Si algo
caracterizaba la vida de Anselmo y Francisca es que siempre han estado
trabajando, sacando su familia hacia adelante, ayudando en lo que podían con
las cosas del pueblo y atender a Don Ricardo, el viejo párroco de la Iglesia de
Santa Micaela que por otra parte es la única que existe.
Anselmo de
siempre trabajó en las labores del campo, con el ganado, hasta bastante después
de casarse con su Paca pero como de chiquillo había estudiado interno en los
salesianos donde le inculcaron su amor por el trabajo y por María Auxiliadora
cuya foto llevaba desde siempre en la cartera. Allí le enseñaron a ser buena
persona y también le dieron un oficio en torno a la contabilidad
administrativa.
Anselmo fue
el primero que tuvo titulación en su familia y no os podéis ni imaginar lo
orgullosos que estaban de él sus padres y su abuela Basilisa.
Anselmo
después de casarse con Paca y tener a la primera de sus tres hijas como lo que
ganaba en el campo no llegaba para casi nada aprobó unas pruebas para trabajar
en el Ayuntamiento donde solamente lo hacían Rufo, el viejo guardia, y
Anastasio que estaba en la ventanilla atendiendo a quien pudiera venir a
solucionar cualquier asuntillo municipal.
Hace tan
solo tres meses que Anastasio se ha jubilado y Anselmo ha ocupado su puesto. El
sueldo por aquellos entonces era más exiguo de lo que se pudiera desear aunque
era un ingreso fijo que entraba en casa. Ya lo completaría con las labores del
campo al que se dedicaría las tardes que no tuviera Ayuntamiento, fines de
semanas y fiestas de guardar.
¡Es lo que
tiene ser pobres! Se decía Anselmo mientras guardaba los útiles de escritura y
cogía la azada.
Fruto de
este matrimonio nació Lucía, María y Encarnación. Las tres niñas de sus ojos.
Era Anselmo
esa clase de hombre que siempre estaba al servicio de los demás y lo mismo lo
veías ayudando a la abuela Sebastiana rellenando ese impreso para su kiosko,
que echando una mano al viejo Rufo cuando llega la feria del pueblo con las dos
o tres atracciones que siempre se instalaban para alegría de los vecinos.
Por eso a nadie
extrañó que cuando se jubiló Rufo, merecidamente después de 43 años sirviendo
al pueblo, Don Pacracio el alcalde le ofreciera el puesto a Anselmo que era el
que mejor conocía todo, se mantenía en buena forma y había “ejercido” de
auxiliar del viejo guardia en muchas ocasiones.
Vino alguien
del Gobierno Civil para hacerles unas pruebas que eran necesarias para ser
Guardia Municipal y al poco Anselmo cambió la ventanilla y un poco también los
aperos de labranza por un reluciente uniforme azul con casco blanco o gorra si
era verano y una placa que le confería la dignidad de agente de la autoridad.
De día a la noche pasó a ser Anselmo el guardia.
Su puesto lo
ocupó Teresa, la hija de María de la Encarnación, que había estudiado
secretariado y trabajaba llevando las cuentas de la central de leche de la
comarca.
Todos
recuerdan a Anselmo como ese guardia de pueblo cercano, bondadoso, que siempre
hacía que todos se pusieran de acuerdo, se reconciliaran. La verdad es que
pocas veces se le había visto libreta en mano levantando una denuncia. Ponía
orden y tranquilidad cuando el juez de paz se ausentaba por algo, era la cara
amable de la ley que siéndolo ofrecía la bondad como mejor correctivo. Algunos
dormían alguna que otra noche en los calabozos pero también hay que decir que
no le faltaba el bocata que él mismo le traía. Sólo el hijo de Cosme se le
“escapó” de las manos y al igual que su padre fue carne de presidio pero aun
así siempre decía que lo mejor que tenía su pueblo era Anselmo, el guardia.
Con la nueva
fábrica y las inversiones que allí se concretaron el pueblo incrementó el
número de vecinos y eso hizo que el Ayuntamiento también se ampliara en
personal pues poco a poco se iban colocando como un municipio referente en la
provincia. Por las puertas entraron tres nuevos guardias que luego se
incrementaron a ocho para pasar con los años a 26.
Anselmo pasó
de ser el único agente a ir ascendiendo con los años y llegar a ser el Jefe de
los Guardias Municipales y aunque pasaba algún que otro ratillo con los aperos
de labranza con los años y las responsabilidades tenía que estar más tiempo en
su despacho o de reunión en reunión.
Ya con sus
tres hijas crecidas, trabajando, con su Paca de su alma tan desgastada de
llevar su vida y la de su familia siempre para adelante, ese nietecillo que le
ha dado María y Antonio que a su vez es hijo de Antonio el carnicero de toda la
vida tiene la vida más que cubierta y ansía la hora en la que pueda dedicarse a
lo que le gustó toda la vida pero que no pudo pues había que ganar un jornal
seguro donde lo lleva haciendo más de 40 años.
No se
arrepiente de ser funcionario, no se arrepiente de ser Policía Local, aunque,
no se arrepiente de cada hora, cada día, cada mes de tantos años como ha
dedicado a servir a su pueblo que ha visto crecer, desarrollarse, hasta ser lo
que es hoy en día.
Aunque ahora
cuando los años han quedado marcado mucho más que en el alma, la vista aparece
demasiada cansada, las arrugas se vuelven hendiduras en la piel, el pelo cano
empieza a clarear demasiado, cuando los dolores duran más, cuando la
experiencia es tu mayor baza, cuando todo lo ves de otra manera, más real con
menos artificios, ahora es cuando Anselmo recuerda y también añora a Rufo, ese
viejo guardia al que ayudaba en sus años mozos cada vez que la Feria se
instalaba en el pueblo de su niñez y mocedad.
Se le puede
ver por la calle principal caminando pausadamente con su sempiterno uniforme
azul, su gorra sobre las sienes pues el casco hace mucho que dejó de usarlo, y
con esos galoncillos dorados que le confieren la autoridad también dignidad de
ser el Jefe de la Policía Local de su pueblo aunque él siempre será conocido
por sus vecinos como Anselmo, el Guardia.
Sirvan estas
humildes letras para homenajear a todos y cada uno de los miembros de la
Policía Local que son piezas fundamentales de cada pueblo y ciudad ya que
realizan las funciones encomendadas desde la entrega, el valor y el sacrificio.
Cuando he
escrito este artículo en el que como cada viernes abro mi particular ventana me
han ido sucediendo imágenes de buenos y queridos amigos, todos Policías Locales
aunque para mí Guardias, a los que quiero y verdaderamente admiro. Nombres como
Antonio, Jesús, Pedro, Pepe, José Antonio, Paco, Carmen... Aunque me vais a
permitir una licencia pues cuando escribo y hablo de la figura de un Policía
Municipal de un pequeño pueblo se me viene invariablemente la figura de mi
querido y buen amigo Antonio Benítez Román al que quiero, aprecio, admiro y
apoyo por su profesión hecha vocación, por su entrega, por saber siempre estar
y sobre todo ser el Municipal, el agente de la autoridad que teniéndola la
ejerce desde la mesura, desde la sonrisa.
Jesús
Rodríguez Arias
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