No, no era
una majestuosa Basílica donde caben multitud sino la pobre y humilde Capilla de
la Casa Cuartel de mi pueblo.
En ella no
se recibían miles de visitas diarias auspiciadas por la devoción o por
sentimientos de admiración hacia la belleza construida por el hombre hace
siglos sino que era depositaria de la Fe de los que habitaban esta Casa en un
pueblo perdido de nuestra bendita España.
Allí no
estaba la Virgen del Pilar sino una imagen suya que siendo igual de preciosa
era también más íntima, más nuestra. Allí todos la llamábamos “La Pilarica”.
Y entraras a
la hora que entraras veías a alguien rezando pues estaba abierta las 24 horas
como el servicio de nuestros guardias civiles y porque la Fe no comprende de
horarios.
Que si la
Señora Nicolasa, viuda del antiguo teniente, con los ojos nadando en lágrimas,
le rezaba por su marido y por ese hijo suyo que murió nada más nacer mientras
se acordaba de su padre que también lució el verde uniforme mientras su madre
hacía lo mismo que ella hacía en estos momentos: ¡Rezar a La Pilarica!
O podías ver
al cabo Melquiades que llegaba muy serio, se cuadraba ante ella y se persignaba.
Todo ello muy marcial, muy de la Guardia Civil.
Lo mismo
coincidías con los chiquillos que tras juguetear en el patio se iban a verla o
ese agente nuevo que nadie se acuerda como se llama que le reza para que todo
vaya bien.
O a Luisa
que embarazada de su quinto hijo le dice que proteja a su Antonio y dé salud a
“su tropa”.
También
recibían muchas visitas de gente del pueblo pues se había corrido su fama de
protectora y algún que otro milagrillo también había caído por estos lares.
Siempre en
su pedestal, siempre con sus velas encendidas que para eso Remedios, que hacía
las veces “sacristana!, tiene la Capilla muy escamondada.
Remedios que
a su vez es la mujer de Juan que llevas recibiendo las denuncias de los vecinos
y que era muy querido en toda la localidad.
La Pilarica
siempre tenía puesta a sus pies una rosa roja. Nadie supo nunca quién la puso
en entonces y quién la mantenía ahora. Todos los lunes por la mañana, cuando la
luz de sol se cuela por las pequeñas vidrieras, desaparece la que estaba mustia
y una nueva llena de vida a sus pies. Sin más ni más.
Algunos se
pensaban que era Remedios o la misma Nicolasa, por eso de la edad, aunque en
verdad ni el más sagaz de los investigadores podría saber a ciencia cierta de
quién era la mano que cada semana depositaba una rosa roja a los pies de La
Pilarica y pienso que nunca se sabrá.
Y allí sigue
Ella, receptora de tantas plegarias, tantos rezos, tantos llantos de alegría o
de penas, tantas amarguras y sobre todo tantas esperanzas, como el uniforme
glorioso de la Guardia Civil, de tantos hijos suyos tanto de la Casa Cuartel
como de fuera porque La Pilarica no hace distingos pues todos somos iguales.
Un día tras
otro con el mismo trasiego en la vieja Capilla de la Casa Cuartel de este
pueblo perdido de esta nuestra España que entre Misa y Misa, entre rosario y
rosario, entre rezos con voz apagada o plegarias en medio del silencio a
nuestra Virgencita que siempre tiene sus velas encendidas gracias a Remedios y
una rosa roja de una mano anónima que todos los lunes la cambia para que la
intención se mantenga siempre nueva.
Jesús
Rodríguez Arias
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