Como cada Viernes de Dolores,
Lola se afanaba en preparar junto a su madre, que también celebraba onomástica,
todo lo relativo a la comida pues era tradición familiar el almorzar juntos ese
potaje de alcauciles, alcachofas, con guisantes, aceite, sal y ajo que había
pasado de generación en generación.
Sí, si hacían memoria tanto la
abuela como la bisabuela hasta donde se perdía la memoria se llamaban Dolores
como el Viernes que era el preludio a una nueva Semana Santa.
Este viernes no se bebía nada
de vino en casa y solo un café o infusión servía como digestivo postre al final
del frugal aunque apetitoso almuerzo.
Lola era una mujer de su
tiempo, hacía tiempo que ya incluso no vivía en la casa familiar pues trabajaba
y estaba destinada fuera pero hacía todo lo posible e imposible para pasar el
Viernes de Dolores con su familia. Su padre ya retirado se dedicaba a dar
largos paseos matinales y ayudar en el archivo de la Iglesia, su hermano Juan
que se había quedado en el pueblo trabajaba en el ayuntamiento tras superar
unas oposiciones y hace poco que ha salido elegido hermano mayor de la Cofradía
del Nazareno, la más antigua, la más populosa, la que más devoción genera aquí
en lugares a la redonda.
Ella, la mayor de cinco
hermanos, decidió seguir los pasos de su padre más tarde lo haría Evaristo que
era y será por siempre el benjamín de la familia. Ya hacía unos años que se
dedica en cuerpo y alma a la profesión y ahora ejerce un puesto de
responsabilidad en el norte de España donde lleva temas muy sensibles con gran
discreción.
Pero hoy es Viernes de
Dolores, día Familiar por excelencia, día en el que está prohibido hablar del
trabajo, día en los que están fuera se ponen al día de los que permanecen y a
la inversa, día para reír, recordar, convivir…
Ya Lola sabe el truquillo que
hace tan apetecible ese rico potaje y cuando pasen los años será ella la que
convoque a todos a la casa familiar para comer en este día y estar juntos como
siempre.
Lola este año no viene sola pues
ha presentado a su novio, José Manuel, que la verdad ha caído muy bien. Al
contrario de sus padres ella se dedica a la profesión paterna y José Manuel el
profesor de instituto. Según han comentado están pensando en casarse para el
próximo año y que le gustaría tener niños no sé cuantos, pero querer, queremos,
decían sin titubear.
Evaristo también a una
compañera de promoción que según le ha confiado a Lola le hace un tilín y le
gustaría que la conociera su hermana mayor que siempre ha estado ahí, que siempre
le ha aconsejado bien.
Ya están todos en la mesa, el
padre la bendice con esa jaculatoria que han escuchado de siempre en casa los
Viernes Santo y se ponen a degustar ese potaje que les trae tantos y tantos
recuerdos. Los padres sus años mozos, sus padres, abuelos, los hijos esa
infancia perdida, esa Semana Santa de hace años donde Don Cosme los confesaba
con paciencia y bondad, esos Vía Crucis, esa misa de las Palmas cada Domingo de
Ramos mucho antes de que saliera la Borriquilla, que es la procesión que ahora
atrae a todos los niños del pueblo en torno a Jesús entrando en la eterna
Jerusalén, esos oficios, esa procesión de Jesús Nazareno, siempre tan luenga,
siempre tan concurrida, siempre con ese sabor a Fe popular… Y también
recordaban la Vigilia Pascual donde todos sentían resucitar la Alegría de Jesús
que vence a la muerte después de día de luto y dolor. Una tristeza que envolvía
a todo el pueblo y que solo conocieron en primera persona cuando su abuela Lola
murió hace ya varios años.
José Manuel, Virginia, ¿Os
vendréis al Vía Crucis esta tarde en la Iglesia? Padre va a leer una meditación
y Lola otra pues es la continuadora junto a Evaristo de la larga tradición que
une y reúne a nuestra Familia. Le dijeron que sí, que por supuesto, que estarían
encantados.
Un nuevo almuerzo se ha
celebrado en la casa familiar, donde el potaje ha servido de unión de toda la
Familia que se reúne para celebrar la onomástica de madre y también de Lola.
Después del café o la infusión algunos charlarán, otros darán una vuelta por el
pueblo, otros se podrán a recordar menos Juan que tiene que irse para la
Iglesia pues ha quedado con su junta de gobierno y el Padre Carlos, hombre
afable donde los haya, para preparar lo concerniente al Vía Crucis así como ir
acabando con las cosas de la procesión del Jueves Santo en el que Jesús
Nazareno coge la cruz de este lugar y se la hecha a hombro para perdonarnos a
todos.
Y es que en verdad una Semana
Santa sin recuerdos ni momentos vividos en familia no es lo mismo, no es igual…
Lola, agarrada del brazo de
José Manuel, se dirige a la Iglesia con su traje-pantalón negro impoluto y la
medalla de la hermandad en el cuello. En el ojal un escudo de la Guardia Civil
porque ella al igual que su padre, antes lo fue su abuelo, y su hermano
Evaristo pertenece a la Benemérita Institución donde ostenta el cargo de
Capitán y es la máxima responsable de violencia sobre la mujer. Ha visto de
todo y cuando lee la meditación o acompaña a Jesús Nazareno ve los ojos de
tantos reflejados en los de su Cristo Bueno.
¿Oye, Lola? Le dice en un
momento determinado José Manuel.
¡Dime!
¿Cuál es el ingrediente
secreto de tan delicioso potaje?
Te lo digo pero no se lo puede
decir a nadie: ¡Un chorrito de vino de Jerez!!
¿Tan solo eso?
¡No, y el amor de una Familia
que permanece unida y se quiere de verdad!
Le dijo al oído mientras
entraban en la Iglesia para vivir un Vía Crucis distinto, el primero de sus
vidas, al son de las campanas que anunciaban este acto penitencial al que iba
todo el pueblo.
Jesús Rodríguez Arias
Con este relato dedicado a una
familia en torno al Viernes de Dolores me despido de todos vosotros hasta que
pase la Semana Santa que son día de mucho ir y venir, de retiro,
espiritualidad, vivencias y Fe. Nos volvemos a reencontrar el próximo viernes 6
de abril. Hasta entonces os deseo una santa semana y que la viváis según
vuestro corazón.
Este relato, por razones obvias, está dedicado a la eterna memoria de Conchita Collantes Aguilar, madre de mi mujer Hetepheres fallecida en la madrugada del jueves.
Os pido vuestras oraciones.
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