sábado, 20 de enero de 2018

"EGOS DE SOCIEDAD": DON CAYO.




Don Cayo siempre hablaba cada vez que podía pues no era raro el verlo recostado en el soportal por la dichosa apnea que sufría desde que estuviera de grumete en el viejo barco de papel.

Don Cayo siempre fue un hombre pulcro y por tanto no se le adivinaba la edad. Casose con moza vieja que feneció hace lustros víctima de una recaída por el Monte del Pico Chato. Se quedó viudo, sin hijos y con la herencia marital que suponía una millonada de las de antes y también de ahora.

Don Cayo se refinó según iban pasando el tiempo y de no gustarle nada empezó a frecuentar teatros de importancia convirtiéndose en el referente cultural de la época. Era invitado a toda tertulia que quisiera ser algo para que introdujera el tema a debatir siendo su especialidad la “honorabilidad del cornudo y su implicación en el desarrollo de las larvas marinas”. Este tema fue tan aplaudido que hasta en la Francia instruyera.

Mis queridos coetáneos:

He sido amablemente, pistola al cuello, invitado a participar en este congreso de embestidores natos. Hoy tocaremos cuernos, tamaños y pareceres…

Sombrero alto para cuernos chicos, turbantes de majarajá para los cuerpos tamaño regular, recogimiento en casa propia cuando los cuernos son otra cosa.

Con esta explicación tan ilustrativa terminaba la charla y todos se iban al palacete de Don Emeberto de Testuz Alta para comer apaciblemente rabo de toro aunque fuera de cordero lechal.

Esta vida de ensueño que llevaba Don Cayo no fue así siempre pues tuvo la desgracia de educarse en el patio de al lado del colegio de los imberbes donde todo era considerado “pelillos a la mar”.

Sus padres fueron muy austeros y gracias a ello pudo crecer en la churrería del primo Solondro, el único de los grandes y gordos por eso fueron prohibidos por la sociedad canina con delgada extrañeza.

De tanto hacer churros no le salieron vellos en la zona axilar hasta la indecorosa edad de los y tantos cosa que le produjo gran deterioro en sus relaciones con otros géneros.

Todo este deterioro sentimental le produjo grandes contracciones de espíritu que lo dejó desfondado mucho antes de que conociera a Impoluta, viuda de un contrabajo del almirantazgo, que rozaba la edad de perder el ligero movimiento de las corvas. Impoluta se casó con Cayo y se Cayó de lo alto de una montaña cuando buscaba caballitos de mar.

Ahora Don Cayo se había alquilado un título nobiliario que lo compartía con un pintor de brocha gorda y gusto borde. Marqués de Las Polainas de Arriba ponía el desplegable que usaba como tarjeta de visita a grandes y holgados comedores.

Don Cayo siempre fue de nervio caliente y por eso se le atribuyen muchos amoríos tanto dentro como fuera del sótano aunque el romance más comentado fue con Natacha de Hijadrov, antigua bailarina del Teatro Ruso “Ensaladilla Encarnada” donde interpretaba a una gacelilla que voleteaba por aquí y por allá.

Fueron portadas de varias revistas dedicadas al corazón y a otras cosas. Ella que con los años se había convertido en una danzarina muy modosa sabiendo que Don Cayo aparentaba una cosa y era lo contrario nunca le dejó besar la peluca de su tía-abuela Zarina Papotov.

Pero Don Cayo ocultaba que también le gustaban los querubines con pelo en pecho y es que sus padres le dieron una educación donde todo se cogía con las manos.

Don Cayo bebía los vientos de Mochuelos el Picapedrero que tenía unos músculos enormes y un pequeño cuerpo. Él se pensaba que todos los “brazos” serían igual y soñaba el día que pasara por la piedra tal especimen.

Un día visitaron a Don Cayo dos chicos que se decían liberados, él se creyó que eran mormones, pero en verdad eran dos degenerados pues querían hablarle de la diversidad sexual. Una chica feminista que parecía un zagal, por lo del bigote, y un chico más delicado que una hoja de afeitar le dijeron que Don Cayo tenía pinta de bi. Nuestro protagonista demudó por entero y los echó sin contemplaciones al zaguán de la esquina.

¿Bi? ¿Bi? ¿Yo?

¿Eso que será?

Un día en la tertulia de Don Hipo había un destacado sicólogo especializado en sexología y sin querer mientras se llevaba un vaso de licor de brevas al óculo le dijo que se consideraba “bi”.

Rigomerio de Himen Fruncido lo miró con cierto interés y le contestó que eso era lo más normal del mundo, que el ser hetero era algo antiguo y muy propio del heteropatriarcado, que dícese del que le gusta el jamón y el pescao, las almejas y el rabo, de toro se sobreentiende…

Don Cayo lo miró sin saber donde posar la mirada pues Rigomerio le guiñaba el ojo mientras escupía el hueso de una lechuga.

Yo, dijo sin venir a cuento, querido Cayo soy Queerr y tú por la forma que miras la entrepierna de ese cordero que nos vamos a zampar creo que eres bi. Mira Don Eufotón de siempre ha sido otra cosa y ese pobre hombre, el veterinario, es un triste hetero.


Don Cayo lo miró y cayó en la cuenta que su mundo era como una vagoneta donde hoy está aquí y mañana está allá mientras se entretienen en sus circunloquios llueves fotografía de los de “EGOS DE SOCIEDAD”.

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