¿Por qué
será que cuando uno va creciendo y busca el “hacerse” mayor también quiere
dejar atrás parte de su vida con la intención de no volver jamás?
Eso le pasó
a Julián y a tantos como él que pusieron tierra de por medio cuando abrieron el
portón del hogar familiar para abrir el suyo propio.
Julián dejó
pronto a sus padre y hermanos pues quiso ser libre para buscar y hacer realidad
sus sueños. No sé si los consiguió o no aunque pienso que los sueños varían
según vas abriendo y cerrando tacos de calendario.
Marchó
pronto a estudiar fuera y fuera se quedó a trabajar. Con los años hizo una
familia y ya allí donde estaba, por las circunstancias de la misma vida, por
las inseguridades del presente, por los recuerdos del pasado, se le hacía muy
difícil volver de donde salió una vez.
Lo más esas
fugaces visitas que se hacen por Navidad o esas dos semanas cada dos veranos.
Pero los
años no pasan en balde incluso para Julián que sin pensarlo mucho cumplía su
sueño de mocedad: ¡Se hizo mayor!
Un día que volvía
de las clases, ejercía desde hace mucho como profesor de instituto, recibió la
llamada de su hermano Juan que le daba esa clase de noticias que nunca esperas
recibir y que te pone en la realidad desde que terminas la conversación.
¡Papá ha
muerto!
Tres
palabras que resumen una vida entera.
Decir que a
Julián se le vino el mundo a los pies es ser demasiado generoso con su
verdadero estado de ánimos. ¡Papá ha muerto y él también un poco!
Había que
volver pero no como en Navidad ni como cada dos veranos. No, había que volver
para reencontrarse con su historia donde ya no valía eso de “cumplir y mentir”.
¿Qué he
hecho? Se lamentaba Julián mientras abría las puertas de su casa y casi de forma
automática daba la aciaga noticia a Remedios, su mujer, y a María y Julián, sus
hijos.
¿Qué he
hecho para abandonar parte de mi vida y darme cuenta tan tarde? ¿Cuántas veces
mi padre habrá pensado en mí? Se lamentaba mientras las lágrimas resbalaban por
sus mejillas hasta perderse por sus encanecidas barbas de maduro y sabio
profesor.
No, no había
malos recuerdos sino todo lo contrario sino que un día marchó para no volver
jamás.
¡Pero había
que volver y además hacerlo rápido sin tiempo a pensar!
Cogieron el
coche familiar, dejaron atrás ese hogar que habían construído con toda clase de
comodidades y también con muy poco trato personal pues eso tiene la modernidad
que nos hace verdaderos extraños hasta los que habitamos en la misma casa.
No sabrían
decir las horas que duró el viaje aunque sí que se les hizo un mundo. Llegaron
a media tarde a su pueblo de la infancia, ese lugar donde había echado andar,
el de sus primeras correrías, donde aprendió tanto en la vieja escuela de la
mano de Don Nicanor, donde en cada casa tenía a una abuela, donde todos en
definitiva eran una gran Familia.
Hacía poco
que al lado del antiguo cementerio habían construído un pequeño tanatorio para
que los parroquianos despidieran a sus seres queridos sin necesidad que tener
que ir a la capital.
Fue
directamente a encontrarse con esa parte de su vida de la que tanto renegó en
obras y en hechos.
Allí en la
salita estaba su madre, la hermana de su madre llamada por todos Tía
Encarnación, los hermanos de su padre, sus tíos Rafael y Guillermo, sus dos
hermanos con sus mujeres y algunos amigos que querían acompañar a la familia de
Rafael que fue un hombre bueno al que todos querían.
Julián
estaba un poco descuadrado pues todos mostraron un gran cariño hacia él, hacia
su mujer e hijos. Se esperaba un recibimiento más frío pero fue todo lo
contrario. Julián se iba reencontrando con parte de su vida a base de lágrimas
y abrazos.
La Misa fue
multitudinaria y el entierro íntimo tal y como quiso desde siempre su padre.
Se había
propuesto pasar un tiempo determinado en el pueblo, en su casa, para estar con
su familia de la cual desconocía casi todo, para hablar con su madre de su
padre, para pasear con su hermano Juan como hacían cuando eran tan solo unos
niños. Se lo debía a ellos pero sobre todo se lo debía a sí mismo.
Con su madre
descubrió la grandeza de su padre y también la conoció a ella como nunca lo
había hecho. Con su familia redescubrió
el pueblo, sus vecinos, sus amigos que lo fueron desde siempre y lo más curioso
es que continuaban siéndolo y con su hermano Juan se descubrió él mismo.
¿Te acuerdas
Julián, aquí jugábamos a las canicas? ¡¡Cómo olvidarlo!! Allí, señalando un
montículo, nos escondíamos después de clases para hablar de nuestras cosas
antes de llegar a casa.
¿Te acuerdas
de casa? Su dedo señalaba un viejo edificio casi derruido donde las paredes que
aun se mantenían todavía se mantenían.
Los ojos de
Julián se inundaron al percibir tantos recuerdos, tantas emociones, tantos
sentimientos cuando torpemente atravesó el hueco donde antes estaba la puerta
del viejo cuartel.
Y en medio
de ese patio lleno de jaramagos, piedras, musgos y grietas se encontró con su
vida y recordó momentos únicos que no volverían pero que él en la madurez de su
vida estaba reviviendo.
Y vio a su
padre con su verde uniforme atender a Doña Juliana que venía a denunciar el
enésimo robo de huevos mientras Remigio le traía ese bocata de morcilla que él
mismo lo hacía desde que salvara a su hija de morir en un incendio.
Vio a su
madre trastear con sus hermanos mientras todos íbamos a la Misa de Don Fernando
cada domingo. La vio en sus quehaceres y también ayudando a parir a casi todo
el pueblo pues de siempre había sido matrona. Vio tanto con los ojos envueltos
en lágrimas que sintió muy mucho el haberse marchado sin más, el no haber
querido volver, el no haber podido hablar con su padre mucho más, de no haber
visto crecer a sus hermanos, sus sobrinos...
¿Qué he
hecho? Le preguntó a su hermano Juan que lo miraba con esa clase de cariño que
solo comprenden los que han pasado por esto.
¡Olvídate
del pasado Julián porque ya no puedes hacer nada! ¿Qué has hecho? No, ¿Qué es
lo que vas hacer a partir de hoy? Esa es la pregunta que tienes que hacerte
pues solo tu tienes la respuesta.
Se quedó
solo en le patio de la Casa Cuartel, se apoyó en sus quebrantados muros y lloró
con esa clase de amargura tan honda como es la propia expiación de tantos
pecados, de tantos olvidos, de tantos miedos, de tantas ausencias...
Después de
volver a su casa y hablarlo con su familia decidió pedir traslado al
instituto de su pueblo en el cual había una vacante, su mujer abriría un
despacho en el mismo pues hacía tanto tiempo que quería cambiar de aires, de
volver a vivir con su familia en otro lugar donde no hubiera tantas distracciones.
Sus hijos
continuarían sus estudios en la capital que estaba a media hora en coche del
pueblo. Todos querían volver pues todos habían descubierto que hay vida más
allá de los rascacielos, las grandes avenidas, el ruído constante, las
cegadoras luces, los interminables atacos, lo más avanzado de las tecnologías
que hacen que poco a poco nos abandonemos a lo virtual y perdamos nuestro lado
humano.
Hace tiempo
que Julián había vuelto donde se había reencontrado con su vida y también con
su familia incluida su mujer e hijos y hoy apoyado en la puerta del instituto
espera a su madre que está tomando un café con su amiga de siempre mientras
pierde la mirada allá en ese montículo donde se yergue el viejo Cuartel y
parece ver a su padre mientras habla con Remigio que ha ido a llevarle su
bocata con morcilla como cada día...
Jesús
Rodríguez Arias
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