Cómo focos
de libélula se le pusieron los ojos a la buena de Suplicio, viuda de Trófimo y
abandonada por Ganga, cuando se presentó ante ella la imagen de su difunto
marido.
.¿Trófimo,
has vuelto para llevarme?
. No,
Suplicio, he venido tan solo a verte.
.Donosura
marital, ¿cómo es el paraíso?
.Seco como
una tribu y recóndito con el bueno de Baltasar.
¿Lo conoces?
¿Lo has visto? ¿Ha dicho algo de nosotras sus descendientes?
Ni lo
conozco, ni quiero porque si alguien está harto de ese Baltasar soy yo y bueno
también me imagino que el desgraciado de Iracundo que por lo visto ni ya es
contestatario ni desarrapado. Tiene un buen cargo en el menisterio y es socio
del club “El Dormitar”. ¡Vaya, vaya! Y además tiene un pueblecito para él solo
que según me han dicho tiene más de 1000 almas aunque los días que están por
allí estén escondidos.
¡Ya tienes
nieto Trófimo! A pesar de tu abandono, eres abuelo.
¡Mira que
bien! ¡También soy padre de 10 fornidos y guapos chicos que cazan todos los
días para traer alimento a casa!
¿Hijos?
¡Serán ángeles del cielo que te cuidan Trófimo! Te echo de menos aunque Mpoca
Ganga alivió mi luto.
Al final soy
un cabrón. ¡Jajajaaja! ¡Me lo merezco!
No, donosura
marital. Para mí no tienes cornamenta sino alivio de dolor.
¡Un cabrón,
lo que se dice un cabrón!
Bueno Supli,
me tengo que ir que parte mi carromato y tengo que volver a casa con Nimba y
los niños que ya son hombres y, debe ser genético, porque de ganga también
poca.
Y Suplicio
madre, viuda de Trófimo y abandonada por Ganga, se quedó contrita de dolor y
con el corazón en paz después de la aparición del difunto de su marido que se
había mostrado mucho más delgado, fuerte, atractivo y moreno aunque sea
difunto.
Se lo estaba
contando a su querida hija Suplicio cuando Iracundo también intervino para
aclarar la garganta:
¿Unpocodeagua?
Suplicia
hija, muy afectada por lo que le contaba su madre, miró a su marido y con una
emoción honda se mordió la lengua mientras le tiraba un pellizco al mantel de
la tía-abuela Cornisa.
Mientras en
“El Dormitar” se preparaba una nueva sesión en honor a la memoria del mejor
amigo de D. Demócrito: Panciano Demenciano.
Habían
traído para tal ocasión al Buzo General Archipámpano de los mares de poco
fondo, canaletas y desagües: D. Marino de Baja Mar que hablaría sobre el tema:
¿Por qué el caballito de mar no come alfalfa?
Antes D.
Demócrito hará una semblanza de su amigo Panciano y dará a oler a todos los
socios un paño impregnado de olor a los quesos de sus pies.
A Iracundo
por sus altas responsabilidades en el menisterio deplomático había sido
condecorado con la “Gran Encomienda que Algo Queda” y le habían dado el título
de otrora. Habían elevado una petición al último piso sin ascensor para que le
fuese otorgado un título mobiliario que siempre viste.
Se le otorgó
con todos los honores el de Esconde Escondido que se así se llamaría el pueblo
donde pasaba las horas muertas junto a su querida y despreciable Familia.
Mangano,
hermano gemelo de Suplicio e hijo mayor del matrimonio, crecía en edad,
estatura y endeblez. Siempre fue un joven delicado y se dedicaba a arrancar los
árboles centenarios que se les cruzaba por el camino. Sensible y ansioso de un
cariño que en casa no le era correspondido pues Iracundo estaba muy ocupado
entre el menisterio, los actos de su cuidado y con el club selecto “El
Dormitar” así como pasar las horas perdidas hallado mirando con cara de lelo al
busto de Crescencio General y su querida madre solo tenía ojos para su hermana
Suplicio que según dicen es la última descendiente de Baltasar.
Conoció al
reconocido pintor Joao Pincel y le
introdujo en las nobles artes de la pintura de bodegones. Mano no tenía aunque
pagaba muy bien al muerto de leche de Joao que hacía la vista gorda pintando a
las delgadas.
La Familia
de los Escondes Escondidos estaba conformada por el Sr. otrora Iracundo
Demenciano y su dignísima esposa Suplicio. El hijo mayor, aunque gemelos nació
con dos años de diferencia, Mangano heredaría el título. Era un chico agradable
aunque carajote y medio y la benjamina Suplicio que era una niña con mala baba
y peor sentimiento. También estaba, aunque en su casa, la viuda de Trófimo,
abandonada por Ganga, madre de Suplicio madre de la hija y suegra del Esconde de
lo Escondido. Pensaban hacer un retrato que retratara esa realidad aunque no se
lo dijeron, a pesar de quedar mal, a Joao Pincel pues siempre pedía como
condición que enseñaran los cántaros porque era experto en bodegones. Se le
encargó al afamado pintor Brochá E'Spatulá que cobró un dineral por hacer un
chapú.
Esta
historia veraniega va camino de terminar aunque la vida de esta singular
familia siga cada día en sus días.
Sólo reseñar
que en la mañana de ayer D. Demócrito murió dormitando cuando se rompió la
cabeza con el cuerno de león que le había regalado la aparición de Trófimo. Las
pompas fueron fúnebres y todavía el sepelio ni se le recuerda.
En el cargo
le sucedió con los ronquidos mayoritarios de todos los socios al Sr. Esconde de
lo Escondido, Eminente Otrora Iracundo Demenciano que entre tantas
responsabilidades echaba de menos solo tres cosas: Irse al pueblo donde había
sido tan bien acogido aunque nunca veía a nadie tras más de 15 años, al amor de
su vida, su querida Mani y en el fondo de su corazón el ser un auténtico
desarrapado que eso ni se pierde ni se olvida.
Cuando se
sentaba en su sillón en “El Dormitar” con su cojín que ya tenía la forma de su
cabeza y el cerco de la baba caída siempre pensaba para sus adentros:
¡QuérazónteníasTrófimo,quebienhicistemandandotodoalamierdayaquíelmierdaporelloterespeta!
Y en la casa
de Suplicio todo es un suplicio buscando quién carajo es el tal Baltasar.
Hasta muy
pronto que volvamos con este serial.
Jesús
Rodríguez Arias
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