Norby, el marido de Ciriaca,
se había jubilado hace años siendo aun joven pues una minusvalía congénita en
el dedo gordo del pie le hacía imposible trabajar en su empresa de muelles de
colchones que heredó de su padre, antes abuelo,
y que tenían como sobrenombre el de “Los dormilones” pues antes de que saliera
ningún artículo de su casa había que probarlos con una buena siesta y si esta
era de baba caída se cobraba aparte.
Pues Norby a los 46 años pudo
jubilarse anticipadamente, vender un negocio que estaba en plena expansión,
finalizando una larga historia en la colchonería de la zona ya que después de
ellos se puso una industria de productos refinados de pastelería y derivados.
Uno de los que más sintió la
marcha de ese negocio fue el Tío Críspulo que era el dueño del club social de las afueras del
pueblo y que era un gran consumidor de los colchones del Norby pues eran los
más baratos y los que más ruido hacían y claro está cuanto más sonaran, más
ganancias había pues de siempre Críspulo se ha regodeado en decir que tenía el
mejor “género”.
Norby, que en verdad se
llamaba Norberto de Bulto Aparte, venía de una luenga saga familiar de querer
aparentar más de lo que tenían y poder disfrutar.
Ciriaca A Dos Velas, era el
nombre de su esposa con la que se casó hace ya dos década y gracias a esa feliz
unión de corazones pudieron copular en los colchones de exposición. Tenían tres
hijos muy modosos ellos: Claudio Magno,
Ceracio Pikolín y Colmán Muelle Flojo. Tres hijos y una hija fuera del
matrimonio pues Edelina, que así se llama la púber, nació poco antes de los
desposorios en la finca familiar “Endredones”.
Mientras Norby trabajaba en la
Colchonería familiar ella se iba de picos pardos con sus amigas Rómula y Santa
al hotel El Picotazo donde además de desayunar, comían y yacían si era menester
con el maitre y saca correspondiente. Eran mujeres muy liberadas y liberales y
de eso podían dar cuenta muchos más de lo que uno se podía imaginar.
Pero desde que su Norby se
había jubilado con una minusvalía congénita que le impedía su labor profesional
la cosa había cambiado drásticamente porque de sus divertimentos tuvo que pasar
a cuidar un marido enfermo que se aburría de estar en casa hablando sobre las
pérgolas del vecino al que no podía ni ver porque trabajaba de noche en un naig
club de esos.
Artemio que era el médico y
amigo de la infancia de Norby le recomendó que empezara con una actividad
física moderada pues le vendría bien a su enfermedad congénita así como en lo
psicológico pues de tener una gran actividad profesional ha pasado a un
aburrimiento supino solo alterado cuando su querida esposa le ponía a pelar papas. Le recomendó que empezara a hacer carreras de fondo, que escogiera un itinerario
y tres veces por semana empezara a correr. Al principio de forma más pausada y
al final verás como entras en un equipo de maratón y todo porque el deporte
envicia más que el sexo, más que la comida, más que el dormir, más que el
deporte…. Norby miraba la cara desencajada de su amigo que parecía más loco de
la cuenta.
Pues nada se puso a ello… Se
compró una serie de camisetas transpirables, unos calcetines transpirables,
unas zapatillas ergonómicas y transpirables y unas ajustadísimas mallas también
transpirables, una maquinita que le chivaba si iba más rápido de lo normal o si
las paradas eran demasiadas prolongadas o si bebía más isotónica de lo normal.
Todo más o menos fue normal
menos en el momento de llegar a las mallas pues la había de tres clases: Las no
transpirables, mucho más baratas, que fueron descartadas, un modelo muy
ajustado en el que quedaba marcado todo al natural y otro modelo más que tenía
una especie de forro por la parte hueveril muy práctica para los que no están
dotados en enseñar lo que no tienen. Costaba un poco más porque era una especie
de wonderbra de los huevos.
Norby no se achantó y viendo
que la segunda opción le quedaba perfecta al maniquí que era un muñeco y no un
machote como él se compró la malla sin complementos en diversos colores y
dibujos. La broma para vestirse para esto del correr le salió por un ojo de la
cara pero bueno para ser un corredor antes habría que parecerlo se decía, no
sin lógica, el bueno de nuestro Norby…
No es óbice el decir que
cuando Norby se puso la equipación no tenía nada que ver con lo que había visto
en el expositor. Menos las deportivas y los calcetines transpirables lo demás
ná de ná…
Ni la camiseta se ajustaba a
sus abdominales ni marcados pectorales, serán porque nunca los ha tenido
desarrollados, ni la malla de licra redondeaba la zona de conflicto donde todos
los ojos de las féminas y de los que le gustan el pescado se van
indefectiblemente. Se miró al espejo y lo que vio fue de pena…
¡Ciri, Ciri! ¿Tú has visto
esto?
Y ella le preguntó: ¿El que
hay que ver?
Norby, se vino abajo pero
siguiendo el consejo de su amigo Artemio enchufó el único aparato vistoso y se
lo puso en el brazo que lo oprimía a base de bien y se fue a correr. Hacía
tanto calor, tenía tanta sed pues había olvidado comprar la isotónica, le
apretaba tanto el transistor que llevaba en el brazo y sentía que el aire
calentorro se colaba por la licra transpirable que a los 15 minutos se tuvo que
parar y volver a su casa arrastrando los pies y sus vergüenzas…
Al día siguiente lo intentó y
al otro también hasta que por lo menos corría tres o cuatro kilómetros, en ida y vuelta, que lo
hacía llegar con gran dolor en el brazo, en las pantorrillas, en los muslos y
en la inexistente huevera que al no poderla sujetar el rozamiento le hacía
sufrir lo indecible.
Ciri que veía a Artemio hacer
deporte con Isidoro, otro amigo de la infancia de su marido, con iguales licras
siempre se decía que algo fallaba porque a ellos el paquete les quedaba de lujo
y mi Norby parecía que la mallita le caía algo grande. Cómo buena mujer quería defender el honor
maltrecho de su marido que ya era conocido en el pueblo y en las carreras en
las que participaba como Norby “Sin paquete” y un día se coló en la tienda
de deportes y habló con la persona que le vendió su equipamiento.
Mire, mi Norby está pasando
una vergüenza enorme porque las mallas en vez de marcar parecen que hacen
desaparecer su paquete y eso no es, eso no es…
Jaume, que así se hacía llamar
porque había estado de Erasmus en Barcelona, le dijo que le ofreció dos modelos
y que él después de mirar al maniquí se decidió por aquél.
El primero y más barato no es
transpirable.
El segundo el que tiene en
casa.
Y el tercero uno con una
especie de relleno hueveril que hace las veces de paquete y disimula formando
un normal bulto cuando se carece de aquél.
Señora, yo le dije que este le
vendría bien pues pude comprobar que su marido es chico de bultamen pero miró y
comparó con el maniquí y me dijo que si un muñeco sin forma se le marca a él
más por supuesto…
Nuestra Ciri acabó mirando al
maniquí en cuestión que llevaba una camiseta en la que se marcaban unos
perfectos pectorales así como unos abdominales esculpidos y siguiendo su mirada
para abajo comprobó como en la licra se redondeaba las formas de una
genitalidad perfecta.
Ciri, que es muy suya, le
preguntó al tal Jaume si esa licra era de las que tenía relleno.
“No, señora y ahora se lo
demuestro”.
Se fue hacia el maniquí bajó
la malla y entonces Ciri comprobó por sus propios ojos algo que ni siquiera se
le había pasado por la mente: ¡El paquete de maniquí!
“Es que ahora lo hacen
perfectos para que puedan lucir cualquier tipo de ropa”, le dijo Jaume mientras
Ciri miraba embobada al maniquí de la tienda que tenía el cuerpo de un adonis.
Se fue pensativa, dando las
gracias y su número de teléfono a Jaume que también tenía buenas jechuras.
Cuando llegó a su casa Norby estaba despotricando del engaño que le habían
hecho en la tienda mientras se ponía polvos de talco en la entrepierna llena de
rojeces de tanto rozarlas en las carreras.
“Ciri, cuando me mejore voy a
ir a la Facua a denunciar a la tienda pues me han engañado, me han vendido unas
licras que no sirven para correr ni para mostrar”.
Entonces su mujer con gesto
aburrido le constestó: “No, cariño, Jaume el dueño de la tienda no tiene la
culpa, la tienes tú por no dejarte aconsejar y no adquirir esa libra güevebrás
que te ofreció, pero no, el señorito quería la misma que estaba en el expositor
sin saber que el maniquí tiene paquete y muy bueno por cierto”…
Y ahí se acabó la discusión
así como la afición de correr y vestirse con las camisetas y mallas de licra
transpirables que al otro día se pudieron ver como descansaban en el fondo del
contenedor de la basura.
Desde ese día Norby no fue el
mismo y tampoco Ciri que gustaba ir a la
tienda de deportes de Jaume y le ayudaba a colocar los paquetes y las cajas
porque de lo otro no lo sabemos, ni lo queremos saber…
Jesús Rodríguez Arias
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