sábado, 8 de junio de 2019

EL PAQUETE DEL MANIQUÍ.




Norby, el marido de Ciriaca, se había jubilado hace años siendo aun joven pues una minusvalía congénita en el dedo gordo del pie le hacía imposible trabajar en su empresa de muelles de colchones que heredó de su padre, antes abuelo,  y que tenían como sobrenombre el de “Los dormilones” pues antes de que saliera ningún artículo de su casa había que probarlos con una buena siesta y si esta era de baba caída se cobraba aparte.

Pues Norby a los 46 años pudo jubilarse anticipadamente, vender un negocio que estaba en plena expansión, finalizando una larga historia en la colchonería de la zona ya que después de ellos se puso una industria de productos refinados de pastelería y derivados.

Uno de los que más sintió la marcha de ese negocio fue el Tío Críspulo que era   el dueño del club social de las afueras del pueblo y que era un gran consumidor de los colchones del Norby pues eran los más baratos y los que más ruido hacían y claro está cuanto más sonaran, más ganancias había pues de siempre Críspulo se ha regodeado en decir que tenía el mejor “género”.

Norby, que en verdad se llamaba Norberto de Bulto Aparte, venía de una luenga saga familiar de querer aparentar más de lo que tenían y poder disfrutar.

Ciriaca A Dos Velas, era el nombre de su esposa con la que se casó hace ya dos década y gracias a esa feliz unión de corazones pudieron copular en los colchones de exposición. Tenían tres hijos muy modosos ellos: Claudio Magno,  Ceracio Pikolín y Colmán Muelle Flojo. Tres hijos y una hija fuera del matrimonio pues Edelina, que así se llama la púber, nació poco antes de los desposorios en la finca familiar “Endredones”.

Mientras Norby trabajaba en la Colchonería familiar ella se iba de picos pardos con sus amigas Rómula y Santa al hotel El Picotazo donde además de desayunar, comían y yacían si era menester con el maitre y saca correspondiente. Eran mujeres muy liberadas y liberales y de eso podían dar cuenta muchos más de lo que uno se podía imaginar.

Pero desde que su Norby se había jubilado con una minusvalía congénita que le impedía su labor profesional la cosa había cambiado drásticamente porque de sus divertimentos tuvo que pasar a cuidar un marido enfermo que se aburría de estar en casa hablando sobre las pérgolas del vecino al que no podía ni ver porque trabajaba de noche en un naig club de esos.

Artemio que era el médico y amigo de la infancia de Norby le recomendó que empezara con una actividad física moderada pues le vendría bien a su enfermedad congénita así como en lo psicológico pues de tener una gran actividad profesional ha pasado a un aburrimiento supino solo alterado cuando su querida esposa le ponía a pelar  papas. Le recomendó que empezara a hacer carreras de fondo, que escogiera un itinerario y tres veces por semana empezara a correr. Al principio de forma más pausada y al final verás como entras en un equipo de maratón y todo porque el deporte envicia más que el sexo, más que la comida, más que el dormir, más que el deporte…. Norby miraba la cara desencajada de su amigo que parecía más loco de la cuenta.

Pues nada se puso a ello… Se compró una serie de camisetas transpirables, unos calcetines transpirables, unas zapatillas ergonómicas y transpirables y unas ajustadísimas mallas también transpirables, una maquinita que le chivaba si iba más rápido de lo normal o si las paradas eran demasiadas prolongadas o si bebía más isotónica de lo normal.

Todo más o menos fue normal menos en el momento de llegar a las mallas pues la había de tres clases: Las no transpirables, mucho más baratas, que fueron descartadas, un modelo muy ajustado en el que quedaba marcado todo al natural y otro modelo más que tenía una especie de forro por la parte hueveril muy práctica para los que no están dotados en enseñar lo que no tienen. Costaba un poco más porque era una especie de wonderbra de los huevos.

Norby no se achantó y viendo que la segunda opción le quedaba perfecta al maniquí que era un muñeco y no un machote como él se compró la malla sin complementos en diversos colores y dibujos. La broma para vestirse para esto del correr le salió por un ojo de la cara pero bueno para ser un corredor antes habría que parecerlo se decía, no sin lógica, el bueno de nuestro Norby…

No es óbice el decir que cuando Norby se puso la equipación no tenía nada que ver con lo que había visto en el expositor. Menos las deportivas y los calcetines transpirables lo demás ná de ná…

Ni la camiseta se ajustaba a sus abdominales ni marcados pectorales, serán porque nunca los ha tenido desarrollados, ni la malla de licra redondeaba la zona de conflicto donde todos los ojos de las féminas y de los que le gustan el pescado se van indefectiblemente. Se miró al espejo y lo que vio fue de pena…

¡Ciri, Ciri! ¿Tú has visto esto?

Y ella le preguntó: ¿El que hay que ver?

Norby, se vino abajo pero siguiendo el consejo de su amigo Artemio enchufó el único aparato vistoso y se lo puso en el brazo que lo oprimía a base de bien y se fue a correr. Hacía tanto calor, tenía tanta sed pues había olvidado comprar la isotónica, le apretaba tanto el transistor que llevaba en el brazo y sentía que el aire calentorro se colaba por la licra transpirable que a los 15 minutos se tuvo que parar y volver a su casa arrastrando los pies y sus vergüenzas…

Al día siguiente lo intentó y al otro también hasta que por lo menos corría tres o  cuatro kilómetros, en ida y vuelta, que lo hacía llegar con gran dolor en el brazo, en las pantorrillas, en los muslos y en la inexistente huevera que al no poderla sujetar el rozamiento le hacía sufrir lo indecible.

Ciri que veía a Artemio hacer deporte con Isidoro, otro amigo de la infancia de su marido, con iguales licras siempre se decía que algo fallaba porque a ellos el paquete les quedaba de lujo y mi Norby parecía que la mallita le caía algo grande.  Cómo buena mujer quería defender el honor maltrecho de su marido que ya era conocido en el pueblo y en las carreras en las que participaba como Norby  “Sin paquete” y un día se coló en la tienda de deportes y habló con la persona que le vendió su equipamiento.

Mire, mi Norby está pasando una vergüenza enorme porque las mallas en vez de marcar parecen que hacen desaparecer su paquete y eso no es, eso no es…

Jaume, que así se hacía llamar porque había estado de Erasmus en Barcelona, le dijo que le ofreció dos modelos y que él después de mirar al maniquí se decidió por aquél.

El primero y más barato no es transpirable.

El segundo el que tiene en casa.

Y el tercero uno con una especie de relleno hueveril que hace las veces de paquete y disimula formando un normal bulto cuando se carece de aquél.

Señora, yo le dije que este le vendría bien pues pude comprobar que su marido es chico de bultamen pero miró y comparó con el maniquí y me dijo que si un muñeco sin forma se le marca a él más por supuesto…

Nuestra Ciri acabó mirando al maniquí en cuestión que llevaba una camiseta en la que se marcaban unos perfectos pectorales así como unos abdominales esculpidos y siguiendo su mirada para abajo comprobó como en la licra se redondeaba las formas de una genitalidad perfecta.

Ciri, que es muy suya, le preguntó al tal Jaume si esa licra era de las que tenía relleno.

“No, señora y ahora se lo demuestro”.

Se fue hacia el maniquí bajó la malla y entonces Ciri comprobó por sus propios ojos algo que ni siquiera se le había pasado por la mente: ¡El paquete de maniquí!

“Es que ahora lo hacen perfectos para que puedan lucir cualquier tipo de ropa”, le dijo Jaume mientras Ciri miraba embobada al maniquí de la tienda que tenía el cuerpo de un adonis.

Se fue pensativa, dando las gracias y su número de teléfono a Jaume que también tenía buenas jechuras. Cuando llegó a su casa Norby estaba despotricando del engaño que le habían hecho en la tienda mientras se ponía polvos de talco en la entrepierna llena de rojeces de tanto rozarlas en las carreras.

“Ciri, cuando me mejore voy a ir a la Facua a denunciar a la tienda pues me han engañado, me han vendido unas licras que no sirven para correr ni para mostrar”.

Entonces su mujer con gesto aburrido le constestó: “No, cariño, Jaume el dueño de la tienda no tiene la culpa, la tienes tú por no dejarte aconsejar y no adquirir esa libra güevebrás que te ofreció, pero no, el señorito quería la misma que estaba en el expositor sin saber que el maniquí tiene paquete y muy bueno por cierto”…

Y ahí se acabó la discusión así como la afición de correr y vestirse con las camisetas y mallas de licra transpirables que al otro día se pudieron ver como descansaban en el fondo del contenedor de la basura.

Desde ese día Norby no fue el mismo y tampoco Ciri  que gustaba ir a la tienda de deportes de Jaume y le ayudaba a colocar los paquetes y las cajas porque de lo otro no lo sabemos, ni lo queremos saber…

Jesús Rodríguez Arias


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