Doña
Telefonillos del Visillo Alto era una de esas mujeres de regia estirpe y de
casa vieja.
Ella que se
hacía llamar por todos Doña Medusa, en honor a su tía abuela Enriqueta, porque
no le gustaba el nombre que su augusto progenitor había decidido para su hija
primogénita y única pues al poco tiempo D. Pavor se murió de miedo al comprobar
que se había acabado la última botella de lodo del río revuelto.
Este licor
era muy renombrado entre los prohombres porque era el favorito para las mujeres
del lugar. Hacía ya algunos lustros que el río revuelto se había secado cuando
construyeron encima el Sanatorio para curar los pies de las picaduras de
ladillas.
Nuestra niña
fue desgraciada antes de nacer pues su recordado padre siempre salía mencionado
a pesar de llevar más de esos fenecido.No había un solo día que su recia madre
Doña Pava del Moño Negro le recordara: ¡Si tu padre viviera yo no estaría aquí!
Y se callaba quedamente.
Fue educada
con Esmero ya que así se llamaba la institutriz que prestaba servicios en la
casa de enfrente. Aprender no aprendió mucho pero tampoco lo contrario.
Fue
creciendo en corpulencia más que en sabiduría. Todos decían que Don Pavor, que
descanse de una vez, era más bien enjuto a pesar de que su peso sobrepasaba
ampliamente los 180 de los de entonces.
Doña Pava,
preocupada por su hija, la metió en pleno proceso de adolescencia, cuando no
había cumplido ni los 31, para que estudiara con la mejor chiva el canto de la
cabra. Su portentosa voz hizo que adelantara varios cursos el primer día.
Al poco
varios empresarios se hicieron oídos a la redonda de su buen hacer y montaron
un espectáculo de canto y cultivo que tendría por nombre: La Medusa de esta
tierra. En el papel principal Doña Telefonillos que se hacía llamar Medusa y
como partener el egregio Zenón Zurrón Amortiguado cuya fama salto hace tiempo
cuando trabaja en la casa de empeños los piños.
En el Gran
Teatro de la Capital se estrenó dicha obra con el andamiaje propio de estos
eventos. Fue tanto el éxito que el mismo estuvo en cartelera hasta que expiró
la licencia y el permiso.
Ya Doña
Telefonillos, conocidos por todos como Medusa, se había encumbrado y era el
referente familiar. Son conocidas las grandes fiestas que ofrecía en su
diminuta casa de baños.
Fue
cumpliendo años con cierto Pavor, que así se llamaba difunto padre, que dicen murió
de repente el día menos pensado.
Cuando
volvía a su casa después de una gira de 3 o 4 de las de antes lo que más le
gustaba hacer es quitarse los zapatos que le regaló una amiga suya llamada
Pitiminí de Perrachica y ponerse las elegantes zapatillas bordadas en huevo
duro que fue un presente le emocionó sobremanera de Amigable Postinero el día
que lo invitó a tomar pastas con su alma gemela. Ella que no se le va nada, el
anillo le va al nombre, percibió la mirada perdida de Amigable hacia el lugar
que estaba el zagüan de la esquina aunque hay que reconocer que mantenía muy
bien la “compostura”.
Unas vez
descansados sus pinreles se metía en el baño con ropa incluída porque ella era
mucho de ahorrar el agua que le robaba a la cañería municipal.
Después
tomaba un ligero aperitivo de 58 platos mientras charlaba con el espejo.
Hoy, me he
encontrado con Tarantasia, Viuda de Mojopoco y le he dicho que como estaba el
canallla que la abandonó por irse con no se qué enfermedad que dicen las malas lenguas lo llevó al panteón.
Ella,
Tarantasia, me ha contestado llena de esa fingida dignidad que tienen los que no
son nada en la vida: Mi viudo está en la gloria y tú más sola que la una. Yo
“mojopoco” pero tú, querida Telefonillos, ninguna.
Y se tomaba
el postre a cara de peros.
Medusa que
de siempre fue entrometida le gustaba mucho las labores del hogar, en eso salía
a su querida y difunta madre Doña Pava, y todas las tardes se sentaban las dos
frente a la mirilla de su casa para ver quien pasaba y si alguno tenía el
atrevimiento de dejar publicidad de la nueva casa de citas literarias, librería
le decían los eruditos, en el portal de la esquina.
Su madre,
que siempre fue muy recóndita, le puso un visillo a la diminuta mirilla pues
decía, con buen criterio, que así nadie sabría que ellas estaban detrás.
Pero los
tiempos avanzan y la arcaica puerta con el pequeño visor fue sustituida por una
de gran seguridad con una mirilla que es una pequeña pantalla a todo color con
la que se divisa toda la calle y las afueras de la ciudad.
Ella, en
honor a su madre, le puso delante un
vaporoso visillo que descorría cuando por las tardes se sentaba delante suya
para ver, desde la tranquilidad del hogar, como se movía todo y después
criticar frente al espejo.
Era tarde,
Medusa se había desprovisto de la peluca del reloj porque se encontraba muy
cansada. Escuchó unos perros ladrar en el Vomitorio de Puente Perdido y
descorrió el visillo sin ganas pues el día había sido largo y tenía ganas de
coger la cama que estaba fría y sola.
Vio a un chico
de edad muy merecida que se acercaba, era moreno de piel aunque de albina
mirada. Antes de que sus nudillos chocaran contra la chapa de hormigón con
pintura imitando la madera ella la abrió con esperanzas puestas y babuchas
quitadas.
¿Necesita
algo, dijo ella tímidamente, mientras le miraba la rabadilla?
Soy el
inspector de trueques y me han dicho que necesita un arreglo.
Ella se
entusiasmó sobremanera y acaloradamente dijo a voz en grito: ¡¡Sí, quiero!!
A él se le
nubló la vista por la emoción y ella no paraba de mirar el telefonillo.
Desde
entonces no se han separado y eso que hace más de cinco minutos que sucedió.
Esta bella
historia sale con prolija información en “EGOS DE SOCIEDAD”.
Jesús
Rodríguez Arias
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