Jocondio es hijo de Don Jocondio y así una vasta saga que se remonta a
varios siglos que me acuerde.
Jocondio
al igual que su padre, abuelo y demás tiene un carácter afable, gran
conversador de horas muertas, simpático como él solo que es como se suele
quedar tras coger la palabra y no soltarla en las horas que separan una jornada
de otra.
Es
Jocondio hijo único aunque tiene varios hermanos más toda vez que Don Jocondio,
como también su abuelo Jocondio, siempre se enamoraba de las clientas de la
gastro-clínica“Males de barriga” que gestionaba su amigo Arsenio de toda la
vida.
Jocondio
hijo era de altas miras y cuerpo bajo.
Su madre Paloma de Cagarruta siempre le decía que era el más alto de la
familia con diferencia aunque su abuelo Ostracio midiera más de uno ochenta de
los de antes.
La
familia de Jocondio era muy peculiar como lo son todas las familias de esta
clase de personas y desde pequeñín le otorgaron una misión vitalicia: Custodio
del Visillo de la ventana trasera del salón comedor donde cada doce horas
corría a un lado a otro tan cara tela siguiendo unas normas protocalarias que
han pasado de padres a hijos desde que fuera adquirida en la centenaria tienda
de visillos de las hermanas Cotillas.
La
custodia del visillo de la centenaria tienda de las hermanas Cotillas era la
encomienda más privilegiada que tenían los hombres de la familia desde que
Jocondio es Jocondio.
Eso
hacía que la pobre criatura no pudiera salir ni coger vacaciones ni nada de
nada pues cada doce horas empezaba la particular liturgia de mover el visillo
familiar. Esta situación hacía que los amigos no le duraran mucho y ninguna
chica se le acercara con proposiones serias pues veían enseguida relegada su
relación por la custodia del visillo de las Hermanas Cotillas del que era
custodio de este tesoro de Familia.
Él
estaba alegre y orgulloso de ser lo que era pero sentía algo de añoranza en las
corvas pues su corazón latía ante la lata de melocotón en almibar y no tenía a
nadie con quien compartir el abrelatas.
Un
día llegó a casa Doña Pomposa de Hiloquebrado, marquesa viuda de idem, con su
coqueta y resabiada hija Rebeca de Hiloquebrado junto en el momento que
Jocondio hacía los honores al legado familiar.
Doña
Paloma se inclinó para besar el juanete de la marquesa de idem mientras
presentaba a su hijo Jocondio que en ese momento bajaba del taburete forrado en
terciopelo blanco roto por el calor y la humedad. Disculpó a su marido del que
dijo que seguro que estaría trabajándose la “clientela” pues no había que
perder hilo de la mecha. ¡Todos se entendieron!
Jocondio,
hijo mío, trae la bandeja con las pastas que están en ese bote de porcelana que
nos regaló el abuelo Jocondio del día de su boda.
Doña
Pomposa, muy ídem la marquesa, dijo con voz en hilo: ¡Lo antiguo sabe mejor!
Mientras
la Señorita Rebeca de Hiloquebrado miraba el primor del visillo que tan bien
había dispuesto Jocondio que no tenía nada del otro mundo pero a ella le había
hecho “tolón”.
Mientras
Doña Paloma y Doña Pomposa se dedicaban a sus menesteres en torno al extraperlo
los dos jóvenes se sentaron cerca del
urinario para empezar una candorosa conversación llena de subterfugios.
Jocondio,
¿tú a cuantas prometidas te has prometido? Le espetó sin pelos en la rótula
Rebeca.
Yo,
debo reconocer, que nunca me he atrevido a tal cosa pues nadie comprende que mi
dedicación vivencial es custodiar el visillo de la familia.
Rebeca
se ruborizó pues había ingerido agua de cal en vez la copita de zumo de
liendres que tenía en la mesa.
Al
igual que yo, Jocondio, pues no conozco varón aunque si a muchos mozos.
Los
dos se quedaron callados pues habían ingerido una de las pastas del abuelo
Jocondio que estaban tan duras como el friso de mármol de la tumba de la
bisabuela Anacleta.
Las
dos madres miraban a sus retoños con la esperanza de que al fin llegará a sus
vidas la primavera.
Joncondio
en un arranque impropio en él se puso de rodilla delante de Rebeca y le entregó
el anillo hecho con fideos de los buenos y le dijo con voz entrecortada pues
tenía una herida en sus hendiduras.
“En
cuanto te vi me enamoré Rebeca quisiera ser la manta que te abrigue y el
edredón que te envuelva, el que juegue con el dedo meñique mientras miramos a
las estrellas”.
Rebeca
demudó su faz por honda emoción le dijo “que no quería un mozo sino un varón
que le hicieran tilín con el tolón, que le dieran puntadas sin hilo, que la
enamoraran con estilo y que su amor llevara un yersi de pico”.
Los
dos se entendieron a la primera aunque Jocondio asimiló el mensaje a la
segunda.
La
pedida de asno fue sonada en kilómetros a la distancia. En la mesa principal
Jocondio y Rebeca a su lado Paloma y Jocondio así como Pomposa que se hizo
acompañar por el chofer etíope que la entendía mejor que su augusto marido
muerto en la guerra del tifus cuando dirigía en cadena a su escuadrón en la
famosa batalla del Mojón seco.
Por
parte de la marquesa de ídem Jocondio fue obsequiado con un reloj de pared de
la familia del joyero de la esquina así como el nombramiento de Capitán
Vitalicio con medalla al mérito por nada mientras Rebeca fue depositaria del
óculo del pariente ebrio y el diploma que certificaba con notario de acuse y
recibo su nombramiento como CoCustodia del Visillo asignándole horario y día
para que ejerciera como tal.
Ante
el aplauso emocionado de los más de los que se preveían se constituyeron en
prometidos sin derecho a roce. La boda sería dentro de una semana en la
principal.
El
enlace matrimonial fue antológico, se derrochó hasta de lo que no había, en
medio de la ceremonia se acercaron a la pareja de contrayentes, él con su
uniforme de Capitán Vitalicio y ella de organdí azul niebla, un par de
servidores para que besaran el visillo familiar.
El
convite hizo historia en todos los sentidos y la orquesta la trajo el chofer
Kgome T’usmuertos por casi nada.
Ya
en la habitación, antes de yacer algo que valiera la pena, se mostraron tan
cual eran y ella se llevó un sorpresón y el dos de Rebeca.
Cerremos
el visillo pues la fiesta sigue en los jardines de enfrente mientras todos
salen con grandes sonrisas relucientes donde todos desean y nadie dice querer
estar. ¿Dónde? ¡En EGOS DE SOCIEDAD!
Jesús
Rodríguez Arias
No hay comentarios:
Publicar un comentario