Trófimo en
estos años sin el suplicio de su hija
había “intimado” con su mujer a la que llamaba cariñosamente “Supli”. Prefería
estar más tiempo en casa y hasta se perdía una o dos tertulias semanales de su
selecto club “El Dormitar”. Hasta su amigo Osorio estaba extrañado de su
repentina juventud y ganas de vivir.
. Trófimo,
¡Me nublas con tu “indecorosa” actitud impropia de un hombre de tu edad!
. Osorio,
¡Cómo se nota que estás soltero a pesar de que has cumplido tu trigésimo octavo
aniversario de boda hace tan poco! Tecla, tu mujer, no quiere “apoteosis” de
vez en cuando.
. Pues no,
nosotros somos un matrimonio santo en la que solamente una vez en los últimos 38
años ha tenido un “escarceo” y nos hemos cogido la mano. Tú sabes lo pulcra que
es Tecla en estos temas. Si hasta para engendrar a nuestro único vástago
Pafnucio lo hicimos todo a “soslayo”.
. Pues yo,
estoy viviendo una segunda luna de miel sin haber conocido la primera. Es que
mi hija Suplicio es una hija de la gran pularda que no nos dejaba vivir. Lo
mejor que hice es vender las costosas colecciones de cuadros hechos con alas de
mosquito de Kenia y de bolindres de mi niñez porque hemos tenido 7 añitos de
descanso absoluto y mente diáfana.
. ¡Hasta del
coñazo del tal Baltasar se ha olvidado mi esposa Suplicio!
Cómo
decíamos Trófimo y Suplicio acabaron tan feliz su crucero en el “Río Charco” y
volvieron a su casa mucho más contentos, relajados y moreno de rico que es lo
mismo que decir los antebrazos, manos, cuello y el rostro menos un centímetro
en la frente que es donde se coloca el sombrero y la femenina pamela.
. Supli,
¡Qué tranquilidad!
. Verdad,
donosura marital.
Pero esa
alegría se iba a tornar pronto en pesadumbre pues el suplicio de su hija
Suplicio volvía a casa después de conseguir el título de Historia de la
Genealogía así como notable investigadora con horas y horas al calor de la
tienda de campaña y de otras cosas que mejor aquí no mencionar y que tuvo la
culpa el hombre que le había conquistado el corazón llegando a penetrar cada poro
de su grasienta piel: Iracundo Demenciano.
Una tarde
plácida mientras D. Trófimo dormitaba en el butacón de su casa y Suplicio madre
cosía sonó el timbre de forma impetuosa.
D. Trófimo, que recordaba ese desagradable sonido gritó con voz muda: ¡Coño, ahí
está el engendro que engendramos! ¡Ahí está Suplicio!
Y
ahí estaba tan repelentemente asquerosa y sabelotodo de nada nada.
.
Hola hija, ¿cómo tu por aquí?
.
Pues ya vessss, me he dicho a mi misma mismamente, que para eso soy
descendiente de Baltasar además licenciada en historia de la genealogía e
investigadora en muchos campos, de trabajo se sobreentiende, voy a ver a mis
padresss y así les presente a mi novio.
.
¿Tú pretendiente?
.
Hijo, ¡pero que anticuado me eressss! ¡Mi novio, es mi novio! Somos iguales
aunque muy distintosss.
Y
es que Suplicio desde que es culta termina las frases arrastrando las eses
aunque la mayoría cuando la escucha dos veces quiera mandarla a recoger heces
que para eso es tan investigadora de campos de trabajo.
.
¿Tú, tu, tu...., novio?
Sí,
además es como yo: ¡¡Contestatario!!
.
¿Novio? ¿Contestatario? D. Trófimo en ese momento envejeció diez meses por los
menos.
.
Y ademásss no es rico ni pudiente como podemos ser nosotros: ¡Qué asco, me doy
de mi misma por diosss!
.
Sí, Suplicio, te dará mucho asco pero bien que has vivido desagradecida. Le
dijo su madre llena de dolor y de angustia pasando un verdadero suplicio.
Mi
novio, el hombre de mi vida, se llama Iracundo Demenciano trabaja en la rama de
estercoleros y derivados porque al ser contestatario de los de verdad no tiene
estudios universitarios aunque ha participado en varios campamentos donde ha
introducido todo el instrumental que tan bien maneja. ¡Es que mi novio essss!
Iracundo
hizo acto de presencia ante D. Trófimo y Dª Suplicio con cara de odio ímplicito
porque tenía rencor de la clase bien de la que odiaba hasta las enaguas aunque
no la riqueza que esta tenía y él
pensaba en atrincarla.
Flacucho,
cuerpo desgarbado, un metro y medio de largo y ya es largo, cetrino de piel y
cabellos cenizos, barbilampiño y vestido como un contestatario.
.¡Gggg,
güenaas!
.
¿Perdón? Le contestó D. Trófimo que no le había escuchado absorto como estaba
al contemplar el ejemplar del cual su asquerosa hija se había enamorado
mientras Suplicio madre le repetía el vahído se sostenía la faz entre sus
palmas.
.
¿Cómo está usted Iracundo? Le preguntó D. Trófimo para mantener algo la
excelencia de la educación en la que había sido educado.
.¡Mal,
mividaesunamierdaporquetrabajoenlamierdaelricoelcapitalelobreronadadenayustedmepreguntacomoestoycuandovivemejorquequieremientrasparacomerfumarbebertengoquepedirseloaSuplicioqueesminoviamiparejayseguramentemimujerporqueyanilosmierdasdelosqueeranmisamigosnimefiannisefiandemi!
¿Ustedmepreguntacomoestoy? ¡Mal,muymal!
¡Joder,
pensó D. Trófimo, además de contestatario la niña se ha agenciado a un anormal
desarrapado!
.
¡Un desarrapado, Supli, un desarrapado!
Y
le cerró la puerta en la jeta del jeta del novio de Suplicio mientras le
espetaba en su cara: ¡Joven, váyase a tomar viento!
D. Trófimo, con
la mirada perdida en sus propios pensamientos, se metió en la biblioteca y
admiró el busto de Crescencio General y le dijo entre recatadas lágrimas:
¡Crescencio, tú sí que vives!
Jesús
Rodríguez Arias
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