Etelvina ya no sale a la calle
como antes porque sus piernas ya no la sostienen con la firmeza de antes. Ahora
sentada en la mecedora en la que su madre Engracia hacía lo mismo día tras días
hasta que un invierno muy malo y frío se la llevó.
Etelvina heredó de su madre y
esta antes de su abuela la única mercería que tenía el pueblo hasta hace
relativamente poco en el que se instaló una gran superficie de esas pero que
todos llamaban el híper.
Etelvina siempre estuvo al
frente de su pequeño y familiar negocio y lo mismo vendía esos encajes traídos
directamente de Zaragoza que le encargaba Sagrario “La Sacristana”, que vendía
esas coderas para que se las pusieran a las chaquetas de lana que pasaban de
padres a hijos y de hijos mayor a hijo menor…
Y también vendía muchos
botones, mucho hilo verde y hasta un kilométrica bandera de España, que tuvo
que encargar en fábrica, para enlucir el patio de la vieja Casa Cuartel de la
Guardia Civil que estaba justamente frente a su pequeña mercería de las de toda
la vida.
Mercería, que nunca le robaron
ni les pasó nada malo porque estaba siempre vigilada gracias al guardia civil
que estaba en la puerta.
Etelvina no cambió nada de la
tienda que heredara de su madre aunque el género fue agrandándose según pasaban
los años y también lo acrílico había hecho acto de presencia quitando la pureza
de antes en sus productos aunque ella fiel a lo heredado se mantuvo en sus
treces a pesar de la invasión.
Mercería “Virgen del Pilar”
así se llama la tienda de Etelvina y según dice tiene más de 125 años.
Etelvina creció entre dedales,
agujas, botones, hilos, madejas de lana, encajes, blondas… Así se hizo mujer,
se enamoró de Nicanor que trabajaba como camionero que portaba grandes piedras
de la cantera de la familia del Tío Salustiano. Nicanor y Etelvina tuvieron dos
hijas y un hijo que eran la mar de guapos según decía con orgullo su abuela
Engracia.
Ángeles, Encarnación y Miguel
eran los tres hijos de este matrimonio siempre ejemplar, siempre tan
trabajador, siempre tan buenos y prudentes.
Nicanor se iba todas las
mañanas cuando incluso no había ni amanecido y llegaba justamente a la hora que
su mujer cerraba la tienda. Cenaban juntos y después a dormir que el día para
este buen hombre empezaba siempre demasiado pronto.
Un día de muy trajín en la
mercería, justo antes de las Fiestas Mayores, cuando Etelvina y su madre
Engracia no daban abastos atendiendo a los vecinos que compraban que si hilo,
que si ese encaje para el traje de las damas, que si… Llegó con la tez lívida
el Cabo Calixto y le dijo a Etelvina que lo acompañara , que el Capitán
Monsalvo quería hablar con ella.
Etelvina se temió que algo
malo había sucedido pero lo peor sin duda estaba por llegar…
Don José Monsalvo era un
hombre apuesto pese a tener ya sus años, sus cabellos encanecidos y esa barba
frondosa. Se mantenía enjuto pues de siempre fue muy activo y todas las tardes
que el servicio lo permitiera si iba a dar un paseo de los suyos por la
montaña.
Hombre de férreas creencias
religiosas y de una cultura inmensa. Hombre muy correcto en el trato, hombre de
voz suave y comprensiva.
Don José le dijo a Etelvina
que había sucedido un accidente en la cantera, en el momento que su marido
cargaba las piedras al camión para llevarlo donde siempre, que algo había
fallado en la grúa, que la piedra se desplomó cayendo encima de Eleuterio, el
capataz y de su Nicanor… Que sentía mucho el comunicarle que tanto uno como
otro habían muerto en el acto aplastados por toneladas de roca caliza.
Etelvina se le pasó la vida
por delante y con lágrimas en los ojos entendió que no vería nunca más a su
Nicanor, un hombre bueno, un gran marido y mejor padre que trabajaba de sol a
sol para que a sus hijos no les faltara nada.
Y desde entonces Etelvina no
se quitó el luto, desde entonces Etelvina se dedicó el doble a sus hijos, desde
entonces Etelvina estuvo al frente del cañón en todo momento.
Su madre Engracia decía que
esa era la desgracia de la familia: Que las mujeres que estaban al frente de la
vieja mercería al final más pronto que tarde se quedaban viudas. Pero Etelvina,
que había seguido con esa “tradición” se negaba a creerlo, pues qué mal podría
tener una vieja tienda…
Ángeles y Encarnación
estudiaron en el colegio de las monjitas, el suyo y el de su madre. Llevaban
tantos años en el pueblo que eran parte del mismo como la Iglesia de San
Salustiano o la Fuente de Piedra.
En cambio el benjamín estudió
en el colegio de huérfanos de la Guardia Civil pues Don José, el Capitán, habló
con Madrid y les contó la situación tan especial que rodeaban a la familia
dándose la circunstancia que un tío abuelo de Etelvina había sido Guardia Civil
que murió muy joven a manos de bandoleros.
Miguel, se trasladaba de lunes
a viernes a la capital de la provincia donde radicaba el colegio, y los fines
de semana volvía al pueblo.
Y así iban pasando los años…
Llegó el día que Engracia
murió de vejez y Etelvina se quedó sola al frente de la vieja mercería. Así
estuvo año tras año hasta que las niñas crecieron pues su Miguelito ya había
decidido que hacer en esta vida y es que estar tanto tiempo alejado de casa, en
la capital, pues tiene que al final no vuelves solo si acaso por Navidad o en
vacaciones.
Ángeles estudió para maestra y
ahora está colocada en el colegio de las monjitas. Sor Flora en cuanto tuvo el
título le ofreció, a su antigua y querida alumna, la posibilidad de ser ella
quién tuviera discípulos.
Y Encarnación que estudio
comercio se puso al frente de la mercería cuando ya su madre no podía más de
las piernas, ya necesitaba sentarse más de la cuenta, ya no se acordaba de la
mitad del género y se hacía un lío con esto del euro…
Un día que Etelvina estaba
sentada en la mecedora que siempre ocupaba su madre mientras su hija Encarnación,
que había empezado a salir con un chico muy aparente que es cabo y que vive en
la casa de enfrente, leyó unos viejos papeles que eran en verdad unas cartas de
su tio abuelo, el que murió siendo Guardia Civil, le escribía a sus padres
pocos semanas antes de morir. Se llamaba Miguel, como su hijo, y este nombre lo
decidió su madre Engracia pues ella quería ponerle el del bueno de su marido,
Nicanor…
Hoy Etelvina está muy
contenta, viene su hijo después de varios meses sin poder verlo. Sabía que había
estado trabajando en el extranjero, tenía un puesto muy delicado y de mucha
responsabilidad.
¡Qué le hubiera gustado verlo
Don José Monsalvo! Pero el buen capitán, que después ascendió, se tuvo que
jubilar antes de tiempo porque le salió una enfermedad muy mala en la sangre,
herencia genética dijeron, y murió a las pocas semanas. Como era soltero y no
tenía familia decidió ser enterrado en este pueblo para siempre y dejar sus
ahorrillos a su “ahijado” Miguel, para que completara sus estudios, su formación,
para que el dinero no fuera óbice a todo el potencial que tenía su chiquillo.
En su sustitución vino Don
Marcial Fresnoso, capitán también, algo rechoncho, simpático pero también muy
versado en muchos temas. Don Marcial, que no era tan retraído que Don José, le
gustaba pasear con su familia e integrarse con las cosas de sus vecinos. Vino
mayor y más mayor se hizo. Hace un mes recibió una carta que le comunicaban su
pase a la reserva.
Y hoy dicen viene el nuevo
capitán, que es joven, preparado y con un historial impecable…
Su hija Encarnación le ha
dicho que Paco, su novio, el cabo les había invitado al acto en el que tomará
posesión el nuevo capitán y despedida del anterior. Que le gustaría mucho que
fueran pues él estaba al frente del acto pues junto con el Teniente Bienvenido
llevaban el protocolo.
¡Anda, mamá! ¡No puedes estar
todo el día sentada en la mecedora!
¿Y si entra alguien para
comprar hilo? ¿Y si viene Tía Patrocinio por su madeja de lana? ¿Y si vienen a
por ese encaje que encargaron para la mesa del Altar?
¡Mamá, que no se diga que no
quieres venir conmigo y ver a tu yerno? Sí, yerno, pues Paco y yo nos queremos
casar para la próxima primavera…
¿Y si viene tu hermano y no
nos encuentra en casa después de tanto tiempo?
¡Miguel ya sabe cuidarse solo,
mamá!
Y las dos con sus mejores
galas y cogiditas del brazo cruzaron la calle, se adentraron nl el Cuartel
mientras el agente Romero se cuadraba ante ellas cosa que sorprendió y mucho a
Etelvina y la sentaron, guiadas por su nuevo yerno, en un palco muy próximo a
donde estaban todos los mandos.
Se vé Encarnación que tu novio
tiene mano… ¡Qué buen sitio nos han puesto!
De pronto suena el himno y
aparece el nuevo capitán.. Un hombre joven, elegante a más no poder, de aspecto
marcial, con una eterna mirada de niño, en su uniforme pendían muchas medallas…
A su lado el Capitán Don Marcial que se despedía de más de 40 años de servicio
a España. Había decidido junto a su mujer el quedarse en el pueblo pues se
sentía tan bien aquí…
Etelvina, profundamente
emocionada, miró a su hija Encarnación que también aparecía junto a su hija
Ángeles. ¡Qué día más grande Nicanor, amor de mi vida! Nuestro niño, nuestro
Miguel, es el nuevo Capitán de la Guardia Civil en su pueblo. Y es que que por
su sangre corre el verde de la Benemérita a la corta o a la larga se nota…
Y la mercería, la vieja
mercería, sigue al día de hoy frente por frente de la Casa Cuartel aunque
Etelvina hace meses que no está en la vieja mecedora. Ahora es Encarnación con
su marido Paco, el sargento, quienes hacen los honores a la Virgen del Pilar
que es santo y seña de tan bendito lugar mientras Miguel sigue capitaneando tan
preciosa e insigne nave.
Con este artículo vuelvo para
abrir mi ventana todos los viernes donde de un modo u otro intentaré homenajear
a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de las Fuerzas Armadas y de
todos aquellos que ofrecen sus vidas por las nuestras.
Y tenía que ser precisamente
en el Día del Pilar cuando las palabras se hicieran sentimiento al abrir de
nuevo mi ventana.
¡Feliz Día del Pilar!
Jesús Rodríguez Arias
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