sábado, 27 de enero de 2018

MI QUERIDA ARDI: (DOS PUNTOS)





Mi querida Ardi:

¡Con lo bien que estábamos antes de manifestarte mi querer! ¡Con lo bien que te comías la bellota mientras te miraba con donosura! ¡Con lo feliz que eras recorriendo el parque contoneándote llena de sutileza! ¿Qué te ha pasado? ¿Qué nos ha pasado?

Me dicen las malas lenguas, llenas de envidia ante tanta belleza condensada en “cuerpotanchico” que te has ido con un tal Puigdemont que tiene más pelo que tu pero peor dispuesto.

Me dicen que te han visto tontoneando con mi buen amigo Manel por Soria.

Me dicen que ya no me quieres como antes, que de hecho no me quieres.

Y yo aquí ando depauperado con llanto lastimero que me flagelan en lo intrínseco. ¿Quién me iba a decir que a mis años iba ir detrás de una ardilla? Pero no es una ardilla cualquiera, como la vaca lechera, porque tú, belleza sin igual, eres Ardi, mi Ardi.

Sé que tu madre que ya está más vieja y menos peluda no le caigo bien, que no soy de su confianza, que no me ven con buenos ojos, que no piensa que voy a serte fiel. ¿Qué sabrá usted Ardillona, que así me han dicho se llama, qué sabrá usted de lo que dice el corazón? Ardi, no quiero te enfades más conmigo pero tengo constancia que la Ardillona de tu madre está saliendo con un lirón y se les ha visto muy juntitos en esos árboles que hay junto al lago. ¿Acaramelados? ¡Pues diría que si!

Sí, queridísima Ardi, tu peluda y ajada madre le está siendo infiel a Don Ardillón, tu augusto y respetable padre que ya solo sale de casa cuando agacha la cabeza.

¿Y dice que yo no soy de confianza? ¿Qué no soy de fiar? ¡Señora Ardilla que no nacimos antes de ayer!

Sí, es verdad preciosidad llena de pelos, que no tienes la culpa, que te afliges con estos comentarios, que esta situación no es la deseable, que también gran parte de tus 55 hermanos la desaprueban.

¡Si es que ese lirón es un sinvergüenza! ¡Si tu madre es pura inocencia y candor!

Pero por favor, me gustaría que retomáramos nuestra relación. Que te pusieras conmigo en “nuestro” banco del parque mientras yo te sonrío y tu te comes la bellota.

Las inanes críticas que estoy recibiendo cuando no te he tocado ni un solo pelo, que tú sigues siendo mocita, que tú con tu bellota eres más que feliz.

No me importa que me digan lo que quieran cuando el amor se traduce en esa carita de “sempiternarosadepitiminí”.

Mi mujer me ha dicho que te olvides de la casa, el coche y el sueldo. Ardi, perdónala es que los celos son así. En verdad te tiene envidia pues tu peludo ser vale más que cualquier abrigo de alta peletería.

Adela, que si la conocieras te caería muy bien, ya me ha dicho que está hasta ahí de ti. ¡Si no te conocen! ¿Por qué hablan tan alegremente?

Encarna, también me dice que no estoy bien si voy detrás de tan ardillada pretendienta. En cambio Paco, Alfonso y Mercedes aceptan nuestra normal relación.

Manel, que es muy cercano a tu familia soriana, dice que tú eres tú aunque yo pienso que no lo eres.

Y Manu, mi suegro querido, me ha advertido que me va a dar una colleja como si fuese una cobaya cualquiera…

Gema, en cambio, se ha puesto al lado de mi mujer y de ahí no hay quien la mueva…

Tengo en corazón depauperado y siento mi ánimo contrito ante tamaña cantidad de críticas que a modo de chanzas se mofan de tan lúcida relación sentimental.

Pero todo sería comprensible y lo aguantaría si tu estuvieras conmigo, si de una vez dijeras con la mirada mientras deglutas la bellota que yo soy tu yo, que soy más apuesto que un lirón, que una ardilla, que una mofeta, que aunque ya algo mayor y con barba no soy un descosido para tan peluda tela.

Cada día más triste, cada día más aciago, cada día que pasa siento que lo nuestro pasa de largo, que no eres clara conmigo, que te asustas o todo lo contrario, que no soy ese que tu madre dice, que tengo cara de lagarto, que voy por el interés, que no soy un embaucador sino un embaucado con corazón dañado.

¡Ay, Ardi, los mocos me taponan los sentimientos! ¡Y es que nada más que recordarte me entra una llorera!

Los amigos, que me quieren, quieren regalarme para aliviar mi pena una cesta variada de geles, sales y una jamón de patanegra. Yo les agradezco el gesto, el gasto y la entrega y si no quieres nada de mí a lo mejor cuando vuelvas ya no estoy o si estoy no vuelvas porque ya me estoy cansando de esperar a una ardilla casadera que le hace más caso a su pura madre a este triste corazón que ante la situación se desboca, te doy una semana más para reflexionar sobre mis altas pretensiones porque si no me contestas y la indiferencia me absorbe tendré que mandarte a por bellotas con tu puñetera madre, su lirón y su cohorte.

Espero, dolido, aunque esperanzado, tus noticias…

Tu afectado y afectísimo,

Jesús Rodríguez Arias



jueves, 25 de enero de 2018

INSEPARABLE COMPAÑERA.




Se había acostumbrado a verlo llegar a casa que en verdad era su ilusión de cada día. María se había criado en una familia donde su padre también era recibido con júbilo cuando retornaba y así toda la vida.

Había nacido en una vieja casa donde no había muchas comodidades pero si notaba el calor del afecto y del cariño. Lo que son las cosas no recuerda haber cambiado nunca de lugar pues su padre ya no caminaba como antes por esos mundos de Dios. Se había instalado y había decidido incluso no ascender por mor de dar a su mujer e hijos esa estabilidad que nunca conocieron todos menos María que al ser la benjamina se libró de hacer cada cierto tiempo las maletas.

María veía a su madre trajinar en la casa, ayudar a las vecinas, colaborar con el pueblo. Sí, su madre era un poco la madre de todos, la hija de algunos, la amiga que todos querrían tener.

Ella junto a sus cinco hermanos creció en un hogar lleno de amor, respeto y valores. Ella como sus cinco hermanos estudiaron en la escuela con la Señorita Águeda que estaba dedicada en cuerpo, alma y sabiduría a sus alumnos, el colegio y la catequesis que daba en la Iglesia todas las tardes de los viernes.

La Señorita Águeda estaba soltera y según decía una vez fue novia y se comprometió de un guapo joven que murió en un accidente mientras socorría a una familia que se había perdido en el monte.

La Señorita Águeda enterró el amor y su vida en aquel nicho al cual le da el sol siempre.

María como sus cinco hermanos fueron creciendo y cada cual iba posicionándose en la vida. Alfonso, el mayor, empezó a trabajar pronto junto a Nicanor en el campo, Anastasio, enseguida sintió la vocación y se fue al seminario siendo joven, Margarita, siempre se le dio bien eso de enseñar y marchó fuera para ser maestra como la Señorita Águeda, Andrés, quiso ser lo que había sido desde siempre padre y María, se enamoró joven de un apuesto galán con el que lleva ya casada más de 50 años.

Julián llegó al pueblo recién cumplido los veinte y se puede decir que se enamoró de María desde el primer momento en el que se vieron. Se lo presentó su padre de forma muy marcial y rigurosa como a él gustaba hacer las cosas.

El noviazgo fue como todos los de la época: Largo, demasiado cuando hay tanto amor por medio. A los 7 años se desposaron delante de la Inmaculada que presidía el antiguo y deteriorado altar mayor. Su padre llevó a María del brazo henchido de orgullo y verdadera emoción mientras su madre estaba pendiente del velo del traje de la niña que había cosido con sus propias manos.

Julián del brazo de su Tía Encarnación pues su madre murió cuando era apenas un niño.

La luna de miel fue el viaje que hicieron Julián y María con destino a su nuevo servicio, un lugar cercano a la costa en la otra punta de España.

Julián llegaba como suboficial para hacerse cargo de un puesto muy peliagudo que supo llevar con valor y mucha profesionalidad.

Julián y María pasaron allí los mejores años de su vida, tuvieron tres hijos que eran tres angelitos muy traviesos pues decían se parecía a su padre que siempre ha sido muy jovial.

Cada año en sus vacaciones visitaban a sus padres en el pequeño y antiguo pueblo de la montaña hasta que pasado el tiempo murieron por ancianidad.

Ellos se instalaron en ese lugar costero situado al sur de España donde de siempre fueron felices. Según decían se había convertido en el lugar de sus vidas. Sus tres pequeños crecieron y se hicieron hombres hechos y derechos. Dos estudiaron para médico y químico y el tercero, el que más se parecía a Julián y que llevaba por nombre Alejandro siguió los pasos de su padre Julián y de su abuelo de la montaña.

Ya hace tanto que se jubiló que ni se acuerda la última vez que lo vio tan recto, tan marcial, tan guapa, pensaba ensimismada en Julián la buena de María. Ella no había sacrificado nada, no había querido estudiar una carrera por decisión propia porque su vocación era lo que había sido antes su madre: Esposa y madre de un Guardia Civil.

Julián que estaba sentado en su sillón preferido donde podía divisar la inmensidad de la mar la cual había patrullado tantas veces sonreía para sus adentros mientras miraba con gratitud a su mujer, a María. ¡Nada hubiera sido si no hubiera estado ella!

María había sido, lo es al día de hoy, sus pies y manos, ha ejercido de padre y madre cuando él estaba de servicio, la que ha transmitido a sus hijos unos valores, unas creencias, una Fe y un Amor insondable hacia el Cuerpo que había sido su vida.

María se había entregado como mujer, como madre, como la mejor amiga, la inseparable compañera, la que más le animó para que siguiera estudiando, se formara, ascendiera…

María es quién más lo ha amado y a quién él ama de veras y aun teniendo más de ochenta años no se cansa ni un instante de verla, al amor de su vida, a la madre que se entrega, la que tiene el corazón verde Esperanza y Guardia Civil, la inseparable compañera…

Mientras María sigue trajinando porque hoy vienen los nietos a casa y se afana primorosa en preparar la merienda.

Este escrito está dedicado a todas las mujeres de nuestros Guardias Civiles porque sin ellas nada sería igual, porque ellas son el corazón hecho hogar. ¡¡Gracias por cuanto hacéis a diario!


Jesús Rodríguez Arias

sábado, 20 de enero de 2018

"EGOS DE SOCIEDAD": DON CAYO.




Don Cayo siempre hablaba cada vez que podía pues no era raro el verlo recostado en el soportal por la dichosa apnea que sufría desde que estuviera de grumete en el viejo barco de papel.

Don Cayo siempre fue un hombre pulcro y por tanto no se le adivinaba la edad. Casose con moza vieja que feneció hace lustros víctima de una recaída por el Monte del Pico Chato. Se quedó viudo, sin hijos y con la herencia marital que suponía una millonada de las de antes y también de ahora.

Don Cayo se refinó según iban pasando el tiempo y de no gustarle nada empezó a frecuentar teatros de importancia convirtiéndose en el referente cultural de la época. Era invitado a toda tertulia que quisiera ser algo para que introdujera el tema a debatir siendo su especialidad la “honorabilidad del cornudo y su implicación en el desarrollo de las larvas marinas”. Este tema fue tan aplaudido que hasta en la Francia instruyera.

Mis queridos coetáneos:

He sido amablemente, pistola al cuello, invitado a participar en este congreso de embestidores natos. Hoy tocaremos cuernos, tamaños y pareceres…

Sombrero alto para cuernos chicos, turbantes de majarajá para los cuerpos tamaño regular, recogimiento en casa propia cuando los cuernos son otra cosa.

Con esta explicación tan ilustrativa terminaba la charla y todos se iban al palacete de Don Emeberto de Testuz Alta para comer apaciblemente rabo de toro aunque fuera de cordero lechal.

Esta vida de ensueño que llevaba Don Cayo no fue así siempre pues tuvo la desgracia de educarse en el patio de al lado del colegio de los imberbes donde todo era considerado “pelillos a la mar”.

Sus padres fueron muy austeros y gracias a ello pudo crecer en la churrería del primo Solondro, el único de los grandes y gordos por eso fueron prohibidos por la sociedad canina con delgada extrañeza.

De tanto hacer churros no le salieron vellos en la zona axilar hasta la indecorosa edad de los y tantos cosa que le produjo gran deterioro en sus relaciones con otros géneros.

Todo este deterioro sentimental le produjo grandes contracciones de espíritu que lo dejó desfondado mucho antes de que conociera a Impoluta, viuda de un contrabajo del almirantazgo, que rozaba la edad de perder el ligero movimiento de las corvas. Impoluta se casó con Cayo y se Cayó de lo alto de una montaña cuando buscaba caballitos de mar.

Ahora Don Cayo se había alquilado un título nobiliario que lo compartía con un pintor de brocha gorda y gusto borde. Marqués de Las Polainas de Arriba ponía el desplegable que usaba como tarjeta de visita a grandes y holgados comedores.

Don Cayo siempre fue de nervio caliente y por eso se le atribuyen muchos amoríos tanto dentro como fuera del sótano aunque el romance más comentado fue con Natacha de Hijadrov, antigua bailarina del Teatro Ruso “Ensaladilla Encarnada” donde interpretaba a una gacelilla que voleteaba por aquí y por allá.

Fueron portadas de varias revistas dedicadas al corazón y a otras cosas. Ella que con los años se había convertido en una danzarina muy modosa sabiendo que Don Cayo aparentaba una cosa y era lo contrario nunca le dejó besar la peluca de su tía-abuela Zarina Papotov.

Pero Don Cayo ocultaba que también le gustaban los querubines con pelo en pecho y es que sus padres le dieron una educación donde todo se cogía con las manos.

Don Cayo bebía los vientos de Mochuelos el Picapedrero que tenía unos músculos enormes y un pequeño cuerpo. Él se pensaba que todos los “brazos” serían igual y soñaba el día que pasara por la piedra tal especimen.

Un día visitaron a Don Cayo dos chicos que se decían liberados, él se creyó que eran mormones, pero en verdad eran dos degenerados pues querían hablarle de la diversidad sexual. Una chica feminista que parecía un zagal, por lo del bigote, y un chico más delicado que una hoja de afeitar le dijeron que Don Cayo tenía pinta de bi. Nuestro protagonista demudó por entero y los echó sin contemplaciones al zaguán de la esquina.

¿Bi? ¿Bi? ¿Yo?

¿Eso que será?

Un día en la tertulia de Don Hipo había un destacado sicólogo especializado en sexología y sin querer mientras se llevaba un vaso de licor de brevas al óculo le dijo que se consideraba “bi”.

Rigomerio de Himen Fruncido lo miró con cierto interés y le contestó que eso era lo más normal del mundo, que el ser hetero era algo antiguo y muy propio del heteropatriarcado, que dícese del que le gusta el jamón y el pescao, las almejas y el rabo, de toro se sobreentiende…

Don Cayo lo miró sin saber donde posar la mirada pues Rigomerio le guiñaba el ojo mientras escupía el hueso de una lechuga.

Yo, dijo sin venir a cuento, querido Cayo soy Queerr y tú por la forma que miras la entrepierna de ese cordero que nos vamos a zampar creo que eres bi. Mira Don Eufotón de siempre ha sido otra cosa y ese pobre hombre, el veterinario, es un triste hetero.


Don Cayo lo miró y cayó en la cuenta que su mundo era como una vagoneta donde hoy está aquí y mañana está allá mientras se entretienen en sus circunloquios llueves fotografía de los de “EGOS DE SOCIEDAD”.

jueves, 18 de enero de 2018

SIEMPRE LO VEÍA EN EL MISMO BANCO...



Siempre lo veía sentado en banco del parque que está justo enfrente del pequeño lago. Siempre lo veía solo mirando un poco al infinito que todos tenemos y que no llegamos nunca a alcanzar. Algunas veces leía un libro o charlando con otros usuarios del mismo parque a la misma hora. En otras ocasiones rascaba la cabeza de su viejo perro que lo había acompañado con paso más que cansino y mirada de absoluta fidelidad.
Suelo pasear por el parque, me gusta oler a verde, ver como los rayos del sol juegan con las sombras que se forman en las ramas de los árboles, como esos gansos transitan por el lago como la mejor avenida e incluso se puede distinguir algún barquito de turistas o los eternos deportistas batiendo su última marca de piragüismo.

Suelo pasear no para olvidar sino para embeberme de que tras los rascacielos, las calles atestadas de coches, miles de personas caminando al unísono mirando para el suelo, al móvil o con la música incrustada en el oído mientras vista no se pierde en lo natural sino en el reloj pues tienen que coger ese bus, ese metro, ese tren que lo lleven a sus destinos…

Sí, el parque es el paréntesis necesario en mi vida.

Lo he visto siempre sentado, es serio pero tiene una mueca que hace que sea agradable a la vista. Es muy correcto, educado, un señor…

Un día, sería por verano, lo vi llegar sobre su hora y caminaba despacio como cojeando aunque no llevaba bastón. Me supuse que tendría alguna enfermedad o que la artritis ya le estaría castigando. Era mayor aunque tenía ojos de niño pues a pesar de verlos apagados refulgían de él una llamarada que hacía sonriera con lo mínimo. Me encantaba el comprobar que todavía hay personas capaces de sorprenderse con las cosas nimias, con lo que nadie se fija, con lo que nadie ve.

Un día me senté en su banco, no era su hora, porque intentaba respetar su silencio, su soledad.

Llegó con esa leve cojera que hacía caminase más lentamente, me miró y sonriéndome me dijo “buenos días”.

Perdone, si le molesto me voy. Sé que usted se sienta siempre en este banco pues yo también son usuario de este parque que forma parte de mi propia casa. Sé que le gusta estar solo y hoy al ver que ya había pasado la hora pues me he sentado aquí a ver ese horizonte que usted retiene en su memoria cada día. Perdone si le hablo así pero sin conocerlo de nada me parece usted tan respetable.

¿Respetable yo? ¿Por qué dice usted eso hijo mío?

No sabría decirle un por qué concreto. Lo es y punto o por lo menos a mí me lo parece.

Si le molesto, me voy. Solo decirle que ha sido un placer conocerle. Me llamo Adrián…

No, Adrían, por Dios no se vaya. Llevo tanto tiempo solo que necesito salir de mis recuerdos.

Se le nota a usted que aunque joven está cansado de este mundo que nos rodea donde impera las prisas, los intereses y la falsedad. ¿Verdad Adrián?

Sí, aunque todavía me puedo considerar joven ya estoy un poco harto de mucho. Trabajo en una empresa de comunicación y eso me hace tener un nivel de tensión muy fuerte.

Sin conocerlo, sabía que usted se dedicaba a estos menesteres, que es ejecutivo para más seña, que recibe cientos de llamadas y correos electrónicos mientras pasa ese necesario tiempo donde huye de su realidad. Ese pitido, esa vibración, me es ciertamente conocida. Mi hijo también es un alto cargo y sus móviles no paran de vibrar cuando viene a vernos a casa.

Perdón por la descortesía, soy Manuel y estoy encantado de conocerle Adrián.

Aunque tengo más de 70 años llevo demasiado tiempo en “dique seco”. Estoy casado con Margarita que es una mujer buena, trabajadora y sufridora al máximo. No, no crea que esto es artrosis ni otra cosa por el estilo. Eso lo tengo en las manos, no en la pierna. Camino lento con una cojera que he ido reduciendo con mucho trabajo y esfuerzo porque cuando pasaba de los 40 sufrí un accidente. Bueno, en verdad fue un atentado. Yo era Policía Nacional y llevaba una buena carrera profesional. Hacía poco que me habían ascendido a Sub-Inspector. Tenía un servicio a mi cargo que me hacía feliz, me encantaba mi trabajo que en verdad siempre ha sido mi vocación pues mi padre también lo fue. Como la Guardia Civil en la Policía Nacional.

Un día que estábamos de servicio con mi querido compañero de mil batallas estalló una bomba justo cuando doblábamos la esquina. Raúl murió en el acto, murió destrozado, murió…

Yo, perdí la pierna aunque conservé la vida pero que hasta que no han pasado muchos años no he podido volver a vivir. Meses y meses de hospital en hospital, de dolores inhumanos, de padecimientos. Pero no esa clase de padecimientos físicos sino de vida. No había un día que no me acordara de ese día en el que ETA quiso matarnos por ser simplemente Policías.

Me cambió el carácter, me sentí más huidizo, me daba miedo todo, me convertí en un ser parco en sentimientos pues ellos también habían volado con el coche y con mi querido amigo Raúl que murió siendo un héroe y que está tras un nicho en el cementerio como tantos otros que murieron de igual manera en esa época en la que España se teñía un día si y otro también de sangre inocente a causa de unos mezquinos ideales.

Sólo el amor de Margarita, el apoyo de mis dos hijos, mi fiel Latón, ese viejo labrador que llegó a mi vida en un momento en el que me moría apoyado en una sola pierna. También mi buen amigo el Padre Ricardo que no me dejó un día y me hizo creer de nuevo, me hizo ver a Dios con ojos del dolor y de la Esperanza.

También hay que decir que mis compañeros de la Policía, los que van quedando porque ya tenemos unas edades, siempre han estado ahí y no me permiten que falte a ningún acto, ninguna comida, ninguna celebración del día del Patrón…

Soy y seré Policía siempre, mientras viva y hasta después de muerto. Mi hijo el mayor también lo es y hace poco más de un año que es Sub-Comisario y por eso tiene el móvil a estallar de llamadas, mensajes, correos. Vive para y por la Policía. Hasta su mujer tiene esa pasión pues los dos se conocieron con el azul uniforme aunque ella después del tercer niño pidió excedencia.

Y aunque tengo en mi armario el azul uniforme con las distinciones con las que me honraron y los galones que dicen que soy Inspector cargo que ostento desde el momento en el que me tuve que retirar por las heridas sufridas en acto de servicio.

Sí, tengo un uniforme azul que me emociona cada vez que mi viejo cuerpo lleno de vejez y cicatrices se reviste con él pero mi uniforme siempre será el último que me puse estando en servicio, ese marrón que estuvo en vigor hace unos años, ese fue el que quedó manchado con sangre y que tengo grabado en la retina de la memoria que se hace tan presente cada vez que miro ese horizonte que se abre a nuestra mirada con solo alzar la cabeza mientras ese ganso planea por el lago y los turistas se queman al sol a base de remar en dirección contraria.

Gracias, Adrián. Gracias porque he podido hablar con naturalidad de mi vida, creí que nunca lo haría y has sido ese ángel que Dios ha puesto para comprobar que las heridas están cicatrizadas aunque permanezcan por siempre jamás.

Nos despedimos hasta la próxima que no llegaría pues me ascendieron y enviaron al extranjero durante seis meses.

Cuando volví regresé al parque una y otra vez cada día aunque el banco donde se sentaba permanecía vacío, demasiado diría yo…

Al pasar el tiempo le pregunté al kioskero donde Manuel compraba el periódico y me comentó que hace cosa de tres meses cogió una gripe mala que lo llevó al hospital, una neumonía que no pudo soportar y murió con una sonrisa, con verdadera Paz.

¿Usted como se llama?

¿Adrián? ¡¡Bendito sea Dios!! El hijo de Manuel, que se llama como su padre, y que también es Policía me trajo un sobre que venía escrito a mano con la única seña que decía: “Para Adrián de su amigo Manuel”.

Lo abrí con sentimientos encontrados entre la inmensa tristeza por su muerte y la expectación de saber que guardaría ese sobre escrito con su letra. Lo que vi no me lo podía imaginar, me emocioné, pues entre mis manos tenía su placa de Policía y en una tarjeta de visita solamente: ¡Gracias Adrián, buen Amigo!

Ya no lo veo en su banco de siempre pero el recuerdo me acompaña y cuando llego a casa miro la pared con ese cuadro donde está la placa y la tarjeta de mi Manuel, mi Amigo Policía…


Jesús Rodríguez Arias

sábado, 13 de enero de 2018

LO CONFIESO: ¡¡AMO A UNA ARDILLA!!




Debo reconocer que he vivido desde chiquitito dentro de las raíces más profundas de eso tan abominable llamado heteropatriarcado. Nací, crecí, me hice un hombre, hetero para más señas, tuve novia con la que me casé y fuimos muy felices dentro de los cánones preestablecidos de lo que debe ser como debe ser.
Menos mal que gracias a las bondades de las leyes de género y su implantación amable y respetuosa en toda la sociedad hoy en día hemos comprobado que lo que nos decían nuestros padres, pobres incautos, no era lo cierto sino los que defienden que cada uno puede ser lo que quiera cuando quiera y puede enamorarse de quién quiera sin importar género ni cacho cuarto.

Bueno, después de esta perorata defendiendo lo indefendible le doy las gracias a todos los que han apostado por la liberación del género, que son todos, porque las autopistas ya se liberará más adelante que ahora lo que prima es lo importante.

Hoy os quiero hacer una confesión que no admite género de duda: ¡Me enamorado de una ardilla!

No, por la laicidad, no pongáis esa cara de espanto, no puedo soportar ese gesto de asquito y esa mirada como diciendo que estoy fatal del coco, que también es género. ¡Me he enamorado de una bella ardilla del bosque! ¿Pasa algo?

Ella es glamurosa, con ese vestido de piel natural y esa cola que ya quisieran muchos y muchas, con esos ojos profundos pero inquietantes, con ese hociquillo que quita el sentío, con esa forma de comer las bellotas que me embelesa, con ese sonido gutural que parece un poema en el pito del afilador…

Sí, estoy enamorado de una ardilla, de mi ardilla.

Todavía no me ha dicho su nombre porque es muy tímida pero ya se acerca a mí y se sienta en el banco mientras yo la piropeo. Me mira con esos ojos llenos de candor porque sé también me ama, que está perdidamente enamorada de mí.

Le daría todo el oro, le bajaría la luna, le traería la orquesta filarmónica de Viena para que le tocara bellos valses y que ella con ese garbo, esa elegancia natural, bailara conmigo el eterno Danubio Azul…

Le daría mi casa, mi coche, mi trabajo, cuanto tengo porque ella sintiera lo mismo que por ella siento. Toma ardilla mía, toma ostras y lasaña, no me mires así vida de mi vida y toma la bellota.

Sé que se me puede acusar de ser infiel a mi mujer pero todavía os juro que a mi ardilla no la he tocado. Ella me mira, come, me mira y yo me pierdo en su mirada embelesado. Sé que esto supondrá el fin de nuestro matrimonio pero desde el fin del heteropatriarcado todo esto se veía venir.

Mis compañeros de trabajo han visto raro que en vez de tener el retrato de nuestra luna de miel en la mesa de mi despacho tenga una foto ampliada de mi ardilla. ¡No sabía que eras ecologista, me dicen! Yo callo, que no otorgo, pues todavía no puedo dar a conocer nuestra relación de perfectos enamorados.

No te hacía “ecologeta” me dice otro, yo creí que a ti estas cosas las mandaba al pairo. ¡Qué insensible! Mi corazón sufre con el cachondeíto que se ha montado con la foto de la ardilla, de mi ardilla, de mi eterna musa, de mi enamorada…

Cuando uno se enamora y sobre todo a esta edad de un ser tan candoroso y puro se vuelve más sentimental y claro me da por llorar aunque lo hago en el cuarto de baño mientras leo porque hay que ver que de cultura nos da la taza del váter.

Antes cuando salía me quedaba en casa, escribía, de vez en cuando íbamos a almorzar, cine, compras y los fines de semana nos perdíamos. Ahora todo esto ha cambiado pues desde que conocí a Ardi, así la llamo en mi amor enamorado, ya solo tengo ojos para ella, para su figura, para su glotonería porque le encantan las bellotas. Un día le quise regalar un papelón de jamón del bueno. Me miró con mucho sentimiento, no dijo nada, cogió una loncha, se la acercó a su “boquitadepitiminí” y se la comió. ¡Se me ponen la carne del omoplato de gallina de la honda emoción que sentí y aun siento!

Mi mujer está empezando a sospechar y un día me dijo con muy mala baba: ¡Mucho sales tú! ¿No tendrás a una “querindonga”?

Mi corazón dolido e insultado ante la forma de tratar a mi Ardi, ella que es gracia, elegancia, finura, donosura, peluda y de andares majestuosos y unos ojillos que hacen latir hasta el más pétreo corazón.

Ya lo tengo decidido: ¡Le voy a pedir la mano a su madre! Me fijaré bien cuando esté comiendo una de sus bellotas en sus finos y suaves dedos peludos para saber más o menos el modelo de anillo que le viene bien. Lo único que sé es que tendrá un buen pedrusco que eso siempre impresiona a las suegras y más si es la madre de mi ardilla, mi amor, mi enamorada.

Estoy muy nervioso y además me siento un cursi como todo buen enamorado.

Ya se acabaron para mí todo lo que tenga que ver con cosas de animales. Acabo de tirar a la basura unos guantes de piel con pelo de conejo en su interior, que ordinariez, que eran muy calentitos y regalo de mi madre. Los he tirado con cierto sentimiento pero no podía tocar con mi mano la piel de un bichito que no fuera mi Ardi.

Desde que todos somos transgénero yo me siento transportado a otra realidad.

Antes en el tiempo del heteropatriarcado existía los Transportes, los Tranfugas, que son los chaqueteros de toda la vida, la transpiración, cosa que no suele ocurrir a los que le huelen los pies, Transmediterránea que suena a barco, Transmisión y un largo etcétera. Ahora todos, se pongan como se pongan los arcaicos del heteropatriarcado y sobre todo los católicos que son como son, somos Transgénero.

Esta tarde se lo he dicho a mi mujer lo de mi relación con Ardi, que va en serio, que le voy a pedir la mano a su madre en la madriguera familiar y que mi pretensión es seria pues me quiero casar con ella. Le he enseñado una foto muy acaramelada de los dos. Me ha mirado no con tristeza, no con ira, no con indignación, sino con preocupación y me ha espetado algo que no me esperaba de ella: ¡Cariño, tu estás fatá de la chota! Te voy a pedir hora con el psiquiatra para que te mande algo que te alivie esa demencia.

Me he levantado y me he ido sin despedirme…

¡Pelillos a la mar!

Sigo en las mías, voy a comprar el pedrusco que quiero tenga forma de bellota, porque quiero causar buena impresión a mi suegra y a la familia de Ardi pues sé lo importante que son para ella. Según he podido contar tengo más de 55 cuñados. ¡Pocos son para tanta bondad!

Le voy a pedir a mi amiga Adela me aconseje y vayamos a la joyería esa tan buena que conoce. Seguro que ella lo hace encantada y más cuando conozca a mi ardilla enamorada.

Ese día voy a darles una sorpresa que seguro causará mucha impresión: He hablado con el Padre Ángel y me ha dado su bendición a esta relación tan normal y corriente. Yo le he dicho que lo que en verdad lo que quiero es casarme con mi Ardi y le he enseñado una foto y todo. Él se ha emocionado y me ha mirado como diciendo: Si esto es amor es un poco "rarito"...

No te preocupes que vas a recibir la oportuna bendición el Día de San Antón pues casarte, como bien puedes suponer, no te puedo casar. He observado su gesto más serio de lo normal cuando esto me decía...

Bueno casarme no me casaré pero al menos Ardi y yo seremos bendecido junto a los perros, gatos, periquitos y hasta alguna que otra lagartija que de todo tiene que haber en el arca de Noé.

¡En eso hemos quedado!

El 17 de enero habrá ceremonia. ¡Ya me imagino a mi ardilla blanca inocencia con un traje que ya le están haciendo Victorio y Lucchino!

En estos días recibiréis la oportuna invitación y podéis ingresar vuestro regalo, no menos de 500 eurillos de nada por cabeza, pues queremos pasar la luna de miel en Yellowstone.

Los padrinos serán mis queridos Gema, Manu, Paco, Leo, María José, Mercedes, Adela...  Ellos no lo saben, se enterarán ese día…

Ardi tampoco pues ni los conoce pero ella es tan feliz con su bellota.

Como decía Raphael: ¡Estar enamorado es…! Y yo termino diciendo que es estarlo de una ardilla.


Jesús Rodríguez Arias

jueves, 11 de enero de 2018

APRENDIÓ A SER GUARDIA CIVIL...



Eladio no se podía ni imaginar su primer destino en la Guardia Civil después de que aprobara las oposiciones y se formara en la Academia. No se podía ni imaginar que sería enviado al sitio que fue porque él en su cabeza pensaba que lo haría a algún puesto delicado, incluso hasta peligroso, a alguna especialidad o… Su imaginación era mucha, sus deseos de servir más, pero la realidad superó con creces a la ficción.

El día que juró bandera y lo mandó a llamar Don Pedro Tomás, Coronel con mando en plaza, lo hizo ilusionado. Ya lucía su verde uniforme color Guardia Civil, ya lo era de hecho y derecho.

A la orden mi Coronel, ¿da su permiso’, dijo Eladio ceremonioso. Sí, pase usted. Se saludaron marcialmente y Don Pedro Tomás lo abrazó diciendo lo mucho que le alegraba que fuese de esta ilustre Institución como lo fue su querido amigo Luciano, que fue brigada de la Benemérita hasta que murió en un atentado defendiendo a su jefe y también amigo.

ETA por entonces ponía un día sí y otro también el rojo sangre en los verdes uniformes así como los de la Policía, jueces, magistrados, funcionarios, políticos valientes de aquellos años, mujeres, niños, abuelos o personas normales y corrientes que tenían la mala suerte de pasar por donde estaba programada una asesina bomba.

El Coronel D. Pedro Tomás, entonces era un capitán casi salido del cascarón y le tocó en su servicio un brigada hecho a sí mismo como el bueno de Luciano que le abrió su casa, su Familia, su corazón y también su vida en esa aciaga tarde que no olvidará mientras viva.

Hoy tenía ante sí a su hijo, ese pequeño que portó la bandera que cubrió el féretro de su padre y en la otra mano la medalla con distintivo rojo sangre mientras se secaba las lágrimas con los colores patrios.

Eladio había crecido y superó las oposiciones sin ningún tipo de ayuda y en la Academia nunca recurrió a nadie pues debía ser Guardia Civil al estilo de su padre.

Hoy estaba ante el amigo de su padre pero sobre todo ante su Coronel que le iba a informar de su destino, el que había soñado, el que pensaba hace tiempo…

Mire Eladio, su destino es uno complicado, donde se hace un Guardia Civil, donde se aprende a serlo a fuerza de vivirlo. Su destino es un pequeño pueblo de montaña donde está destacado un cuartel centenario donde sirven el cabo Miranda y dos agentes. Hace más de un mes se retiró el más mayor y usted va a sustituirlo.

¡A sus órdenes mi Coronel!

Pedro Tomás vio como un poso de decepción y de amargura se reflejaba en su cara mientras saludaba y se iba de su despacho. Sabía que no era el destino que había solicitado y menos el que hubiera soñado pero ahí se hará Guardia Civil como lo fue su padre Luciano o su abuelo Isidoro.

Tras varias horas en un autobús por fin llegó al pequeño pueblo que estaba en lo más alto de la montaña. Hasta hace diez años más de 1000 personas lo habitaban pero ahora con apenas 100 sobrevivía a duras penas del turismo rural que es ese que realizan los de ciudad cuando quieren disfrutar de la paz y la tranquilidad del campo o de la montaña. El viejo mesón de Tío Antón era muestra de ello pues de ser un tranquilo bar de pueblo se convertía en los fines de semana y fiestas de guardar en un restaurante famoso por sus comidas caseras y carne asada en leña.

La vida allí le parecía muy aburrida a Eladio pues casi nunca pasaba nada. Entre semana su convivencia normal era con los vecinos y las fiestas tenía que ordenar el tráfico desde la última curva pues los coches llegaban a cientos.

Pero esa vida “aburrida” hizo que se integrara en el pueblo, que conociera a cada vecino, que se preocupara por ellos, que se alegrara con sus alegrías y se entristeciera con sus pesares.

Aprendió que el maestro escuela tenía que dar clase a 30 niños de diversas edades y cursos él solo, que el cura además de esta parroquia tenía tres más en distantes lugares, que el médico lo era de cinco pueblos a la redonda, que el cartero venía tres veces a la semana pues desde que se jubilara el de aquí no lo han repuesto por nadie.

Aprendió que el alcalde era uno más del pueblo, que jugaba sus partidas de dominó y charlaba de las cosas de allí con sus paisanos, que el Policía solo era uno que tenía que partirse muchas veces para acometer sus funciones y siempre con una sonrisa, con inmensa cordialidad.

Aprendió de los ganaderos que subían a la montaña todos los días para dar de comer a los animales, que las mujeres hacían pueblo a cada instante y que todos tenían devoción a la Virgencita de la pequeña Ermita y el Nazareno que presidía la vieja Iglesia del Pueblo y que se respetaba a la vez que se quería a la Guardia Civil que siempre estaban para lo bueno y sobre todo para lo malo.

Aprendió que patear las calles desnudas te hacía mejor servidor, que subir a la montaña para socorrer a algún senderista o montañero perdido en medio de la misma o en una nevada copiosa podía ser uno de los servicios más peligrosos que en cualquier unidad especializada.

Aprendió que la vida no es como te la cuentan sino como es así como suena.

Aprendió a amar pues se enamoró de Antonia, la hija del panadero, y con la que se casó delante de la Virgen de la Ermita teniendo como invitados a todo el pueblo que puso la comida, el sitio hasta la mejor compañía y hasta le regalaron un viajecito de una semana por España ya que todos habían aportado un dinerillo para que disfrutasen.

Aprendió a que sus hijos nacieran en este bello enclave, que podían jugar con total tranquilidad y que sus amigos lo serían para siempre.

Aprendió a ser Guardia Civil como le dijera su padre y antes que su padre su abuelo, como le dijo Don Pedro Tomás cuando fue a visitarlo con motivo de su ascenso y erigirlo en Jefe del Puesto junto a dos agentes más.

Uno de ellos llegaría en breve, había salido de la Academia siendo este su primer destino, porque quería el Coronel que aprendiera a ser Guardia Civil como lo es Eladio y antes de Eladio su padre Luciano o su abuelo Isidoro