Desde niño
Docto Pusilánime, que se así se llamaba la criatura quería ser sabio, pues lo
había leído en las recetas de la Tía Nicanora que hacía tortas a todas horas.
¡Niño, tú
tienes que ser sabio y déjate de cochambres! Exhortaba esta dulce anciana
mientras alisaba la masa de pescado para encontrar un diente de oro que había
perdido en su muy lejana mocedad en el charco de al lado de su casa en un día
de torrencial lluvia.
Nicanora,
mujer enjuta a pesar de sus redondeadas formas crio al niño pues sus padres lo
tuvieron que dejar aquí pues ellos tenían que marchar por razones familiares
para allá.
Nicanora le
contaba con lágrimas en las corvas que su madre era en realidad un gentil
hombre llamado Eufrasia que se había casado con un alto cargo militar cuando
abandonaba el servicio.
Eufrosia y
el Archipámpano Modesto tuvieron una luenga descendencia de un hijo y 26 cornúpedos
y al poco de nacer Docto, al que llamaron así por su abuelo Séptimo aunque era
en verdad el segundo, lo dejaron con la Tía Nicanora pues ellos se liaron las
medallas a la cabeza y se trasladaron en
medio de una gran metrópolis donde criar a sus bichos.
Y nuestro
“niño” creció y se hizo un vetusto árbol que daría sombra a la luz de la
sapiencia que era la pastelería que estaba cerca de las cocheras del patio del
colegio.
Él, será por
el abandono de sus padres o por lo que le contaba Nicanora a la hora de la
cena, era más bien apocado, muy poquita cosa, demasiado errático y ya con la
tierna edad de los 21 parecía que todavía no había salido del nido. ¡Por algo
se apellidaba Pusilánime!
Había una
vecinita, nieta de la amiga de Nicanora de toda la vida, que era dulce y amable
y le espetaba con sonrisa angelical: ¡¡Siempre serás lelo!! Docto, con lágrimas
en los dientes, le decía: ¡Yo también tenía un lelo que se llamaba Filastrio!
Creyendo, en buen chiquillo que le estaba hablando de su abuelo Pambón.
En las aulas
escolares siempre destacó por sus ausencias justificadas; que si le ha picado
la hormiga caracol, que si ha sufrido una caída de alfombra, que si se ha
torcido el tobillo escalando el bonsai de ese vecino nuevo que lleva más de 80
generaciones en el lugar llamado por exótico nombre de Leon-cio.
No, la
verdad es que nuestro Pusilánime protagonista no destacaba en sapiencia ni en
sabiduría y Nicanora ya se estaba planteando el mandarlo con sus padres para que
hiciera compañía a los bichos que seguro sabían más que él en horas bajas.
Pero un día
llegó a ese lugar así como a sus vidas Giraldio Pomo-Duro que es un acrisolado
profesor de estatuas de bronce hechas con cera. Era tal la sabiduría del
preclaro profesor que se convirtió en lo que dura un año bisiesto en la persona
que abriría la ventana del saber de nuestro Docto.
El Señor
Giraldio lo acogió y le enseñó todas las técnicas de investigación de la reina
madre, de la repercusión de la colmena de abejas en la realización de
majestuosas estatuas de bronce. Docto creció en centímetros de altura y se notó
pronto en su comunidad pues vestía pantalones más largos de lo normal.
Nicanora
decía con voz queda: ¡¡El niño se nos ha hecho grande instruido aunque de igual
porte!!
Gracias a
las influencias del Señor Giraldio, que eran muchas entre los que en verdad
manejaban todo, se fue a estudiar a la prestigiosa academia de Agapito Correderas y allí se formó como un
buen discípulo del mancha tinta Sr. Plomez.
Superó curso
tras curso y salió licenciado en “Broncera” una técnica novísima que no llevaba
más que dos siglos utilizándose sin mucho éxito a decir verdad.
Él siempre
empezaba sus clases particulares de la misma manera: Seguid al dictado las
fórmulas que os enseño para hacer de la cera bronce como me enseñó el Señor
Giraldio y mis maestros Agapito y
Plómez.
En ese lugar
le llamaban doctor porque se ponía una bata blanca para impartir sus clases y
curaba de artrosis a las gambas cocidas aunque no tuviera el título porque no
existía.
Fue tanto su
prestigio, su afamada elocuencia, que de la noche a la madrugada fue invitado a
todos los congresos, audiencias, ponencias y actos donde son muy proclives a
salir en fotos de sociedad.
Allí conoció
a la famosa Reggina Tresppelos que casose en su alejada juventud con Bercario
Sin Becas. Famosas son sus galerías de arte en torno a la pintura del pez
sordo.
Y allí conoció
también a Don Melitón que le entregó en cuanto lo vio una tarjeta que ponía: Presidente de Mentecatos y Polvorines
“Glups”, a Rósula de Mentaverde, afamada pontinguera y a Don Cernín, Marqués de
Hinojosa del Rastro que puso cara de circunstancias cuando fue requerido por la
autoridad pertinente para que devolviera el pico de salitre que se había
llevado a la testuz.
Y todos
juntos, cada uno con lo suyo, aparecieron sonrientes, menos Docto que tenía su cara de bobalicón, donde a
todos les gustaba tanto: ¡¡EGOS DE SOCIEDAD!!
Jesús
Rodríguez Arias
En el
próximo capítulo hará su aparición en “EGOS DE SOCIEDAD” la Señorita Penurria
de Mocoseco.
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