Rocío había nacido como Dios
manda un domingo de Pentecostés. Sus padres German y Laura de siempre fueron
muy rocieros, muy de la Virgen del Rocío, muy de Camino, muy de la Blanca
Paloma, muy de Peregrinación tras el Simpecado de la Hermandad a la que
pertenecen desde que nacieron…
Rocío había nacido en una
familia rociera al cien por cien de los que no faltaban a los cultos de su
hermandad, las misas, y cuantos actos hubiera para sacar unos cuartos con los
que al año siguiente poder aminorar los cuantiosos gastos que supone el Peregrinar
para estar con la Virgen el domingo de Pentecostés estando a tantos kilómetros
de distancia.
Germán iba a caballo, de
siempre le gustaron y en su trabajo tenía que montarlos. A Germán se le veía de
lejos tocar la trompeta erguido en su corcel en el Batallón de Caballería de la
Guardia Civil en la cual sirvió los últimos quince años hasta que pasara a la
reserva. Ahora tenía todo el tiempo del mundo para dedicarse a las cosas de su
hermandad toda vez que los hermanos lo eligieron en el último cabildo como
hermano mayor. Su madre Laura siempre estaba de aquí para allá pues además de
buena rociera cuidaba a ancianos para sacar ese dinerillo que ayudara a la
pensión de su marido y al estudio de Rocío y su hermano Manuel que estaban
preparando oposiciones.
En casa de Germán y Laura se
podía ver un inmenso cuadro de la Madre y Señora de las Marismas junto a una
metopa de su querido Escuadrón de Caballería, sus medallas, su divisa de
Capitán. Toda una vida sirviendo a España por medio de la Guardia Civil siendo
su primer destino Tráfico, pasando por Seprona, Brigada Judicial e incluso la
de delitos informáticos, que es mundo aparte, y acabando su carrera profesional
en Caballería que ha sido donde más ha disfrutado ya que es un amante de los
caballos desde que su padre lo montó por vez primera en esa yegua blancuzca
llamada Azucena con la que conectó desde siempre.
Germán y Laura cuando jóvenes
iban al Rocío a caballo, amantes de la doma vaquera, siempre tenían un grupo
bastante numeroso que gustaba en noches de luna llena trotar con sus caballos
por esos caminos de Dios.
Cuando nacieron Rocío y Miguel
ya la cosa cambió y Laura iba en la carreta de la familia mientras Germán, en
las ocasiones que se lo permitía el servicio, lo hacía a caballo. En el calendario
laboral de Germán no existía ni verano, ni Navidad sino simplemente Rocío…
Hoy para Laura, para Manuel,
que viene con su novia Carlota, y sobre todo para Germán no es una
peregrinación como las demás, no es un camino cualquiera, porque este año no los
acompaña su hija Rocío que el año pasado aprobó las oposiciones y después de
meses de preparación ya ejerce en su nuevo puesto de trabajo que es de esos en
los que le va a uno su vida. Estará en el Rocío y no verá a su Rocío, su pequeñina aunque tenga
ya 24 añitos, pero nada será diferente, no lo puede ser en la vida. ¡Es verdad
que cuando los hijos abandonan el hogar por trabajo o para hacer su vida el
corazón de sus padres se desgajan y aunque felices también sienten ese vacío,
ese enorme vacío!
“Mira Germán, allí está
nuestra Rocío”, le dijo Laura a su marido. Él pensó que ya estaban llegando a
la Aldea y que se veía el blanco campanario de la Ermita que cobija a tan
preciosa Madre por siempre Reina de Almonte y de las Marismas pero no, no era
esa Rocío…
Allí al lomo de un buen
caballo se erigía marcial, castrense, orgullosa, una preciosa Guardia Civil que
llevaba por nombre Rocío porque nació un domingo de Pentecostés en el seno de
una Familia de grandes devotos rocieros por cuya sangre también fluía el verde
Esperanza de la por siempre Benemérita Guardia Civil.
Rocío había decidido seguir la
herencia de su padre así como de su
abuelo y había ingresado en tan insigne y benemérito Cuerpo porque en
verdad lo llevaba en la sangre, en los genes, en su particular adn. Rocío
ingresó en la academia y había jurado bandera hace poco por eso su padre
Germán, que fue a tan insigne acto con su verde uniforme de capitán, creía que
este año el Rocío no iba a ser el mismo sin su Rocío pero se dio cuenta de su
error porque su hija, su pequeñina, estaba incardinada al Plan Romero como
miembro de la Guardia Civil que al lomo de un bello corcel vigilaba para que
nada malo sucediera a los romeros, a los peregrinos, a los rocieros, a sus
hermanos en la Fe y en la Devoción a María que es y será por siempre Reina y
Madre de Cielos, Tierra, de los que la aman, de toditos los almonteños.
Germán no pudo reprimir la
emoción, se hacía viejo, al ver que su Rocío no había faltado al Rocío mientras
él con su medalla dorada que le distinguía como hermano mayor se quitó el
sombrero e inclinando su cabeza saludó de semejante forma a quienes protegen a
todos sin esperar nada a cambio: Su bendita Guardia Civil que este año es más
rociera si cabe porque su hija, su Rocío
de su alma, nos cuida, guarda con el verde uniforme que él vistiera hasta que
se jubilara.
Mientras Germán decía a
corazón abierto y en el silencio de esa clase de oración: "Que toquen los tamboriles, que los arenales se queden quietos, que la marisma nos cuide, que tengo mi corazón de Rocío lleno"...
¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva la Blanca Paloma!
¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva la Blanca Paloma!
Jesús Rodríguez Arias
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