Desde siempre se podía ver
Fátima rezarle a la pequeña imagen de la Virgen de la que toma su nombre en el
pequeño altar que hay al fondo de la Capilla de la Guardia Civil donde está
destinado su padre.
¿Los vecinos preguntaban a su
madre por qué no le pusieron Pilar y ella decía sin más que Fátima se había de
llamar?
Un día de esos de los muchos
en los que la luz se iba en la vieja Casa Cuartel su madre le contó que tuvo un
embarazo muy malo y que estuvo a punto de morir con la hija de sus entrañas. Se
salvaron de milagro y ese milagro se lo atribuyen a la pequeña imagen de la
Virgencita de Fátima que tantas plegarias tenía depositadas en tan modesto
manto.
Fátima se llamó así porque la
Virgen la salvó junto a su madre de morir mientras nacía.
Hija única porque después de
ella no vinieron ningún hijo más. Se crió entre las vetustas paredes de la
vieja Casa Cuartel y color verde Esperanza así como de la Guardia Civil.
Su padre era un buen hombre,
demasiado bueno diría ella con lágrimas en los ojos, fornido, con ese brillo en
la mirada del que ha visto ya demasiadas cosas. Su padre tenía ese buen
mostacho que bien parecía uno de esos soldados del XIX. Su padre era Sargento y
estaba al frente del puesto en ese pueblo, su padre era querido por todos y a
la vez inmensamente respetado.
Su madre en cambio es de ese
tipo de mujeres lejanas a ser enfermizas a pesar de las graves secuelas que le
quedaron tras el parto. Era una mujer entregada a todo aquél que la pudiera
necesitar tanto en la Casa Cuartel como en el pueblo donde servía de catequista
así como profesora en la Parroquia que de siempre ha llevado Don Isaías.
Fátima estudio hasta donde
pudo porque desde siempre ha reconocido que no ha sido buena para las letras y
aunque su padre quería que estudiara ella prefería cuidar los niños de los
demás pues parecía que tenía vocación de madre.
Con más esfuerzos y fatigas
terminó el colegio y su padre habló con alguien para que siguiera sus estudios para
hacerse maestra ya que le apasionaban los niños y podría ser una inmejorable
educadora como se dice actualmente.
Todos los días iba a estudiar
a la ciudad en bicicleta que hay que decir distaba del pueblo en más de 30
kilómetros. Hiciera calor, frío, lloviera o venteara se podía ver la enjuta
figura de Fátima que iba y venía con el sueño de ser alguna vez maestra pero no
una cualquiera sino la del pueblo donde vivían, donde estaba la vetusta Casa
Cuartel y donde había mucho verde entre el paisaje y los recosidos uniformes de
los guardias.
Pero ella lo que no quería era
separarse de la pequeña imagen de la Virgen de Fátima que está al fondo de la
Capilla del Cuartel y que hace poco más de veinte años le salvara la vida al
nacer.
Gracias a Don Isaías y al
Capitán Morales, muy amigo de su padre, pudo empezar a ejercer en el pueblo
como sustituta de Doña Remedios que era la profesora de todos durante toda la
vida.
No era Fátima una mujer de
pretendientes ni de noviazgos y aunque tenía a varios detrás suya no le
prestaba atención.
No le prestaba atención hasta
que llego Idelfonso, un joven guardia que llegó al Cuartel un día de otoño que
ella siempre recuerda como primavera.
No puede decir que ella
sintiera que él se enamorara, ella sabía que su corazón dedicado a otras cosas
le indicaba que también necesitaba sentir esa clase de amor que no se explica
en los libros.
Fátima se iba todas las tardes
después de la escuela para rezar a la Virgencita de su vida y así también ver
al guapo mocetón que tanto la encandilaba.
Un día Idelfonso se le acercó
mientras rezaba y le dijo que él también era muy devoto de la Virgen de Fátima,
devoción que le inculcó su madre que en gloria esté.
Se miraron y sus corazones
quedaron prendidos uno del otro para siempre.
Él, caballero como era, le
pidió la mano a Don Evencio, que así se llamaba el padre de Fátima, y que este
le dio encantado porque veía que se podía perpetuar su familia, sus apellidos,
su amor y querencia a la Guardia Civil.
Se casaron pronto , a los tres
años de noviazgo, en la Iglesia y con Don Isaías. Lo celebraron en el campo con
un almuerzo hecho a base de migas que les preparó Teodoro, ese buen hombre que
pastoreaba su rebaño montaña arriba, montaña abajo. No tuvieron viaje de
novios, no había para mucho pues si escueto era el sueldo del guardia más lo
era de maestra sustituta.
Tuvieron tres hijos: Fátima,
la primera, Evencio y Julia en honor a la madre de Idelfonso.
La vida pasó como pasa la
vida: ¡Sin apenas darte cuenta!
Los niños crecieron como todos
los demás niños. Don Evencio y Doña Flora, una vez retirado el primero, se
fueron a su pueblo de siempre hasta el final de sus días. Su ilusión cuando ya
eran muy mayores era ser enterrados en el viejo cementerio que se erige en ese
empinado montículo.
Llegó el día en que sus hijos
ya hombre y mujeres emprendieron viaje en busca de sus propias vidas. Todos estudiaban
fuera con el apoyo de sus padres que pensaban que cuanto más preparados más
oportunidades tendrían.
Idelfonso se tuvo que retirar
antes de tiempo por un accidente intentando salvar a unos montañistas de
manual, de los que no conocen bien el campo. Se rompió la rodilla y quedó un
poco cojo para los restos. Se retiró como Teniente y con una hilera de medallas
bien ganadas en el pecho.
Fátima a sus cincuenta años
decidió ponerse a trabajar como maestra y consiguió el puesto que nunca alcanzó
mientras Doña Remedios viviera.
Y Fátima volvió a ser lo que
siempre fue una mujer con gran vocación de madre siendo educadora y vio crecer
a varias generaciones mientras ella enseñaba la tabla de multiplicar tiza en
mano.
Hace ya demasiado tiempo que
muriera el bueno de Idelfonso y sus hijos se marcharan para no regresar más
salvo Evencio que hacía poco se había casado y había conseguido destino en el
viejo Cuartel que años atrás comandaran tanto su abuelo como su padre.
Todavía se le puede ver
rezando en ese pequeño altar que está al fondo de la Capilla del Cuartel de la
Guardia Civil de su niñez, infancia, juventud, madurez y también decrepitud.
Reza mirando fijamente los
preciosos y pequeños ojitos de la pequeña imagen de María ya que su nuera está
embarazada y está a punto de dar a luz. Quiere ponerle Fátima como la abuela y
también como la pequeña Virgencita de la que toma su nombre.
Reza mientras su hijo Evencio
la mira desde lo lejos con los ojos impregnados en lágrimas entre el orgullo y
la emoción mientras los niños de la cercana escuela entonan ese hermoso canto:
"El 13 de mayo la Virgen María bajó de los Cielos a Cova de Iría..."
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