Estaba
tranquilamente jugando una partida de cartas con sus amiguetes de siempre con
una copa de vino y una tapita de queso con picos gordos. Lo habían “jubilado”
hace ya algunos años a causa de un expediente regulador de empleo que lo que único
que reguló fue su despido y el de casi toda la plantilla existente.
Trabajaba en
un organismo oficial en una empresa de servicios hasta que el gobierno ZP
decidió disminuir la partida y la empresa se fue literalmente al carajo. Él que
no había tenido en la vida ideología política pues en casa de eso no se hablaba
creyó por las informaciones de los compañeros sindicalistas, que eran los que
estaban y siguen estando mejor colocados, que ZP era de la derecha arcaica
aunque con los años se dio cuenta de la realidad.
Ya había
cumplido la edad reglamentaria y con lo poco que ganaba de pensión y la ayuda
de sus hijos iban tirando para adelante.
Hace unos
meses le presentaron a un chico muy majete, guapito y con cierto desparpajo en
un mitín que fue. Lo presentaron como un represaliado del franquismo cuando el
ni fú ni fa. Lo presentaron como un hombre de recias ideas de Pablo Iglesias,
el original no la imitación, lo presentaron...
La verdad
que con la emoción de momento se le olvidó ese currículo que se habían
inventado para la ocasión y ese chico le abrazó fuertemente mientras le decía
que el sentido de su vida era que los hombres y mujeres, compañeros y
compañeras, españoles o españolas de cualquier pueblo o ciudad, región o
comunidad, país o nacionalidad vivieran el progreso por el que Inocencio había
luchado toda su vida y con los que dio sus huesos en la cárcel tantos años.
Nuestro
Inocencio creyó que era otro porque él bien es verdad que había estado en la
cárcel pero fue por una pequeña estafa en el sector inmobiliario donde se metió
con su amigo de toda la vida cuando lo de la burbuja hasta que le estalló en
todos los morros y dejó a 30 familias sin dinero ni casas.
Se dio
cuenta de que este muchacho tan bien apañado que ponía cara de asco cada vez
que una señora, una viejecita, un niño, un negro o un blanco se le acercaba
para darle la mano o un beso.
Le dijo que
cuando llegara al gobierno contaría con él cada vez que tuviera consejo de
ministro, le dijo que él era un símbolo de la España progresistas, igualitaria,
laica, republicana que quería construir con su esfuerzos, ánimos y manos.
Le dio un
abrazo mientras ponía una sonrisa a lo profidén cuando los fotógrafos que
seguían la turné disparaban sus cámaras.
Después se
marchó con su equipo hacia el coche de alta gama y entraron en el restaurante
ese que hay en el pueblo de al lado que según dicen tiene 3 estrellas michelín
y cuesta el “cubierto” 150 euros.
Los demás,
entre ellos Inocencio, se quedaron en el lugar del mitin pues habían abierto
una barra en la que ofrecían un vaso de cerveza
y un bocata de mortadela a 5 euros para ayudar a la “causa”.
Inocencio
pensó que para ser “represeliado del franquismo”, preso por “ideas”, “referente
moral” y posible “asesor del presidente” poca o ninguna consideración se le
tenía pues los cargos comían a dos carrillos, en honor del líder comunista, en
ese restorán tan caro mientras él, sus hijos y toda las castas que allí estaban
tomaban una cerveza con bocata a cinco euros. ¡Sí, así empezamos...!
Todos sus
hijos eran muy socialistas, muy de Pedro Sánchez, muy de..., en cambio sus
hijas no se metían en nada y vivían mejor pues las dos estaban casadas con unos
abogados, “caciques de la derechona” según sus hijos, a los que les iba muy
bien y que ayudaban mucho en casa.
Con el
tiempo se enteró que este chico tan guapo, tan aparente, tan dispuesto a
nombrar a todo el que se le acercara asesor suyo se había estrellado tanto en
las elecciones generales como en su partido y que había dejado todos sus cargos
para intentar ser lo que dejó de ser porque le dieron un puntapié que todavía
dicen que resuena en la calle Ferraz esa de Madrid.
Inocencio,
hombre sin ideología que vivía de su mínima pensión y del “dinerito” que guardó
del negocio inmobiliario, de lo que aportan sus hijos y sus yernos se distraía
con sus paseos, sus charletas con sus amigos jugando a las cartas mientras se
tomaba esa copita o en los viajes del Inserso que lo llevaban junto a Rufina,
su mujer, por todas partes a precios módicos y asequibles para todos y todas.
Un día
estaba jugando su enésima partida de cartas con su copita de manzanilla,
algunas veces cambiaba, y una de jamón ibérico que era su plato preferido en
Cuaresma porque como decían que era de izquierdas había que demostrarlos en
estas pequeñas cosas, vio en la televisión a ese chico que conociera en ese
mitin que le llevaran sus hijos en el que la cerveza y el bocata de mortadela
costaba 5 euros. Vio también algunos de sus hijos gritando “Si es si” y se
extrañó un poco porque antes proclamaban a voz en grito que “no es no”, vio al
flequillo ese que apoya al gobierno ropasuelta de Cádiz y a otro más que no
distinguió a conocer pero que en alguna ocasión había coincidido en algún sarao
cuando era un empresario respetable hasta que le estalló la burbuja y fue al
talego mientras las familias que apostaron por sus casas vivían en la de sus
padres y suegros.
Señaló al
aparato de televisión mientras con la uña se sacaba un hilo de tocino de la
muela y les dijo a sus amigos que él conocía a ese muchacho, que tiene porte
para ser presidente, que habla de todos y todas, que seguro cuando gane le hace
asesor, sin cartera pero espero que con sueldo, de su gobierno progresista,
republicano, laico e igualitario.
Sus amigos
de toda la vida lo miraban con cierto desparpajo mientras el cachondeíto
aparecía en sus miradas.
Terminada
las intervenciones que no se escucharon porque Nemesio, que era el dueño del
bar y también muy de derechas se encargaba de pregonar las comandas a voz en
grito y cada vez que el muchacho decía algo le contestaba con: “¡Una de
gambas!”.
Pero lo
mejor tenía que llegar cuando todos los intervinientes, todos los asistentes,
pues en pie y con el puño izquierdo en alto empezaron a cantar “La
Internacional” que se escuchó completita porque Nemesio mandó a guardar
silencio mientras lanzó al vuelo una pregunta que nadie se atrevió a contestar:
“¿Estos van a llevar a España al progreso?”.
Eleuterio le
preguntó a Inocencio si este chico tan aparente, con sonrisa “profesional” era
el que él apoyaba. ¡Claro que sí!
¡Anda
Inocencio, que eres más antiguo que Pedro Sánchez!
Y ahí
terminó la partida de cartas...
La general
carcajada la omitimos.
Jesús
Rodríguez Arias
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