Nachete no pidió nacer donde
lo hizo pero no se arrepiente ya que ese lugar perdido entre montañas donde se
sabe que es el frío, la lluvia, la nieve, es su pueblo y lo será toda la vida.
Nachete no sabe lo que es la
playa ni las grandes ciudades esas de la que hablan la gente que vienen alguna
vez en el bus de Damián. No conoce ese “refinamiento” que dice su amiga Paula
que existe en la Capital y todo lo que sabe se lo debe a Don Cosme, el viejo
profesor, que se ha preocupado de enseñarle a horas y deshoras pues el
conocimiento te da libertad decía mientras se tomaba ese café pucherete que se
preparaba en las frías tardes de enero mientras la nieve lo cubría todo.
Su madre Severina trabajaba de
sol a sol limpiando y cuidando la casa de Doña Encarnación que era la última
representante de una noble familia a la que el pueblo debe su nombre. Doña
Encarnación ya lucía sus 80 otoños pero mantenía esa hidalguía de los que han
conocido lo mejor y también lo peor de la vida.
Severina había pasado de ser
del cuerpo de casa hasta ahora que lucía galones de ama de llaves y en verdad
era quién gobernaba el pequeño palacete que se erigía a dos pasos de la
Iglesia.
Severina solo había tenido un
hijo, Nachete, que llevaba sus apellidos pues era madre soltera ya que su novio
de toda la vida, de cuyo nombre no quiere ni acordarse, se marchó en cuanto
supo iba a ser padre. Severina ha tenido una vida difícil aunque muy feliz pues
su hijo de su alma le ha dado muchas alegrías y alguna preocupación como cuando
se cayó de la higuera el pasado verano o cuando tuvo esa pulmonía tan mala hace
dos inviernos.
Cómo hija de la época en
cuanto se supo su embarazo su padre le retiró la palabra aunque su madre le
hacía llegar algunos cuartos con el que se mantuvieron los dos primeros años de
Nachete estar en esta vida. Severina sabía que su padre había muerto cuando se
cayó arando el campo y que su madre no se ha recuperado de su falta. Quiere ir
a verla pero se lo impiden sus hermanos que dicen ella es la vergüenza de la
familia.
Severina lloraba en silencio
mientras le contaba a Nachete que sus abuelos vivían lejos, muy lejos, como así
era y que su padre fue un marino que murió en un naufragio poco antes de nacer,
que por eso llevaba sus apellidos, pues no le dio tiempo a arreglar ningún
papel.
Nachete quería con locura a su
madre que era su todo aunque la veía solamente de noche cuando volvía a casa
agotada. Bien sabía que gracias al trabajo en la casa de Doña Encarnación él
podía estudiar y comer aunque fuera una vez al día.
Nachete hacía mucho tiempo que
no comía pan y no porque su madre Severina no se lo comprase todos los días
sino que su parte se la llevaba a Don Cosme al que su sueldo en la escuela no
le llegaba para ciertos dispendios y es que estaban en esa época en la que no
se podía pasar más hambre que un maestro.
Para Nachete Don Cosme era su
referente. Era culto, educado, religioso, pero con conocimiento no beato como
Doña Frígida y su hermano Amarando que iban del brazo a Misa como si fuesen
marido y mujer aunque no se habían
casado cuidando a sus padres. Doña Frígida y su hermano Amarando, que iban y
venían cogidos del brazo, eran de velitas, oraciones y critiqueo a todo bicho
viviente. Don Cosme en cambio era un hombre de fe que había profundizado en
conocimientos y mantenía vivas tertulias con Don Lázaro, el Cura del Pueblo que
junto a Carmelo el farmacéutico, el Doctor Remigio, Don Carlos, el alcalde y
Don Antonio, el sargento de la Guardia Civil se podían decir que eran las
fuerzas vivas del pueblo donde Nachete había nacido.
El cariño que le dispensaba
Don Cosme y la admiración que recibía de Nachete hizo que con el tiempo lo
acompañara a las tertulias aunque solo fuera para escuchar. ¡Hay que embeberse
de sabiduría! Decía Don Cosme una y otra vez.
Los años no pasan en balde y
cuando Nachete terminó la escuela tuvo que ponerse a trabajar con Rufo el viejo
y gruñón zapatero aunque cuando terminaba de remendar zapatos y botas iba todos
los días a ver y también aprender de Don Cosme que nunca le dejó de enseñar
pues quien tiene muchos conocimientos le gusta regalarlos a los demás. “La
sabiduría, decía, no es cosa egoísta porque pierde valor si no se comparte”.
Hacía ya tiempo que su madre
Severina se dedicaba a Doña Encarnación que había caído postrada y en sus ojos
veía como la vida se iba muy poco a poco.
“No te preocupes Severina, que
sabré agradecer tantos desvelos como has tenido con mi familia y conmigo
durante tantos años”, le decía Doña Encarnación mientras Severina le ponía un
almohadón para que no se ahogara.
Doña Encarnación ya había
dispuesto un capital para la buena de Severina en su testamento aunque quería
hacer algo más por ella y por su hijo Nachete que nunca dijo nada a que su madre
se dedicara en cuerpo y alma a su augusta Familia.
Hacía tiempo que Severina le
había dicho que su hijo tenía una ilusión pero que con el trabajo de zapatero
no le llegaban los cuartos para intentar siquiera su sueño. Además no conocía a
nadie pues hacía tiempo habían revelado al buen amigo de Don Cosme y al de
ahora no lo conocían de nada pues no se había integrado en las tertulias ya que
decían que tenía un carácter muy “suyo”.
Doña Encarnación mandó a
llamar a un primo suyo que ostentaba un alto puesto en el mando y se reunieron
en privado pues quería pedirle un último favor. Severina no sabía lo que se
estaba cociendo aunque percibía que era importante.
A la semana Don Marcial llamó
a Nachete a que fuera a verlo a la Capital, que ya tenía el billete y
alojamiento pagados para los días que tenía que allí permanecer. No es óbice
decir que Don Rufo cogió un enfado de mil demonios pero que se calló cuando
recibió una carta de Don Marcial con escudo y todo.
Severina con los ojos
empañados en lágrimas lo animó a ir pues seguro que es bueno para ti, hijo mío.
Nachete tenía una ilusión y
aunque sabía era imposible pensaba que este viaje podría abrirles algunas
puertas para lo que fuera. Marchó en honor de Don Cosme, un erudito que había
muerto la primavera anterior de unas fiebres malas y que le dejó su biblioteca
y esa vieja estilográfica que según él le regaló en persona el padre del Rey.
Cuando Don Marcial habló con
Nachete ya supo que sus sueños se cumplirían porque así lo había dispuesto Doña
Encarnación que se haría cargo de todos sus gastos hasta que saliera con el
empleo.
La vida continuó en el pueblo
que iba cambiando como cambiaba la gente. Doña Encarnación murió con una sonrisa
de gratitud hacia Dios y la Severina de su alma que la cuidó hasta en la hora
de expirar…
Doña Frígida y su hermano
Amarando seguían dando sus beatíficos paseos cogidos del brazo creyendo
ilusamente que sus paisanos los miraban como si de marido y mujer se tratase.
Severina pudo al fin ir a ver
a su madre que pedía a todas horas dar un beso a su hija de su corazón y
restañar tantas heridas por medio del perdón pedido y otorgado.
Hoy Nachete vuelve al pueblo,
es la primera vez que lo hace desde hace 5 años que partiera, y lo hace por la
puerta grande en honor de su madre Severina y de la memoria de Doña
Encarnación, su mentora.
Lo hace erguido, hidalgo,
lleno de esa nobleza que imprime carácter…
Lo hace con ese verde uniforme
de Guardia Civil y sus dos estrellas que le confieren el cargo de Teniente.
Lo hace una vez que ha
cumplido su sueño y es que… ¿Quién ha dicho que no se puede cumplir lo que
tanto se anhela?
Jesús Rodríguez Arias
Precioso tema y preciosas los personajes de la historia. Creo que si se pueden cumplir los sueños aunque a veces es complicado.
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