Siempre ha
estado ahí, lo recuerdo en el mismo sitio y cuando cierro los ojos aparece
indefectiblemente su imagen.
Sí, en esta
vida de avanzadas tecnologías, de progreso que en demasiadas ocasiones nos hace
retroceder, de ingente cantidad de información, de nuevas vías de comunicación
aunque la soledad se haya convertido en esa compañera inseparable de destino,
donde hay tantos cobardes que tiran la piedra y esconden la mano, en el mundo
donde los juegos se hacen vía ordenador, televisión o vaya usted a saber...
Ciertamente
estamos en una sociedad desconocida llena de personas que ni siquiera nos hemos
planteado el conocer y así nos va.
Muchos son
los que critican los uniformes y lanzan ardientes proclamas llenas de un odio y
un rencor que no se comprende contra la Guardia Civil, Policía Nacional, Local,
Fuerzas Armadas, Judicatura... ¡Todo lo que suponga una Ley y un Orden que no
quieren ver ni en pintura! ¡Con lo bien que se está haciendo lo que “me da la
gana” y si molesto al vecino que se aguante!
Esos que
critican los uniformes practican la “uniformidad” en pensamiento, ideas,
opiniones e incluso vestimenta. Son “iguales para hoy” como diría el mensaje
de la persona que nos vende cada día la lotería de los sueños de tantos y no
hay nada más peligroso que muchos piensen, opinen y hagan lo mismo pues es un
claro indicador que el pensamiento como tal no existe.
En esta
sociedad sin valores donde todos los “curritos” somos iguales a la hora de
pagar y afrontar las obligaciones que tenemos, la que entre todos hemos
construido, o nos han construido, y que poco a poco se nos va escapando de las
manos.
Tiene cosas
buenas sin lugar a dudas pero es que lo malo mancha lo bueno que seguro es
mayoría.
Yo, que he
vuelto abrir mi ventana de todos los viernes, os hablo de nuestra vida, de los
valores, sentimientos, momentos, situaciones y cosas de siempre. Las que nos
hicieron felices, las que nos dieron la oportunidad de crecer como personas y
no solo en centímetros de alto o ancho.
Y recreo lo
que aprendí de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos que por aquél
entonces jugábamos en la calle y no pasaba nada. Recuerdo las vivencias de una
Casa que no sólo era nuestro hogar sino el de todo aquél lo pudiera necesitar
porque en la niñez de mi infancia y juventud las familias se podían asemejar a
una Casa Cuartel donde todos estábamos para todos y para todo.
No había alimentos
“ecológicos” porque sabíamos que eran del huerto, no le echaban tanta porquería
al agua, la leche, las verduras, el ganado, al cielo...
¿Quién con
más de 45 años no ha tomado un cuenco de leche recién ordeñada? ¿Estamos
muertos, lisiados o tarados? ¡No! ¿Verdad? Ahora la leche dicen que es ese
líquido blanco sin sabor alguno que está depositado en esos paquetes de cartón
o esas botellas de plástico que nos venden por miles en cualquier supermercado.
Ahora el tomate dicen que es tomate por la forma y color ya que lo demás ha
desaparecido y así un largo reguero de ejemplos. ¿Y después nos preguntamos
porque la mayoría tenemos alguna patología gástrica más o menos severa?
Yo, cuando
cierro los ojos, lo primero que veo al entrar en mi casa es ese viejo abrigo,
ese viejo gabán, casi descolorido por los años que tiene, de buen paño, del que
no se hace ya, que cumple su función cada vez que el frío aparece por las
rendijas de la ventana.
Ese viejo
gabán que llevó en su día mi abuelo, que un día heredó mi padre como el mejor
de los regalos posibles y que espero que algún día llegue a mis manos aunque ya
no se pueda ni poner encima ni pueda cumplir con la función con la que se creó
porque pienso darle el sitio que merece, el mejor de los retiros para el que
tanto sirvió sin pedir nunca nada a cambio. Lo colgaré donde siempre ha estado
que es esa vieja percha que hay en la Casa de mi vida justo al lado de la
puerta.
Allí estarás
para siempre mi querido y viejo gabán cumpliendo tu última misión mientras la vida
pasa y yo con ella.
Feliz
viernes y buen fin de semana.
Jesús
Rodríguez Arias
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