María cada verano pensaba en
volver al pueblo de su infancia, donde creció al calor de sus mayores, donde
jugó tanto siendo tan niña, donde incluso le gustaba darle al balón con los
niños, donde dejó el trajecito para ponerse falda y después pantalón. La vida,
se decía así misma, queda reflejada cuando cambias de talla y de gustos por eso
cuando tuvo que marchar porque quería estudiar una carrera de esas de muchos
números como le decía su padre Juan que apenas aprendió a leer y a escribir
porque la necesidad era la necesidad.
María dejó a sus padres y dos
hermanos en el pueblo cuando apenas tenía 18 años de edad. Cogió el autobús que
salía de la plaza, en ese banco que estaba junto al casino, el bar de Remedios
y el banco en el que trabajaba Don Cesáreo. Ella misma reconoció cuando ya su
pueblo era una pizca en la lejanía que sintió una liberación, esa clase de
liberación que sentimos todos de poner tierra de por medio a nuestra vida
porque pensamos, y puede ser que sea así, que lo que nos espera es apasionante.
Juan y Cecilia, sus padres,
quedaron en el pueblo donde el primero tenía un campo donde había ganado y
plantaciones que cuidaba con sus hijos Juanito y Pedro que eran todavía muy jóvenes para irse,
como lo había hecho María, pero demasiado mayores para estudiar, porque la
necesidad es la necesidad. Además hay que decir que María salía a su madre
Cecilia en inquietudes, era lista y sacaba todo lo que se empeñaba. Así hizo
con los estudios, cuando nadie daba dos duros, y ahora que ha emprendido camino
a la capital para estudiar una carrera esas de números como le gustaba decir a
su padre en el bar de Remedios que ya lleva su hijo Nicanor pues la edad no
perdona ni a la viuda del que fuera Albiano, el cartero.
María llegó a la capital y
empezó a vivir en casa de la hermana soltera de la Señorita Encarnación, la
maestra del pueblo, colaborando con las cosas de la casa y aunque había traído
unos ahorrillos bien sabía que eso y nada era nada en un lugar como aquél.
Se matriculó en Económicas y a
su vez empezó a trabajar en una tienda de autoservicios que pagaban poco pero
seriamente. Según iba pasando de curso tuvo más trabajos en una hamburguesería
de cualquier franquiciado, haciendo pizzas, hasta que acabó como contable en el
despacho de Don Juan Alberto, que era uno de los notarios de aquél lugar.
Pasaba de curso en curso con
grandes notas y eso le hizo ser una persona muy popular en su círculo. Esa
natural inteligencia hacía que fuera una sobresaliente alumna con inmensas
cualidades académicas. Don Juan Alberto, le prometió, que cuando se licenciara
la haría socia del despacho de su hijo Rubén, abogado como él, pues podría ser
un dúo de extraordinario valor. Don Juan Antonio también veía allí la
posibilidad de emparentar pues su hijo Rubén perdía los andares con María que
siempre era honesta, con genio y mucha franqueza.
Pero la vida de María no
pasaba por ese afamado despacho y menos el compartir vida profesional y menos
personal con Rubén que era un buen chico pero que a ella no le gustaba en nada.
En la universidad había
conocido a Julio que también era un coquito en eso de los números, un hombre
apuesto, educado y con una clase de valores que no se veían ya en la ciudad
pero que si recordaba existían en el pueblo de su niñez y juventud.
Julio le contaba que él
conocía toda España pues la había recorrido de arriba a abajo ya que su padre
había sido guardia civil. Julio estaba muy orgulloso de Federico, su querido
padre que había fallecido poco antes de empezar la carrera, pues empezó de
agente y pasó a la reserva con las dos estrellas de teniente. Lo pasaron muy
mal pero también se acuerda de todo lo bueno de cada sitio hasta de esos que
tantos los odiaban.
Julio le dijo que una vez
finalizados sus estudios quería ingresar en este Benemérito Cuerpo pero dentro
de la Unidad Central Operativa (UCO) que es el órgano, le contó a María,
central del servicio de la Guardia Civil de España y que está encargado de la
investigación y persecución de las más graves formas de delincuencia y crimen
organizado. Se había especializado en Económicas para perseguir los delitos
financieros.
A María le encandilaba
conversar con él por su sentido de servir siempre a España, de haber estudiado
para ser un necesario cauce que haga perseguir a los malos no en la calle sino
desde la minuciosa investigación donde todo se percibe mejor que los que todos
los días dan sus vidas por todos nosotros.
Julio y María terminaron sus
carreras y después los dos opositaron a la Guardia Civil, los dos terminaron en
la UCO, los dos parecían que no se iban a separar nunca e incluso se veía la
probabilidad de formar pareja también en lo personal cosa que no sucedió como muchas cosas más en la vida.
Julio fue ascendido, su valía
le precedía, y fue destinado a Madrid y Julia se quedó donde estaba destinada y
claro dicen que la distancia es el olvido… Un día llamas pero otros estás tan
ocupado que se te pasa y así pasaron los meses, los años, la vida…
María supo, con el recorrer de
los tiempos, que Julio se había casado con una amiga de siempre, hija también
de un guardia civil amigo de su padre, que vivían en Madrid, que ya ostentaba
un alto cargo y que tenían dos pequeñines por cuya sangre seguro recorría ese
extraordinario virus de ser algún día de esta Benemérita Institución.
Hoy precisamente que nos
vuelve a llegar el verano ha cumplido 40 años y lo hace feliz porque sirve a
España trabajando en lo que le gusta. Es conocida como María Capitán, por sus
mejores amigos e incluso subordinados. Ha tenido parejas, novios pero ninguno
ha cuajado porque ella ya había idealizado uno para su vida que fue Julio pero
ya no está entre que él se fue y ella lo dejó escapar…
Ha decidido hacer un parón en
su vida, ha pedido un poco sin pensárselo una excedencia, y vuelve al pueblo de
su infancia y juventud porque quiere ver a su padre Juan, que ya está muy
viejito, quiere visitar la tumba de su madre que murió hace años del maldito
cáncer, quiere visitar a sus hermanos, sus cuñadas, sus sobrinillos, quiere
verlos pero en su mente está alquilar una de esas casas de siempre que ahora
están deshabitadas y pasar allí el tiempo que necesita para poner un poco de
orden en su vida, recuperar esos valores en los que creció y que poco a poco ha
ido perdiendo, enfocar su mirada en otras vistas, degustar un paseo por esos
frondosos caminos o sentarte en la plaza para ver como los niños juegan y las
madres charlan, escuchar las campanas del viejo reloj de la Iglesia que con más
de cien años todavía marca las horas…
Ha decidido parar y
desintoxicarse de tanta maldad como recorre el mundo, un mundo que la ha hecho
muy desconfiada, un mundo en el que hace lo que le gusta pero que así y todo te
desvirga de la frágil inocencia de la que creemos en la bondad de los demás.
Ha decidido charlar con el
Padre Arturo, amigo de la infancia, porque quiere decirle que ha perdido la Fe
y que no sabe como encontrarla. Ha perdido su Fe en Dios, en las personas, en
el mundo y en ella misma.
Y quién sabe lo que le
deparará el futuro porque lo único cierto es que hoy ha llegado el verano y
María vuelve a su pueblo....
Con este artículo me despido
hasta que pase el verano, que hoy comienza, y ojalá la salud me respete para
que cuando llegue septiembre u octubre pueda seguir escribiendo estos relatos,
estas historias, estos artículos en torno a la Guardia Civil así como el resto
de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de las Fuerzas Armadas o de
todos aquellos que ofrezcan más que sus vidas por proteger las nuestras.
Con un abrazo fuerte os deseo
un Feliz Verano.
Jesús Rodríguez Arias
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