Llevaba toda la vida en la
carretera y cuando estaba a punto de cumplir esa edad donde dicen puedes
jubilarte no podría contabilizar los cientos de miles de kilómetros que
llevaría a sus espaldas.
Había tenido varios trabajos,
la mayoría de ellos transitando las carreteras ya sea en coche, furgoneta, moto
e incluso aquel camión que condujo durante una decena de años. Ahora era el
comercial de su empresa familiar, la que había creado con su hijo el mayor, y
que por ser el más viejo, el que mejores relaciones tenía, lo bien recibido que
era cuando visitaba a ese o aquél y porque para la él la conducción era como
andar por casa pues le encomendaron las funciones de llevar el departamento
comercial con coche de la empresa, es decir el suyo, incluido.
Ya soñaba irse con su
Encarnación a un viajecito para conocer el extranjero con ella y soñaba que lo
llevaran otros, que él también tenía derecho a descansar del volante, del
asfalto, de la ingratitud de las carreteras.
A lo largo de estos 45 años
conocía a multitud de personas que también desarrollan su vida en el hábitat de
la carretera. Isidro que trabaja desde siempre en la Estación de Servicios,
antes gasolinera, y que está tras la curva o Melquiades que podía verlo en ese
punto o aquél pues ejercía en el mantenimiento. Si pasabas por pueblos o por
eternos campos bien podías ver a esos eternos paseantes que recorrían largos
kilómetros a primeras horas de la tarde, como para bajar la comida, o a los
pastores que vigilaban su rebaño debajo de aquella encina en cuya roca se
sientan para divisar quién pasa, quién va, mientras el balido de sus cabras u
ovejas les anuncian que ya llega la hora de volver a casa.
Al viejo guardia municipal que
está en ese pueblo que está al lado de la cantera o al médico que lleva tres o
cuatro pueblos y al que también se ha encontrado en ocasiones en su gastado
coche.
Recuerda al Padre Sebastián
como recorría kilométricas distancias con su bicicleta ya lloviera o hiciera un
sol de justicia. Lo sustituyó un cura más joven, más cercano, y que imponía
menos que el anterior que ya se encontraba en su casa parroquial retirado, o
eso decían, aunque oficiaba alguna que otra Misa y a sus ochenta bien cumplidos
se podía ver encima de bicicleta buscando esa alma descarriada.
Don Paco, que era el cura que
sustituyó al Padre Sebastián tenía cinco pueblos a su cargo y en vez de usar la
lustrosa bicicleta utilizaba su coche, su utilitario, que a veces ponía casi al
límite para llegar a punto a las Misas, administrar los sacramentos o dar la
extrema unción.
Antiguamente te encontrabas a
los quintos que habían salido del cuartel y se dirigían a sus casas de permiso
haciendo autostop y ahora es cosa más de jóvenes ciertamente desarrapados y en
su mayoría extranjeros que él, sintiéndolo mucho, no suele recoger porque la
vida está muy mala y no hace mucho un chaval que no pasaba de los 20 le clavó
un cuchillo a Nicanor, el lechero, cuando lo recogió de la carretera. Le robó
10 euros y le quitó las ganas de vivir los tres meses que estuvo internado en
el hospital.
Y claro de tanto conducir de
acá para allá, de tanto viajar siempre trabajando, de tantas paradas
obligatorias, de tanto y tanto era un viejo conocido de la Guardia Civil y no
había lugar que no pasara que tocara el claxon a modo de particular saludo.
Recuerda cuando un día de
densa niebla venía nervioso porque su Encarnación se había puesto a parir su
quinto hijo y no llegaba.
Lo paró Maximiliano, que
ejercía de cabo en ese pueblo, y le informó que no podía seguir pues la
visibilidad era escasa y que podía tener un accidente. Le comentó lo que le
pasaba y el bueno de Maxi se lió la manta a la cabeza, le dijo que aparcara el
camión, se montaron en el coche patrulla y allá se fueron con las luces y las
sirenas encendidas.
Cuando arrancó dijo: ¡Qué sea
lo que Dios quiera!
Y llegaron cuando lo sacaban
poquito después del parto mientras las lágrimas corrían por su cara así como de
Maximiliano, el Cabo de la Guardia Civil que dio nombre a su quinto hijo en
honor de tan buen hombre.
Igual esto que otra vez iba
más ligero de la cuenta y lo pararon en una curva que mal cogió y le pusieron
una multa de las que todavía recuerda lo que le costó pagarla y no por orgullo
sino de lo abultada que era.
Él mismo reconoce que algunas
veces se ha sentido molesto cuando le han registrado de arriba abajo su
vehículo porque ese día buscaban eso o aquello aunque con el tiempo reconoce
que lo hacían por el bien de todos, de todos los que son buenas personas y que
quieren vivir en paz.
Más de una ocasión le han
salvado del peligro, le ha socorrido en una avería y hasta de un accidente que
le dejó inconsciente.
El calendario y su niño que es
el que lleva el papeleo le han dicho que le queda un mes para jubilarse y
aunque muchas veces piensa que va a ser su vida a partir de entonces pues él
solo ha hecho trabajar, trabajar, conducir y recorrer kilómetros de carretera
para llevar el sustento a su casa, para que a su mujer y a sus siete
chiquillos, hoy hombres y mujeres, no les faltara de nada.
Hoy ha cogido el coche de la
empresa, mañana será el familiar, para hacer su tradicional itinerario aunque
esta vez es distinta, porque es el último viaje que hace trabajando, es más
bien un viaje simbólico a modo de despedida.
Ha saludado a los mismos de
siempre aunque no ha sido para nada igual. Al finalizar se ha encontrado con
los habituales en el bar “Antiguo” y cual ha sido su sorpresa cuando han ido
llegando muchos de sus amigos de sitios, lugares y carretera. Allí estaba Don
Paco que venía de confesar a una abuela que no puede moverse de casa, allí
estaba Maximiliano, ya retirado y también Carlos que es el nuevo jefe de puesto
de la Guardia Civil con casi todos sus efectivos vestidos de paisano pues es el
día de despedir al bueno de Eugenio que tras 45 años en la carretera hoy
regresa a su casa y no es precisamente Navidad.
Jesús Rodríguez Arias
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