La Señorita Rósula de Mentaverde había nacido en
una familia de corta y pega aunque se había educado con la Sita Plubia que era
muy mayor para su edad.
La Sita Plubia siempre le gustó mucho el manejo de
plantas y bien la podías ver oliendo una chumbera que regando un nogal mientras
cogía las semillas secas que aparecían en moñigas de vacas y que bien decía que
eran muy curativas.
Ella se decía a si misma que era alquimista de los
yerbajos y que cuando fuera mayor alguien le pondría su nombre a una tienda de
cosméticos y alta perfumería.
Los sueños de Plubia, que escaseaba de feminidad
pues muchos por esos lares decían con voz queda en medio del mercado que era un
invertido al que le gustaban las plantas, se iban a cumplir cuando los padres
de Rósula de Mentaverde, Don Aniceto de Menta y Doña Gregoria Verde, le dijeron
que cuidara de la pequeña Rósula, a cambio de generosos estipendios, pues la
familia era muy numerosa y no cabían en su palacete de 2.800 metros cuadrados
en plena finca de 60.000 hectáreas.
La Sita Plubia acogió a la dulce Rósula con
alegría y mientras sus padres la despedían con emocionadas lágrimas y pañuelo
en las sienes. Ella, que era como era, le decía a voz en grito: ¡Te quieres
venir ya y dejarte de tantas sandeces! Y es que tenía un léxico muy escogido ya
que había estudiado un curso con acuse de recibo.
Y así, de vivir su día a día con Plubia,
es como Rósula de Mentaverde cogió gusto a las plantas, semillas, raíces, que
estudiaba, recolectaba y experimentaba para emoción apenas contenida de la
pontiguera que veía como su sueño de aparecer en una afamada tienda de alta
perfumería y cosmética se haría alguna vez realidad.
Famosos fueron sus remedios curativos a base de
pedradas, sus ungüentos de moco de calamar, sus afrodisiacos de espina de
corcho, sus cremas solares con esencia de sombrilla. Lo mismo te hacía un
pontigue para el pelo de los calvos, que te curaba la fealdad.
A decir verdad Rósula cogió en muy poco tiempo,
veinte años más o menos, una acrisolada fama que la hizo aventurarse en la gran
pasión de su vida: Merendar tostadas a la crema.
Con los ahorrillos que iba teniendo gracias a la
venta de sus ungüentos de mala suerte, además del ingreso económico que les
hacían semanalmente sus padres de miles y miles de las de antes, pudo poner en
pie toda una tienda de alta perfumería y cosméticos.
“Rósula de Mentaverde, alta perfumería” así llamó
a su tienda en barrio digno de la estirpe de su padre.
En honor a su maestra y mentora le puso al tarro
de alcohol de quemar que ella misma compraba al por mayor en los minoristas de
la capital y que después vendía como si fuese un abrigo de alta peletería:
Publia de Rastrojoseco.
Esta circunstancia había quebrado la relación
entre Rósula y Sita Plubia que abandonó el lecho para irse a la ducha.
Envejeció en un día lo que en 24 horas y emigró a tierras del norte donde los
yerbajos son amarillos porque no soporta ya el verde con olor a menta.
“Esencia de grifo” con sabor a estornudo estaba
haciendo furor en su tienda. Un lote de este perfume que no olía a nada y
costaba mucho junto con jabón de caca de liendre se vendía al módico precio que
antes se ha anunciado.
“Crema vaporosa de cal pedregosa” era otro de sus
inventos que conseguía alisar la cara y quitar del gesto cualquier arruga de
expresión porque las de la vejez permanecían.
Si te llevas, querida Alodia, el gel de baba de
resfriado, te regalo un tarrito de mi nuevo perfume “Esencia veraniega del
sudor con pelambreras” que hace furor entre los ropasueltas.
Alodia, Genara, Críspula y Capitolina eran las
consortes de los prohombres de la ciudad y lo que ellas compraban también el
resto lo hacían pues imponían modas, modismos y costumbres.
“Yo siempre compro el Rósula de Mentaverde”, le
decía Capitolina a su señor esposo el abregrifos del lugar.
Al poco tiempo, una vez pasados más de cincuenta
años, Rósula se llevó un revés que no olvidará en su vida pues se enteró vía
notarial que sus amados padres, D. Aniceto y Dª Gregoria habían fallecido a la
tierna edad de los 114 años respectivamente y habían dejado como herencia toda
su fortuna a sus hijos de los que solo quedaba viva Rósula pues los demás
habían muerto en la guerra de otros.
Unidas las fortunas tanto personal como familiar
pudo hacer lo que quiso siempre en la vida y se pudo casar con su prometido de
siempre al que daba largas una y otra vez.
Ultán de Pies de Sapo, hijo del último roble,
contrajo matrimonio con Doña Rósula de Mentaverde uniendo dos familias de alto
abolengo y ninguna clase. Después de la ceremonia, el convite, en el que se
degustaron unos exquisitos patés de ojo de mosca, y el viaje de novios por la
montaña plana se instalaron en la finca de sus padres y engendraron sus
descendientes con poco gasto.
Tanto Ultán como Rósula les gustaba mucho abrir su
finca a los fotógrafos de sociedad, enseñar sus ínfimas propiedades, hablar de
las últimas creaciones y brindar por el año nuevo aunque fuese febrero.
Sí, porque al fin y al cabo, Rósula creadora de
alta perfumería y cosméticos es en verdad una simple “potinguera” la cual
pierde el hipo por salir, como tantos, en EGOS DE SOCIEDAD.
Jesús Rodríguez Arias
Nota: En el próximo capítulo les hablaremos de D.
Melitón que es un hombre con tantas ocupaciones que no sabe de nada y que
escribe en tarjetones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario