido un placer conocerle. Me llamo Adrián…

No, Adrían, por Dios no se vaya. Llevo tanto tiempo solo que necesito salir de mis recuerdos.

Se le nota a usted que aunque joven está cansado de este mundo que nos rodea donde impera las prisas, los intereses y la falsedad. ¿Verdad Adrián?

Sí, aunque todavía me puedo considerar joven ya estoy un poco harto de mucho. Trabajo en una empresa de comunicación y eso me hace tener un nivel de tensión muy fuerte.

Sin conocerlo, sabía que usted se dedicaba a estos menesteres, que es ejecutivo para más seña, que recibe cientos de llamadas y correos electrónicos mientras pasa ese necesario tiempo donde huye de su realidad. Ese pitido, esa vibración, me es ciertamente conocida. Mi hijo también es un alto cargo y sus móviles no paran de vibrar cuando viene a vernos a casa.

Perdón por la descortesía, soy Manuel y estoy encantado de conocerle Adrián.

Aunque tengo más de 70 años llevo demasiado tiempo en “dique seco”. Estoy casado con Margarita que es una mujer buena, trabajadora y sufridora al máximo. No, no crea que esto es artrosis ni otra cosa por el estilo. Eso lo tengo en las manos, no en la pierna. Camino lento con una cojera que he ido reduciendo con mucho trabajo y esfuerzo porque cuando pasaba de los 40 sufrí un accidente. Bueno, en verdad fue un atentado. Yo era Policía Nacional y llevaba una buena carrera profesional. Hacía poco que me habían ascendido a Sub-Inspector. Tenía un servicio a mi cargo que me hacía feliz, me encantaba mi trabajo que en verdad siempre ha sido mi vocación pues mi padre también lo fue. Como la Guardia Civil en la Policía Nacional.

Un día que estábamos de servicio con mi querido compañero de mil batallas estalló una bomba justo cuando doblábamos la esquina. Raúl murió en el acto, murió destrozado, murió…

Yo, perdí la pierna aunque conservé la vida pero que hasta que no han pasado muchos años no he podido volver a vivir. Meses y meses de hospital en hospital, de dolores inhumanos, de padecimientos. Pero no esa clase de padecimientos físicos sino de vida. No había un día que no me acordara de ese día en el que ETA quiso matarnos por ser simplemente Policías.

Me cambió el carácter, me sentí más huidizo, me daba miedo todo, me convertí en un ser parco en sentimientos pues ellos también habían volado con el coche y con mi querido amigo Raúl que murió siendo un héroe y que está tras un nicho en el cementerio como tantos otros que murieron de igual manera en esa época en la que España se teñía un día si y otro también de sangre inocente a causa de unos mezquinos ideales.

Sólo el amor de Margarita, el apoyo de mis dos hijos, mi fiel Latón, ese viejo labrador que llegó a mi vida en un momento en el que me moría apoyado en una sola pierna. También mi buen amigo el Padre Ricardo que no me dejó un día y me hizo creer de nuevo, me hizo ver a Dios con ojos del dolor y de la Esperanza.

También hay que decir que mis compañeros de la Policía, los que van quedando porque ya tenemos unas edades, siempre han estado ahí y no me permiten que falte a ningún acto, ninguna comida, ninguna celebración del día del Patrón…

Soy y seré Policía siempre, mientras viva y hasta después de muerto. Mi hijo el mayor también lo es y hace poco más de un año que es Sub-Comisario y por eso tiene el móvil a estallar de llamadas, mensajes, correos. Vive para y por la Policía. Hasta su mujer tiene esa pasión pues los dos se conocieron con el azul uniforme aunque ella después del tercer niño pidió excedencia.

Y aunque tengo en mi armario el azul uniforme con las distinciones con las que me honraron y los galones que dicen que soy Inspector cargo que ostento desde el momento en el que me tuve que retirar por las heridas sufridas en acto de servicio.

Sí, tengo un uniforme azul que me emociona cada vez que mi viejo cuerpo lleno de vejez y cicatrices se reviste con él pero mi uniforme siempre será el último que me puse estando en servicio, ese marrón que estuvo en vigor hace unos años, ese fue el que quedó manchado con sangre y que tengo grabado en la retina de la memoria que se hace tan presente cada vez que miro ese horizonte que se abre a nuestra mirada con solo alzar la cabeza mientras ese ganso planea por el lago y los turistas se queman al sol a base de remar en dirección contraria.

Gracias, Adrián. Gracias porque he podido hablar con naturalidad de mi vida, creí que nunca lo haría y has sido ese ángel que Dios ha puesto para comprobar que las heridas están cicatrizadas aunque permanezcan por siempre jamás.

Nos despedimos hasta la próxima que no llegaría pues me ascendieron y enviaron al extranjero durante seis meses.

Cuando volví regresé al parque una y otra vez cada día aunque el banco donde se sentaba permanecía vacío, demasiado diría yo…

Al pasar el tiempo le pregunté al kioskero donde Manuel compraba el periódico y me comentó que hace cosa de tres meses cogió una gripe mala que lo llevó al hospital, una neumonía que no pudo soportar y murió con una sonrisa, con verdadera Paz.

¿Usted como se llama?

¿Adrián? ¡¡Bendito sea Dios!! El hijo de Manuel, que se llama como su padre, y que también es Policía me trajo un sobre que venía escrito a mano con la única seña que decía: “Para Adrián de su amigo Manuel”.

Lo abrí con sentimientos encontrados entre la inmensa tristeza por su muerte y la expectación de saber que guardaría ese sobre escrito con su letra. Lo que vi no me lo podía imaginar, me emocioné, pues entre mis manos tenía su placa de Policía y en una tarjeta de visita solamente: ¡Gracias Adrián, buen Amigo!

Ya no lo veo en su banco de siempre pero el recuerdo me acompaña y cuando llego a casa miro la pared con ese cuadro donde está la placa y la tarjeta de mi Manuel, mi Amigo Policía…


Jesús Rodríguez Arias

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