Mientras
D. Trófimo absorto en sus pensamientos delante del busto de su tataratío D.
Crescencio General y Dª. Suplicio, vahído va y vahído viene, no terminaba a
llegar al fin de la cuestión porque el desastre se había instalado en su propio
hogar cuando menos se lo podían esperar.
.
Supli, si yo sabía que de esos campamentos de investigación no se iba a sacar
nada bueno.
.
No me hables, Trófimo. Le dijo su destrozada esposa mientras colocaba un
pañuelo humedecido con perfume de esencia de jarzmin en sus delicadas sienes.
Suplicio,
la hija de su madre y de D. Trófimo, caminaba cogida de la mano de Iracundo
totalmente contrariada por la situación que acaban de vivir en la casa familiar
porque ella no podía esperar ni por asomo que su progenitor actuara como lo
había hecho con un hombre de corazón grande, cuerpo pequeño y gañote
descomunal.
.
Iracundo, mi padre se ha pasado tres pueblosss. No esperaba que te tratara con
la frialdad que lo ha hecho.
.
Notepreocupesamor,compañeraensentimientosymonedero,yasedarácuentadeloquehahechoporqueelriconopuedeseguirmaltratandoalproletarioquelounicoquequiereessudinero.
Siguió
Iracundo Demenciano con su perorata:
.
Piensoqueeldineromíoesmíoyeldelosdemáshayquerepartirloentretodossinoquejusticiasocialnileches.
.
¡Qué bien hablasss! Contigo soy cada vez más contestataria y desde ya mismo,
mismamente, reniego de mi familia que está podrida de dinero y me hago una
desarrapada como tú que eresss el amor de missss amoresss.
.
¡No! ¿Quévashacerloca? Eldinerodetufamiliaesdetodosyantesquetodosesmío.
Aquínadiereniegadenadie.
Y
siguieron caminando aunque llevaban sentados largo tiempo en la terraza de un
hotel de lujo que eran los que les gustaba a Iracundo porque él era muy suyo.
D.
Trófimo salió decidido de su casa dejando a su
mujer abstraída con la mirada perdida en las musarañas que era como ella
llamaba a las telas de araña.
.
¡Tengo que hablar con D. Demócrito! ¡Él sí sabrá lo que hacer para que ese que
quiere ser novio de su hija no volviera más por su santa casa!
En
el selecto club “El Dormitar” tenían programada una nueva interesante tertulia
que no había dejado indiferente a los que allí se habían congregado: “Cómo
tienes que dar el pésame a tu mujer cuando se convierte en viuda”. Para
introducir el tema se habían traído de Estados Unidos a D. Agapito Porrales que
es profesor en llantos de otros.
D. Demócrito hizo la presentación que duró lo que un
suspiro de hora y media y el Sr. Porrales, apellido muy anglosajón, empezó con
su disertación.
Trófimo,
circunspecto, se acercó a D. Demócrito y le gritó silenciosamente en el oído
que tenía necesidad de hablar con él lo más rápido posible.
.
En cuanto acabe esta interesante tertulia que nos enseñará a los maridos como
comportarnos cuando nuestras amadas esposas se convierten en viudas estaré
contigo Trófimo en el salón de reuniones reservado para los fundadores: D.
Demócrito, D. Trófimo y D. Osorio porque los demás socios de este prestigioso
club no tenían derecho a entrar.
En
un abrir y cerrar de ojos se terminó esta interesantísima tertulia, cinco horas
y cuarto nada más duró, y D. Demócrito junto a D. Trófimo, que presentaba
cierta lividez en sus pómulos, se dirigían hacia el Salón de los Fundadores
mientras Osorio se despedía con un gesto de respeto y cercanía que embargó de
honda emoción al padre de Suplicio.
.
Trófimo, aquí vamos a dejarnos de tratamientos. Yo soy para tí, D. Demócrito y
tu eres para mí, Trófimo y es que el cacique y dueño del 83% del club tenía
unos ciertos privilegios que los demás no podrían ostentar en la vida. ¡También
la existencia de los pudientes y ricos es dura, muy dura!
.
D. Demócrito, tengo el alma en vela apagada pues mi hija Suplicio ha vuelto a
casa y se ha traído un joven, que dice ser su novio, que es contestatario,
ácrata, trabaja en el sector de estercoleros y derivados, se lava poco, se
cultiva menos, está lleno de odio. ¡Lo que se dice un desarrapado! ¿Qué puedo
hacer?
.
Trófimo, mala papeleta la que te ha tocado jugar querido mío. Contestatario,
ácrata, sucio, rencoroso y desarrapado. ¿No había ninguno peor que se enamorara
el suplicio de tu hija?
.
Al parecer no, mientras de su alma brotaban lágrimas y de sus narices mocos.
.
¿Cómo se llama el interfecto?
.
Iracundo Demenciano.
D. Demócrito se le mudó la cara al recordar un hecho
que había silenciado en su vida pues conocía bien, pero que muy bien, al padre
de Iracundo un buen hombre llamado Pasencio Demenciano.
Pasencio
sirvió en la casa de su niñez. Era el encargado de recortar las esquelas que su
querida madre, Dª Orora, coleccionaba desde que su tía-abuela Bertila muriese
de un ataque de tos tras ingerir su habitual desayuno que constaba de 1 kilo de
pan con tocino sin agua ni nada pues ella decía siempre que era de ordinarios
beber agua cuando existía el aguardiente.
Pasencio
recortaba hábilmente las esquelas de todos los periódicos que se publicaban
aquí y también en el extranjero.
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Dª Orora, madre digna y respetada, ¿Por qué Pasencio recorta las esquelas de
los peródicos de las américas? ¿Tenemos Familia en tan lejanos lugares?
.
¡Ay, Demócrito, que inocente eres! ¿Cómo vamos a tener Familia en esos sitios
si nosotros nunca hemos salido del pueblo? He ordenado que las recorte para ver
si se repiten.
.
¡Madre siempre es ejemplo de virtuosismo intelectual!
Demócrito y
Panciano cogieron un grado de amistad y hasta permitía que le cortara las uñas
de los pies cosa que llevaba a orgullo
el pobre de Panciano con el consiguiente olor a queso que después quedaban
impregnados en sus falanges.
Pero
ocurrió lo que tenía que ocurrir y un día sorprendió a Panciano cogiéndole el
tocino a Ricarda, la cocinera de toda la vida de su casa, y desde entonces fue
despedido sin derecho a explicación. Ricarda se quedó pues hacía las mejores
croquetas del mundo.
Desde
entonces nadie le cortó las uñas como Panciano que con los años se casó con una
buena mujer y que tuvo varios retoños y un invierno el famoso novio de
Suplicio, hija de Trófimo, Iracundo Demenciano.
.
Trófimo, sé de quien me hablas y sé que es un ser abyecto que solo quiere beber
de las fuentes hasta secarlas. Me constan dos escarceos sonoros con damas de la
alta sociedad cuando apenas levantaba un palmo del suelo, no ha crecido mucho
desde entonces, y que puso en peligro el prestigio de tan luengas familias.
Después conoció a un sacerdote muy preclaro defensor de los suburbios y quedó
maravillado hasta el límite de querer modificar su vida hacia ese santo camino
cosa que no cuajó porque el sacerdote se salió cuando Iracundo se pensaba entrar.
.
Sé que acabo trabajando en el sector de estercoleros y derivados así como
cometiendo sus fechorías. ¡Siento mucho, Trófimo, que te haya tocado a ti
precisamente bregar con este sinvergüenzas! ¡Tienes mi apoyo para lo que haga
falta!
D.
Trófimo con lágrimas en la boca le agradeció la
narración y el apoyo recibido de D. Demócrito pues suponía una lancha en un mar
de aceite.
Volvió
a casa más esperanzado de poder quitar ese pulgón del ánimo de su hija que en
definitiva, por muy repelente, asquerosa, antipática que fuese, era su hija.
.
Supli, ya sé quién es el mierda ese que trabaja en la mierda y que quiere ser
el novio de nuestra niña.
Mientras
alzaba la mirada se fue encontrando con los ojos espantados de su mujer, los
despechados de su hija y los iracundos de Iracundo que habían sido invitados a
cenar por Suplicio madre para recomponer las relaciones en un acto maternal.
Iracundo
sostuvo la mirada en los ojos de D. Trófimo mientras sostenía una loncha de
jamón y le espetó en su cara:
.Cuandomecomatodoloqueestáenlamesaysumujermedeeldineroquelehepedidoparairtirandomeirédeestacasapuestengovergüenzaynovoyaconsentirquenadiemeinsultequeunotienedignidad.
D. Trófimo, lívido como la cara de un fenecido, se
fue a la biblioteca y se sentó totalmente derrumbado mientras pensaba que nadie
le respetaba ni siquiera su mujer Suplicio que ha organizado una cena benéfica
para dar de comer, beber y un cuantioso donativo al desarrapado que sale con su
hija.
.
¡Suplicio no puede hacerme esto por muy descendiente de Baltasar que sea porque
yo soy hijo y nieto de D. Escapulario, Marqués del Idem!
Y
cerró los ojos que abría a sus recuerdos.
Jesús
Rodríguez Arias
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