viernes, 4 de noviembre de 2016

ERNESTINA.



Resultado de imagen de dibujo abuela sentada

“Cuando el río suena agua lleva” pensaba de dentro para fuera la abuela Ernestina ante cualquier situación que le pasara frente por frente.

No, no era mal pensada sino que la vida a modo de caídas le había enseñado mucho más que toda la sabiduría andante del bueno de su padre al que todos en el pueblo lo tenían como un erudito.

Ella había crecido en una familia numerosa y gracias al puesto de secretario su padre que compaginaba entre el Ayuntamiento y el Gobierno Civil pudo al menos sobrevivir.

Como sus hermanas se instruyó en el Colegio de las Monjitas, que era como se conocía al único que había en el lugar. Guardaba grandes recuerdos del mismo y sobre todo de Sor Adoración que era muy recta en las cosas del saber y muy dulce en el trato. Nunca entendió eso de que “la letra con sangre entra” porque ella pensaba que en la confianza y de encender en el alumno la lámpara por el conocimiento no hacía falta derramar sangre pues ya era mucha la que había absorbido la tierra con tantas guerras y batallas.

En el pueblo se conocían todos y a su vez eran todos como una pequeña-gran Familia donde las tristezas y las alegrías se compartían. Sí, Ernestina aprendió a compartir desde antes de nacer pues en casa sus padres nunca tuvieron nada suyo y los vecinos del pueblo se entregaban a esa preciosa misión de ayudarse unos a otros. Allí cuando se tenía se compartía con todos y cuando no se tenía todos compartían contigo.

Por aquél entonces en la parte más alta y también más despoblada estaba el pequeño Cuartel de la Guardia Civil y junto a él la Casa.

El Cabo Mesa tenía a su cargo a tres agentes más: Luciano, Vicente y Juan que todos conocían como el recién llegado y que no tendría más de 22 años.

Era costumbre en casa de Ernestina ir todos los domingos a Misa. Era normal ver al Padre Don Marcelo con su rotunda voz se dirigía a sus fieles desde el púlpito. Allí conoció a Juan, el joven y apuesto Guardia Civil, que se solía sentar en el último banco, como si no quisiera molestar, y arrodillarse frente al Señor con su verde uniforme. Siempre fue Juan un hombre de fe que no le faltó ni siquiera en los peores momentos.

Como el Cabo Mesa era muy amigo de mi padre cuando se lo encontró nada más salir de Misa le dijo que le esperaban en el bar de Fulgencio para tomar unos vinos. Le dijo que hoy le acompañaría Juan que acababa de llegar de la capital y que estaba más perdido pues no conocía apenas a nadie.

Don Rufo, que así se llamaba el padre de Ernestina, llegó a casa cinco minutos antes de almorzar respetando esa vieja tradición que desde siempre le había inculcado Flor su amada esposa.

¡Hoy he conocido a Juan! ¡Qué chico más educado y cortés! Es Guardia Civil y viene de la Capital de una familia de honorables miembros de tan Benemérita Institución, decía.

El domingo que viene lo voy a invitar a venir a casa para que almuerce con nosotros. ¡Veréis que además de educado tiene una gran conversación!

Los días la siguiente semana pasaron al igual que las anteriores pues la vida en el pueblo y la vida de la familia seguía los senderos preestablecidos.

Llegó un nuevo sábado y el domingo como siempre fueron a Misa a que Don Marcelo les recordara lo pecadores que eran y que menos mal que está Jesús para salvarnos.

Era el Cura un hombre que siempre parecía malhumorado pero que tenía un corazón de oro y si no que le preguntaran a todos cuantos pasaban hambre y sed de las de verdad y de la otra, de la espiritual, ni te cuento.

Cuando vino al pueblo hace más de 35 años ningún hombre entraba por la Iglesia y mujeres pocas a decir verdad. Después de ejercer como párroco, como cura, como confidente, amigo podía presumir con ojos llenos de emoción de un templo lleno todos los domingo con casi todas las mujeres y todos los niños del pueblo y cada vez más hombres que iban a ver a Dios y a Don Marcelo para darle las gracias de tanto.

Ernestina, su madres y hermanas se fueron a su casa poco después de acabar con la Misa y Don Rufo se marchó como era habitual en él a Casa Fulgencio pues las costumbres no hay que perderlas nunca aunque hubieran invitados.

Cinco minutos antes de comenzar el almuerzo que primorosamente habían preparado Flor y sus hijas llegó con Juan, el nuevo y apuesto Guardia Civil.

Ernestina recuerda ese almuerzo como el mejor de su vida pues nada más verlo le retumbó el corazón para siempre. Él parecía corresponderla pues a cada gesto le sonreía con la mirada. ¡Fue un flechazo en toda regla!

Cuando marchó de casa de Don Rufo, bien pasada la tarde, Juan sabía que se había enamorado y que sus pretensiones no eran volver a la Capital y ascender sino quedarse en ese bendito pueblo que lo había acogido con los brazos abiertos y ser Feliz.

Se miraban, se saludaban tímidamente al salir de Misa o hablaban animadamente cada vez que su padre lo invitaba para almorzar cosa que pasaban casi todos los domingos que no estuviera de servicio.

Resultado de imagen de guardia civil años 50Un día Juan cogiendo ese valor que se tiene una sola vez en la vida se acercó para decirle que la quería, que estaba plenamente enamorado de ella, que Dios se le había aparecido cuando la vio por vez primera.

A Ernestina se le subieron dos chapetas entre la emoción y la vergüenza propia y le dijo que ella sentía igual pero que tenía que hablar con su padre, Don Rufo, antes de acercarse ni siquiera a cortejarla.

Juan, como buen Guardia Civil, quedó una tarde de jueves mientras llovía a cántaros para hablar de hombre a hombre del amor que sentía por Ernestina. Fue una conversación que empezó entre caballeros y terminó de padre a hijo.

Más de siete años estuvieron de novios mientras reunían su ajuar pues las cuatro paredes la tenían en la Casa Cuartel.

Un día, cuando quedaba menos de un año para casarse, llegó una carta de su padre que le requería en casa pues tenía buenas nuevas para él.

Juan no le había dicho nada de su novia pues conociendo a sus padres que eran personas influyentes y llenas de un malsano clasismo podrían haber movido sus hilos para que tuviera que abandonar el pueblo donde había encontrado la Felicidad.

Viajó toda la noche para ver a sus padres y decirles que tenía novia y que pensaban casarse en menos de once meses.

Su padre lo recibió marcialmente sin un gesto de cariño y le comentó que había almorzado con su amigo secretario del ministro y le había recomendado para la guardia y custodia del ministerio con ascenso de categoría y de sueldo. Que empezaba el mes que viene.

Juan, firme ante su padre, le dijo: “Con el debido respeto señor, no he venido a verlo con este fin que en otros tiempos hubieran causado en mi honda satisfacción sino para comunicarle a usted y a madre que dentro de unos meses me caso con la joven más guapa, más bonita y más buena que hay en el pueblo al que tenido el honor de servir durante estos últimos años en los que usted ni se ha preocupado por mí”.

No estaba preparado Don Ricardo para esta contestación pues hasta perdió su pose autoritaria y tuvo que sentarse en el sillón de la biblioteca familiar.

“¿No estará embarazada?”

“No, señor. Nos casamos por Amor y no por obligación impuesta”.

“¿Entonces rechazas la oferta del secretario del ministro y una mejora en tu vida por casarte con una pueblerina?”.

“No, padre, rechazo la oferta que entre usted y el Sr. Secretario han urdido a mis espaldas por Amor”.

Don Ricardo tronó cuando le dijo que no había más que hablar, que se fuera de su casa, que ya no era bien recibido aunque Juan pensó que en verdad nunca lo fue ni le hicieron sentir en casa, y que por él se pudriría en ese maldito pueblo junto a su amada esposa y los hijos que tuvieran.

Juan volvió al pueblo y aunque estaba algo triste tenía una sensación de descanso, de libertad, pues por segunda vez en su vida había elegido él y no su padre. La primera fue hacerse Guardia Civil.

La boda se adelantó porque Don Rufo así lo dispuso pues no había razón alguna de que esperaran a no sé qué.

Los casó Don Marcelo que ese día no les echó la bronca sino que les habló del Amor, esa clase de Amor que se habían demostrado Juan y Ernestina en todos estos años.

No faltó nadie del pueblo y después lo celebraron en Casa Fulgencio que ese día puso todo lo bueno que tenía guardado en el almacén porque esperaba siempre una ocasión mejor y esta había llegado.

Ernestina sentadita en su vieja mecedora recuerda como se quisieron hasta morir, los cuatros hijos con los que Dios los bendijo, el ascenso a Cabo y después a Sargento de Juan que terminó su carrera en la Guardia Civil como el Comandante de Puesto con más de 8 hombres a su cargo.

Recuerda el cariño, la gratitud y el amable respeto que todos les tenían y hasta Andrecillo, que robaba gallinas para luego venderlas, lo quería un montón porque siempre fue bueno con él. En verdad Juan con el pasar de los años se convirtió en el padre de todo el pueblo pues a él iban a ver para que les solucionara tal o cual problema, le escribieran cartas, lo acompañaran al banco...

¡Hace más de 10 años que murió y cuanto lo echa de menos!

Hoy se ha puesto a mirar el ventanal donde se ve anochecer de una forma diferente cada día y ha recordado su vida que fue Feliz y llena de plenitud gracias a todo un caballero, todo un Guardia Civil, que inculcó a sus hijos los valores de tan Benemérita Institución, y que prefirió el Amor que es lo que permanece a altos honores y cargos que cuando acaban se diluyen y terminan por desaparecer.

“¿Abuelita, por qué lloras?”, le dice su nieta Margarita mirándola a los ojos.

“Porque cuando el río suena, agua lleva y mi vida lleva ya mucha agua tesoro”.


Jesús Rodríguez Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario