Periquillo se educó sin padre
pues según le contaron murió en la guerra. Él en su inocencia preguntaba cual y
siempre sus mayores le contestaban con huraño gesto: ¿Cuál va a ser? ¡La
guerra! Y se terminaba la conversación.
Su madre trabajaba en uno de
esos talleres de costura de la época y entre pespunte y pespunte veía como el
niño de sus cada vez más desgastados ojos iba o venía por el callejón camino de
la escuela o de la pandilla de amigos donde cada uno sobresalía en travesuras.
Su abuelo, que vivía con
ellos, trabajaba en una tienda hasta que le cortaron una pierna que se le había
puesto negra de un tiempo para acá. Ahora hacía cestos ya que para eso hay que
tener las manos ligeras y se podía estar sentado. Las cestas y los canastos del
abuelo eran muy reconocidos y venían hasta de los pueblos de al lado para
comprarlos. ¡Por algo sería!
Periquillo estudiar no
estudiaba mucho pero era el rey de la pandilla y cuando había alguna pelea
siempre tenía las mejores armas que son la inteligencia, un valor echado para
adelante y una velocidad a la hora de salir huyendo muy considerables.
Pero claro con el poco dinero
que entraba por su madre, lo poco que daban ya los canastos del abuelo, no
podían seguir para adelante y si para colmo los estudios no eran su pasión,
decidió con poco más de 15 años ponerse a trabajar llevando los mandados y
organizando el almacén de Don Valerio, el del ultramarinos. No era mucho pero con
ese poquito se podía pagar la casa y comer caliente aunque fuese una vez al
día.
Los años iban transcurriendo y
con esfuerzo y mucho trabajo Periquillo terminó sus estudios que necesitaba
para hacer posible la ilusión de su vida pues quería enrolarse en la Marina que
decía le llamaba desde que su tío Marcelo, que lo fue hasta la muerte, le
contaba sus batallitas.
Esperó a cumplir la edad y
presentarse ante el departamento de reclutamiento. Presentó los estudios que
tenía y después de superar algunas pruebas. Al poco recibió una carta en la que
decía que desde la fecha tal ingresaba en la Armada Española que tenía que
hacerlo en Cartagena.
Después de la correspondiente
instrucción y jura de bandera en el patio del acuartelamiento en que entre
tantos miles que acompañaron a los allí congregados estaban su madre, su abuelo
sentadito y Don Valerio que había cogido ese día su coche para que acompañaran
al “niño”.
Contra toda norma y menos en
las cosas oficiales que se dirigían a él por su apellido todos desde los mandos
hasta la tropa lo llamaban Periquillo que se hizo enseguida muy popular por su
buen carácter, su aguerrido carácter, su decidida voluntad r y un amor a España
fuera de toda duda.
Periquillo se transformó “de
la noche a la mañana” de un pillastre de la calle hasta un marinero que vestía
marcialmente su azul uniforme con el lepanto. Pasó por barcos, misiones
internacionales, se afanó en aprender y seguir aprendiendo porque quería ir
ascendiendo poco a poco en la que ya consideraba su casa, en la Marina
Española.
Después de algunos años fue
destinado al Ferrol ya con el grado de cabo primera y poco después marchó hacia
San Fernando para entrar en la Escuela de Suboficiales donde si la Virgen del
Carmen no lo remedia saldrá un nuevo sargento. Allí, en sus paseos por esa gran
avenida, por esa viva calle Real conoció a Maruja que era una chica muy noble,
muy sencilla y también muy humilde.
Periquillo lucía su azul
uniforme con gorra de plato mientras paseaba por esta céntrica calle con sus
amigos y compañeros. Vio que en esta Ciudad podría formar familia si Maruja
daba el sí a sus pretensiones que era cosa difícil pues ella trabajaba de la
mañana a la noche en una panadería.
Pasó el tiempo y se hicieron
novios de los de paseos y más paseos porque la economía no le permitía grandes
cosas ya que una trabajaba para llevar el dinero a sus padres mayores y
enfermos y el otro enviaba más de la mitad de su sueldo para que su madre y el
abuelo, que cada vez estaba más consumido, no le faltará nada.
Salió Sargento y fue destinado
a Madrid y de allí empezó una letanía de destinos tanto de mar y tierra, tanto
fuera como dentro, tanto de máximo nivel como de vigilancia.
Y nuestro suboficial de la
Armada Española volvió a San Fernando para casarse con Maruja en la Iglesia del
Carmen un sábado de abril a las seis de la tarde. De este matrimonio dos chicas
y un chico que parece un doble exacto de su padre pues tiene la misma cara de
pillastre, listo como el hambre, que es capaz de lo que sea para que su bendita
madre no se quedara ciega a base de coser.
Que si el Estado Mayor, que si
la Fragata tal, que si misiones de la ONU….
Fue creciendo y ascendiendo
sirviendo con verdadero sacrificio a España, de esa forma que solo sabe hacerla
un militar, de esa forma que solo entiende un militar.
Cuando pasó a la reserva su
azul uniforme llevaba los galones de Alférez de Navío, su pecho lleno de
medallas ganadas con sangre, demasiado dolor y muchas lágrimas. Si, nuestro
amigo Periquillo se retiró sirviendo a España con demasiada emoción y habiendo
logrado en su vida que su madre muriera feliz, sin trabajar, y lo hiciera como
su reina que era, que su abuelo tuviera de todo en los últimos momentos que
hubo que ingresarlo y perdió la otra pierna.
Y construyó una familia con
los valores que le enseñaron en la suya y junto a Maruja tuvieron tres hijos,
dos chicas y un chico que es el mismo retrato de su padre. Se parecen tanto que
hasta lleva el azul uniforme de la Armada Española donde ejerce su labor en el
Buque Escuela Juan Sebastián Elcano. Los tres se casaron y ahora alegran su
casa de San Fernando cinco nietecillos que son su perdición.
Han pasado ya algunos años de
eso y todavía se puede ver a Periquillo ponerse firme, con una pose natural
llena de castrense marcialidad, a sus más de 80 años mientras le dice a otro
señor más o menos de su edad: ¡A sus órdenes mi Comandate!
Y es que el que tuvo, retuvo y
guardó para la vejez y un militar, un servidor de España, lo es por y para
siempre.
Este es mi particular homenaje
a los miembros de las Fuerzas Armadas, a todos sin excepción, pero sobre todo a
los oficiales, suboficiales y tropa porque muchas veces de ellos nadie se
acuerda, nadie les da las gracias, cuando son la imagen viva de tantos que en
nuestros años hicimos la mili que ponemos nombre y apellidos a los cabos, al
sargento o al brigada que fueron nuestros cabos, nuestros sargentos, nuestros
brigadas…
¡¡Gracias por servir como
servís a España!!
Jesús Rodríguez Arias
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