Debo reconocer que he vivido
desde chiquitito dentro de las raíces más profundas de eso tan abominable
llamado heteropatriarcado. Nací, crecí, me hice un hombre, hetero para más
señas, tuve novia con la que me casé y fuimos muy felices dentro de los cánones
preestablecidos de lo que debe ser como debe ser.
Menos mal que gracias a las
bondades de las leyes de género y su implantación amable y respetuosa en toda
la sociedad hoy en día hemos comprobado que lo que nos decían nuestros padres,
pobres incautos, no era lo cierto sino los que defienden que cada uno puede ser
lo que quiera cuando quiera y puede enamorarse de quién quiera sin importar
género ni cacho cuarto.
Bueno, después de esta
perorata defendiendo lo indefendible le doy las gracias a todos los que han
apostado por la liberación del género, que son todos, porque las autopistas ya
se liberará más adelante que ahora lo que prima es lo importante.
Hoy os quiero hacer una
confesión que no admite género de duda: ¡Me enamorado de una ardilla!
No, por la laicidad, no
pongáis esa cara de espanto, no puedo soportar ese gesto de asquito y esa
mirada como diciendo que estoy fatal del coco, que también es género. ¡Me he
enamorado de una bella ardilla del bosque! ¿Pasa algo?
Ella es glamurosa, con ese
vestido de piel natural y esa cola que ya quisieran muchos y muchas, con esos
ojos profundos pero inquietantes, con ese hociquillo que quita el sentío, con
esa forma de comer las bellotas que me embelesa, con ese sonido gutural que
parece un poema en el pito del afilador…
Sí, estoy enamorado de una
ardilla, de mi ardilla.
Todavía no me ha dicho su
nombre porque es muy tímida pero ya se acerca a mí y se sienta en el banco
mientras yo la piropeo. Me mira con esos ojos llenos de candor porque sé
también me ama, que está perdidamente enamorada de mí.
Le daría todo el oro, le
bajaría la luna, le traería la orquesta filarmónica de Viena para que le tocara
bellos valses y que ella con ese garbo, esa elegancia natural, bailara conmigo
el eterno Danubio Azul…
Le daría mi casa, mi coche, mi
trabajo, cuanto tengo porque ella sintiera lo mismo que por ella siento. Toma
ardilla mía, toma ostras y lasaña, no me mires así vida de mi vida y toma la
bellota.
Sé que se me puede acusar de ser
infiel a mi mujer pero todavía os juro que a mi ardilla no la he tocado. Ella
me mira, come, me mira y yo me pierdo en su mirada embelesado. Sé que esto
supondrá el fin de nuestro matrimonio pero desde el fin del heteropatriarcado
todo esto se veía venir.
Mis compañeros de trabajo han
visto raro que en vez de tener el retrato de nuestra luna de miel en la mesa de
mi despacho tenga una foto ampliada de mi ardilla. ¡No sabía que eras
ecologista, me dicen! Yo callo, que no otorgo, pues todavía no puedo dar a
conocer nuestra relación de perfectos enamorados.
No te hacía “ecologeta” me
dice otro, yo creí que a ti estas cosas las mandaba al pairo. ¡Qué insensible!
Mi corazón sufre con el cachondeíto que se ha montado con la foto de la
ardilla, de mi ardilla, de mi eterna musa, de mi enamorada…
Cuando uno se enamora y sobre
todo a esta edad de un ser tan candoroso y puro se vuelve más sentimental y
claro me da por llorar aunque lo hago en el cuarto de baño mientras leo porque
hay que ver que de cultura nos da la taza del váter.
Antes cuando salía me quedaba
en casa, escribía, de vez en cuando íbamos a almorzar, cine, compras y los
fines de semana nos perdíamos. Ahora todo esto ha cambiado pues desde que
conocí a Ardi, así la llamo en mi amor enamorado, ya solo tengo ojos para ella,
para su figura, para su glotonería porque le encantan las bellotas. Un día le
quise regalar un papelón de jamón del bueno. Me miró con mucho sentimiento, no
dijo nada, cogió una loncha, se la acercó a su “boquitadepitiminí” y se la
comió. ¡Se me ponen la carne del omoplato de gallina de la honda emoción que
sentí y aun siento!
Mi mujer está empezando a
sospechar y un día me dijo con muy mala baba: ¡Mucho sales tú! ¿No tendrás a
una “querindonga”?
Mi corazón dolido e insultado
ante la forma de tratar a mi Ardi, ella que es gracia, elegancia, finura,
donosura, peluda y de andares majestuosos y unos ojillos que hacen latir hasta
el más pétreo corazón.
Ya lo tengo decidido: ¡Le voy
a pedir la mano a su madre! Me fijaré bien cuando esté comiendo una de sus bellotas en
sus finos y suaves dedos peludos para saber más o menos el modelo de anillo que
le viene bien. Lo único que sé es que tendrá un buen pedrusco que eso siempre
impresiona a las suegras y más si es la madre de mi ardilla, mi amor, mi
enamorada.
Estoy muy nervioso y además me
siento un cursi como todo buen enamorado.
Ya se acabaron para mí todo lo
que tenga que ver con cosas de animales. Acabo de tirar a la basura unos
guantes de piel con pelo de conejo en su interior, que ordinariez, que eran muy
calentitos y regalo de mi madre. Los he tirado con cierto sentimiento pero no
podía tocar con mi mano la piel de un bichito que no fuera mi Ardi.
Desde que todos somos
transgénero yo me siento transportado a otra realidad.
Antes en el tiempo del
heteropatriarcado existía los Transportes, los Tranfugas, que son los
chaqueteros de toda la vida, la transpiración, cosa que no suele ocurrir a los
que le huelen los pies, Transmediterránea que suena a barco, Transmisión y un
largo etcétera. Ahora todos, se pongan como se pongan los arcaicos del
heteropatriarcado y sobre todo los católicos que son como son, somos
Transgénero.
Esta tarde se lo he dicho a mi
mujer lo de mi relación con Ardi, que va en serio, que le voy a pedir la mano a
su madre en la madriguera familiar y que mi pretensión es seria pues me quiero
casar con ella. Le he enseñado una foto muy acaramelada de los dos. Me ha
mirado no con tristeza, no con ira, no con indignación, sino con preocupación y
me ha espetado algo que no me esperaba de ella: ¡Cariño, tu estás fatá de la
chota! Te voy a pedir hora con el psiquiatra para que te mande algo que te
alivie esa demencia.
Me he levantado y me he ido
sin despedirme…
¡Pelillos a la mar!
Sigo en las mías, voy a
comprar el pedrusco que quiero tenga forma de bellota, porque quiero causar
buena impresión a mi suegra y a la familia de Ardi pues sé lo importante que
son para ella. Según he podido contar tengo más de 55 cuñados. ¡Pocos son para
tanta bondad!
Le voy a pedir a mi amiga Adela me aconseje y vayamos a la joyería esa tan buena que conoce. Seguro que ella lo hace encantada y más cuando conozca a mi ardilla enamorada.
Le voy a pedir a mi amiga Adela me aconseje y vayamos a la joyería esa tan buena que conoce. Seguro que ella lo hace encantada y más cuando conozca a mi ardilla enamorada.
Ese día voy a darles una
sorpresa que seguro causará mucha impresión: He hablado con el Padre Ángel y me
ha dado su bendición a esta relación tan normal y corriente. Yo le he dicho que
lo que en verdad lo que quiero es casarme con mi Ardi y le he enseñado una foto
y todo. Él se ha emocionado y me ha mirado como diciendo: Si esto es amor es un poco "rarito"...
No te preocupes que vas a recibir la oportuna bendición el Día de San Antón pues casarte, como bien puedes suponer, no te puedo casar. He observado su gesto más serio de lo normal cuando esto me decía...
Bueno casarme no me casaré pero al menos Ardi y yo seremos bendecido junto a los perros, gatos, periquitos y hasta alguna que otra lagartija que de todo tiene que haber en el arca de Noé.
¡En eso hemos quedado!
El 17 de enero habrá ceremonia.
¡Ya me imagino a mi ardilla blanca inocencia con un traje que ya le están
haciendo Victorio y Lucchino!
En estos días recibiréis la
oportuna invitación y podéis ingresar vuestro regalo, no menos de 500 eurillos
de nada por cabeza, pues queremos pasar la luna de miel en Yellowstone.
Los padrinos serán mis
queridos Gema, Manu, Paco, Leo, María José, Mercedes, Adela... Ellos no lo saben, se enterarán ese día…
Ardi tampoco pues ni los
conoce pero ella es tan feliz con su bellota.
Como decía Raphael: ¡Estar
enamorado es…! Y yo termino diciendo que es estarlo de una ardilla.
Jesús Rodríguez Arias
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