viernes, 23 de diciembre de 2016

MI PORTAL ES AZUL Y VERDE.

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Llega la Navidad y con ella esos mil detalles que se concretan en unos días para pasar una noche a la Paz y el Amor del recién Nacido.

En mi familia siempre recuerdo ese inmenso Nacimiento donde participábamos todos los miembros de la Familia. Un Belén hecho con figuritas de barro de diversas épocas porque las que se iban rompiendo por los batacazos y el paso de los años se reponían por otras más antiguas y frágiles que las de antes. Belén con espejo y envuelto en papel celofán azul, montañas de corcho que se caían a pedazos y que eran utilizados como piedras porque en el hogar de mi infancia todo servía a pesar de perder su originario uso. Luces de colores que cuando se encendían el primer día se fundían de golpe tres o cuatro mientras las demás se mantenían para otra nueva Navidad. El árbol era un arbusto que traíamos directamente del campo y decorábamos con esas bolas de las de toda la vida que si se caían se rompían así sin más. En lo más alto del Belén un desvencijado portal acunaba a José, María y el recién Nacido que estaba cobijado por una escuálida mula y un buey que parecía tener más frío que el mismo Niño Jesús.

Horas y horas preparando el Belén Familiar al canto de los villancicos de siempre, de las tortas de Navidad que se hacían en tales cantidades que mi madre incluso las guardaba en cajones y todos sin excepción tomábamos una copita de anís. Si éramos niños nos mojábamos los labios y los mayores la cantidad era más generosa.

La imagen puede contener: textoEran unos tiempos donde todo era más normal, más natural, más íntimo y familiar. Eran unos tiempos en los que el Niño se ponía en su cunita de paja por las manos de mi padre que horas antes había llegado a casa directamente de Comisaría que no sé por qué era uno de los días que más trabajo había.

¿Cena de Nochebuena? Un caldito bien caliente y mucha alegría. Mazapanes, polvorones y Misa del Gallo. Después villancicos alrededor del Niño que recién nacido necesitaba el calor de nuestros propios corazones.

Comida de Navidad en Familia con el lujo de la carne mechada que hacían mi madre y mi tía a la que todos llamábamos Tata. Y tortas de Navidad con copitas de anís que como ya dije los niños nos mojábamos los labios y los mayores apreciaban su sabor.

No recuerdo mucho a mi padre pues murió siendo yo demasiado niño y mis hermanos demasiado jóvenes pero la Navidad de mi infancia siempre tuvo color azul y verde.

Si tuviera que enviar una postal para felicitar las fiestas serían el dibujo de un portal de los de antaño con dos colores: Azul y verde. Azul policía, como mi padre y como tantos como mi padre, y verde Guardia Civil a los que tanto queríamos y queremos en mi familia desde siempre.

La imagen puede contener: 2 personasDicen que cuando María en avanzado estado de gestación y José llegaron a Belén y le negaron posada cuando lo instalaron en esa fría cueva a modo de desvencijado portal, abandonados a su propia suerte algún vecino que vio la escena “llamó” a la Guardia Civil y este a la Policía y que al rato se presentaron delante de Jesús. Ellos que iban a inspeccionar, a ver que todo estaba correcto, para ayudar ante una difícil situación se encontraron con la mirada de Amor, Misericordia, Perdón, Entrega y Servicio de un bebé que era el mismo Dios. No saben ni cómo ni por qué se arrodillaron ante Él  pues sabían que ese pequeño niñito cambiaría el mundo y que su Amor llenaría de bien a todos.

En las horas posteriores regularon y cuidaron para que todos los pastores venidos de cualquier lugar cantaran a ese Niño canciones de Navidad. Al enterarse los tres Magos de que en Belén había nacido Jesús y que allí estaban un Guardia Civil, un Policía Nacional y otro Local le encomendaron que los representaran y les hicieran llegar tres presentes: El oro de la Sangre, la mirra de la Entrega y el incienso del Honor que caracteriza a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

Ese año en Belén,
Nació el Niño,
para volver a traer,
Paz, Amor y Cariño.

Dicen que ese año,
Jesús sonreía,
dicen y no me extraño,
del Amor que desprendía.

Abrigado y protegido,
pastorcillos por mil,
la Policía lo ha asistido
y también la Guardia Civil.

Con este mi portal verde y azul os deseo a todos una Feliz Navidad y un próximo 2017 lleno de lo mejor.

Con un fuerte abrazo,

Jesús Rodríguez Arias


Nota: Nos volvemos a reencontrar el próximo 13 de enero cuando vuelva abrir mi ventana tras pasar estas preciosas fiestas navideñas.

viernes, 16 de diciembre de 2016

DICEN QUE LA ESPERANZA SE VISTE DE VERDE: EXPRESAMENTE DEDICADO A MI QUERIDO ESTEBAN DOMÍNGUEZ TRUJILLO.



Dicen que la Esperanza se viste de verde y tiene que ser verdad.

Y tiene que serlo por el simple hecho de que ese es el color de la Guardia Civil.

Cuando estamos en apuros nos solemos acordar de todos los santos y también de los que componen tan glorioso y benemérito Cuerpo por eso me repele tantas agresiones tantos verbales, gestuales y hasta de hechos que les son infringidos a los hombres y mujeres que visten de verde como la Esperanza nuestra de cada día.

¿No pensamos cuando mal miramos a un Guardia Civil también lo hacemos con sus familias? Sí, con sus padres, maridos o mujeres, parejas, hijos, hermanos...

Demasiadas veces se nos va la olla y con ella la lengua. Somos justicieros con la justicia porque esta no dice lo que queremos escuchar o hace lo que necesitamos imponer.

Todos tenemos derecho a todo menos a las obligaciones que siempre serán para otros...

Si un guardia civil nos da una instrucción para nuestra seguridad le ponemos mala cara y después nos hartamos de criticarlos. ¡¡Es es la verdad!! 

A nadie le gusta que le pongan una multa pero si hemos superado con creces el límite de velocidad o no hacemos casos de las señales de tráfico tendremos que apechugar cuando nos cojan porque la multa es el correctivo para que nos haga pensar que nuestra actitud puede causar daños graves a los demás.

Parece que para que cumplamos con nuestras obligaciones tenemos que estar amedrentados que es lo mismo que decir obligados cuando tendría que ser al revés, tendría que ser la cosa más natural del mundo para todos.

Si yo exijo mis derechos antes tengo que haber cumplido con mis obligaciones porque si no al final las cuentas no salen.

La verdad sea dicha que siempre me he encontrado muy a gusto con la Guardia Civil a los que quiero y admiro de corazón. Soy hijo de Policía y sé el cariño y el honor que lleva el serlo. 

Por eso cuando veo a la Guardia Civil por medio de los montes, recorriendo el asfalto de las carreteras, los veo a caballo, con el rostro casi oculto que me dicen que son de operaciones especiales, los veo con las batas blanca investigando a golpe de microscopio horas y horas o de paisano escoltando a ese alto cargo a costa de su propia vida...

Lo veo en cualquier cuartel atendiendo a todos, sirviendo a todos, pienso que es verdad, que la Esperanza en España también se viste de verde.

Lo veo prepararse para salir al mundo que ellos ven siempre en verde y también los veo en sus casas orgullosos de su pasado cuando ya se han jubilado después de años sirviendo a España con su uniforme verde.

Hoy quiero dedicar mi artículo a un buen Guardia Civil que sigue siéndolo aunque ya esté merecidamente retirado. El que ha pertenecido a la Benemérita es muy difícil que aunque alejado del trajín diario no siga siéndolo porque el que vive en verde muere en verde.

Este es el caso de mi querido y siempre admirado Esteban Domínguez Trujillo que ya defiende con honor y verdadero orgullo a la Guardia Civil y por tanto a España desde el sillón de su casa y rodeado de las personas que quiere y le quieren.

Son muchos, muchísimos, los que de él se acuerdan porque dejó mucho y bien sembrado. Dejó mucho y buen fruto de los años que estuvo al pie del cañón, subido a una motocicleta cual jinete del asfalto, ejerciendo de lo que estaba predestinado incluso antes de nacer: Ser GUARDIA CIVIL.

Hoy este artículo que tiene mucho de esperanza y gratitud no es un relato como os tengo acostumbrado, hoy no hay que imaginarse el pueblo, las circunstancias ni a las personas. Hoy he abierto mi ventana en este viernes lluvioso y frío para hablaros de lo concreto, de personas como el caso de mi querido amigo Esteban y tantos Esteban que hay en nuestra España y son Guardias Civiles.

De sus familias, de sus amigos...

En este penúltimo artículo de este año 2016 pues el siguiente, D.m., será el próximo viernes que todavía no sé ni de qué escribiré porque tendrá que llegar ese día para que vuelva abrir la ventana. El artículo del próximo viernes será mi particular felicitación de Navidad y de buenos deseos del venidero 2017 pues nos volveremos a encontrar una vez pasen las fiestas porque son fechas de familias, recuerdos, vivencias y de mucho trabajo para nuestros guardia civiles por lo que intentaré mantener el calor del hogar a base de no abrir mi ventana de cada viernes en esos festivos días.

Sí, hoy y siempre la Esperanza se viste de verde y menos mal porque si no España no sería la misma.

Con mi cariño, respeto y admiración: ¡¡Viva siempre la Guardia Civil!!

Jesús Rodríguez Arias

Nota: Con tu permiso querido Esteban he cogido "prestada" la imagen que preside este artículo, que te dedico expresamente, de tu perfil de Facebook. Sé que me sabrás disculpar.

viernes, 9 de diciembre de 2016

DON AMBROSIO.




Don Ambrosio se ha hecho viejo en el confesionario decían los feligreses del pueblo donde había ejercido su ministerio durante toda su vida.

“¡En estos tiempos donde todos creen en “todo” casi nadie se acerca a confesarse y no porque no tengan pecados, no porque no crean, sino porque a pesar de los pesares tienen temor de Dios!” Decía a Juan Diego, el sacristán.

Había llegado incluso antes de ser ordenado sacerdote por el obispo de entonces. Llegó como diácono aunque todos los confundían con el “monaguillo” cuando le quedaban algún tiempo para ser cura.

Aprendió el “oficio” del venerable Padre D. Evaristo el que era parróco del lugar desde antes que el mismo pueblo existiera decían los parroquianos en forma de chanzas.

D. Evaristo le decía a Ambrosio que la función de un cura es entregarse a los demás con el objetivo de salvarlos. “Mira hijo, somos los Guardia Civiles de Dios pues los ángeles de verde se entregan por todos y  nos salvan de todo mal. Igual nosotros pero en las cosas del espíritu”, decía mientras se tomaba la copita del mediodía en el bar de la plaza que regentaba desde siempre Sancho y que lo invitaba desde que su madre falleciera en gracia de Dios.

D. Evaristo nunca tuvo nada suyo, solo dos sotanas roídas por los años y por los ratones que también habían en la vieja Iglesia. Siempre lo veías entre Misa y Misa yendo a las casas para llegar la Comunión a los ancianos y enfermos, recogiendo comida para entregársela a las familias necesitadas, algún donativo con los que pagaría las medicinas o la luz de quienes tanto lo necesitan. ¡Tendría que estar prohibido que nadie estuviera a solas, oscuras y sin comida! ¡Pueblo que abandona a los suyos, pueblo que desaparece! Y él, como Don Ambrosio, eran los pastores de ese bendito pueblo de Dios que le habían puesto en sus manos y no iban a permitir que ninguno abandonara el redil sin haber luchado antes con el mismo demonio por su alma.

Y se entregó tanto cada día que se olvidó de vivir él y será por eso que nos duró hasta los 90 años al pie del cañón. En los últimos tiempos decía la Misa sentado porque ni podía levantarse ya. Un frío día, un nevado día, murió en el confesionario. Entre sus manos un rosario, una estampita de Santa Leocadia de la que era un gran devoto, y la sonrisa de un niño chico. Murió D. Evaristo y heló el corazón de todo un pueblo que sintió como una parte de él se resquebrajaba con la ausencia de tan querido cura.

Ese fue el testigo que cogió D. Ambrosio y bien sabe Dios que lo lleva a cabo cada día.

“¡Mantener la “clientela”, refiriéndose a los feligreses, cuesta aunque más cuesta el que vuelvan a casa cuando por culpa de unos y otros la han abandonado!”.

Es D. Ambrosio un cura de gran espiritualidad, de espiritualidad de batalla, de espiritualidad de confesionario, de espiritualidad eucarística, de espiritualidad de casa en casa, de espiritualidad de calle arriba, calle abajo...

Y por eso, como siempre ha sido un “todoterreno” no le extrañó cuando le llamó el obispo pues quería pedirle una cosita. Él amaba el pueblo y lo único que rezaba era para que no lo cambiaran.

Don Celso, que así se llamaba el obispo, lo sentó en el sofá donde recibía a las personas de su confianza y le dijo que en el pueblo estaban todos muy contentos con él, que se había mantenido la feligresía dejada por Don Evaristo, que no pensaba ni por mucho menos cambiarlo pues decía, y no le faltaba razón, que cuando la cosa funciona no hay que hacer experimentos.

Muchos eran los jóvenes sacerdotes que querían un puesto en ciudades grandes e incluso en la sede del obispado que le extrañaba como D. Ambrosio que ya iba caminando por la madurez de su vida nunca le pidiera el cambio ni mayores responsabilidades que la de ser párroco de su pequeño pueblo.

Cuando le preguntaba siempre decía lo mismo: “¡Es que uno ha nacido para pastor señor Obispo y no para otra cosa más!”. Ambos entendían que se había acabado la conversación y también que dentro del ministerio hay muchos caminos y que él eligió el de ser cura-párroco no más.

“Mire, Don Ambrosio, me ha llamado el Coronel de la Guardia Civil para informarme que según los nuevos planteamientos de la Dirección General van abrir un nuevo cuartel en su pueblo y que con ese pequeño destacamento iba a venir un sacerdote castrense y yo le dije que dedicara a ese joven cura a otros menesteres que allí ya le teníamos a usted que conoce al pueblo y sus habitantes mejor que ellos mismos”.

“¡Alabado sea el Señor, Don Celso! Pero yo no me muevo de mi parroquia, ¿verdad?”

“Por supuesto Don Ambrosio atenderá la vida espiritual del Cuartel de la Guardia Civil pero no es necesario que viva allí aunque sería muy bienvenido”.

Y así es como Don Ambrosio fue también el Cura de la Guardia Civil en el Cuartel del pueblo. Pudo convivir con la ilusión, la angustia, los dolorosos recuerdos, la entrega, el sacrificio, un amor a España y los españoles inaudito y admirable al mismo tiempo y sobre todo experimentó otro tipo de esperanza, la que se viste de verde y sale todos los días a defender a todos por igual, sin distinción, un poco como él mismo.

Y ayudó con sus propias manos a montar esa sencilla capilita que junto a los guardias civiles y los vecinos del pueblos levantaron en menos que canta un gallo, bendijo el humilde altar con un precioso crucificado, propiedad hasta entonces de Doña Paquita la que daba clase en la escuela, y una Virgencita del Pilar que donó en persona el Coronel.

Se inauguró por todo lo alto ya que vino hasta el Arzobispo castrense y el ordinario junto al Coronel y muchas autoridades civiles y militares. Después del acto Don Celso inauguró el nuevo local para catequesis parroquial que habían ayudado a construir los miembros del cuartel de la Guardia Civil.

Será por Don Ambrosio o porque Dios así lo ha querido que la Guardia Civil se encuentra extraordinariamente acogida en el pueblo y los vecinos amparados por la misma formando todos una gran Familia donde todo es de todos hasta las alegrías y las tristezas.

Alguna que otra vez cogen a los pillastres de siempre en sus correrías pero os puedo decir que la “sanción” que le pueden poner es siempre mucho menor que la penitencia que le impone el cura del pueblo porque a nosotros nos podrás engañar, le dice a cada uno de ellos, pero al Señor así como a vosotros mismos nunca.

Bueno era y es Don Ambrosio...

Allá lo veo metido en años con el ralo pelo blanco, enjuto como siempre, y con esa sotana demasiado roída por el uso, las inclemencias, por los años y también por los ratones que siguen habiendo en la vieja Iglesia como le pasaba a Don Evaristo pues el escaso dinero que entraba era para cubrir mayores necesidades, la de su pueblo, sus parroquianos, sus hijos en el amor a Dios.

Lo veo cruzar el puesto de guardia dirección a la capilla que tiene Misa dentro de media hora y le gusta ponerse a confesar un rato.

“A sus órdenes Don Ambrosio. ¿Cómo está usted hoy?”

“Bien, hijo, bien”. “Dando gracias a Dios por teneros”.

Jesús Rodríguez Arias




viernes, 2 de diciembre de 2016

ME LLAMAN TRUHAN




Dicen que cuando nacemos somos elegidos y que algunos les toca vivir de una manera y otros de otra. Sin lugar a dudas fui elegido entre varios iguales que yo pero como me decía siempre mi “papá”: ¡¡Tú tenías madera desde pequeñajo!!

Lo recuerdo como se acercó a mi cuando estaba en mi particular cuna junto a otros tan chiquititos como yo. Me tocó suavemente, sentí su calor y olor que no se me ha ido en la vida y aun ahora que ya cuento con mis añitos soy capaz de distinguirlo.

Lo vi alto, fuerte y joven. Hola Truhán, ¿Sabes quién soy? Me dijo con su voz potente aunque suave, llena de esa dulzura que siempre le ha caracterizado.

Yo lo miré y me dije para mi mismo: ¡Es mi papá!

Con él fui creciendo, con él fue aprendiendo mucho, con él me hice mayor y con él vivo estos momentos de justo descanso, de mesurada tranquilidad.

Un día llegó y  me dijo: Truhán, ya eres todo un Guardia Civil.

La verdad es que lo había sido desde siempre pues he estado rodeado de esos ángeles de verde que son capaces de entregar sus vidas por la de los demás. Creí serlo desde pequeño y ahora sabía que ellos también así me consideraban.

Me instruyeron en la difícil misión de localizar a personas, me hicieron saber de que mi labor además de importante era vital, me enseñaron a ser el mejor pues siéndolo podría salvar muchas vidas.

No tuve lo que llaman “juventud” pues desde muy temprano fui instruido, me formaron para lo que he sido y lo que soy aunque ahora ya lo veo todo con otros ojos pues mi cuerpo está vencido, mis huesos no me responden como antaño.

Debo decir que “mi papá” era muy recto en sus enseñanzas porque sabía lo que todos nos jugábamos. Recto no quiere decir violento pues siempre supe de su bondad, de su cariño, de su entrega y de su “predilección”.

¡Es el primer Guardia Civil que se llama Truhán! Decía con esa simpatía suya que tanto le ha caracterizado y yo lo miraba con los mismos ojos que hoy miro estos recuerdos. Ojos de gratitud y amor.

No os puedo decir lo que sentía cuando con un chaleco verde con el nombre de la Guardia Civil me dieron la  primera misión. Encontrar a un niño que se había perdido en el bosque. Me eligieron a mi porque era joven y por lo tanto muy rápido, porque estaba muy bien entrenado y dicen que por que caigo muy simpático a todos los que conmigo se cruzan.

Fue difícil subir esos escarpados montes en medio de una nevada, fue muy peligroso para los que a cierta distancia me acompañaban, fue temerario cuando llegué al lugar donde Jaime se encontraba que evitó morir congelado gracias a esa cueva y a sus propias lágrimas.

Sentí que estaba frío como la propia nieve cuando se abrazó a mí, le di todo el calor que desprendía mi cuerpo mientras avisaba de que lo había encontrado, de que estaba junto a mi y que vivía.

Todavía recuerdo la emoción de sus padres, sus hermanos, cuando llevamos a Jaime a un lugar seguro. Recuerdo las palabras de gratitud y cariño hacia mí que lo había encontrado y sobre todo recuerdo la mirada llena de orgullo de “mi papá”. ¡Ya eres un Guardia Civil Truhán, un Guardia Civil!

Después han habido muchas misiones, muchos peligros, muchos miedos, mucho dolor y muchas lágrimas de alegría y también de tristeza que de todo ha habido.

Es muy duro encontrar a una persona que no ha podido sobrevivir, lo es más el ver esa insalvable tristeza de sus familiares que aunque habían perdido toda ilusión por encontrarlo vivo siempre se mantiene esa última esperanza.

He estado en accidentes de avión, trenes, carretera. He asistido a grandes catástrofes, he visto la muerte de muy cerca, he sentido perder la vida de alguno cuando aún creía tenerla.

Hoy ya hace un tiempo que me llegó la jubilación, dicen que justa aunque pienso que todavía podía dar más de mí. Me falta ese “olfato” que se fue degastando por los años hasta dejarme más como un elemento decorativo que otra cosa.

Recuerdo poco antes de que me jubilaran que llegó un nuevo operativo, había que ponerse todo el dispositivo en marcha. Yo, como era habitual, me puse al lado del sargento dispuesto para hacer mi trabajo que en verdad era mi vida. El cabo le dijo al sargento que irían todos menos el guardia civil Truhán que ya estaba demasiado mayor para  tan difícil misión.

Ahí comprendí que mi jubilación era inminente. Al poco llegó la orden de mi pase a reserva y me sentí muy triste, sentía que había muerto en vida pues desde que tengo memoria he sido guardia civil en el operativo de rescate.

Un día vino un señor muy encorbatado junto a Coronel y me impusieron una medalla con la cual me agradecían tantos años de servicio, tantas vidas salvadas. Había participado para dar tranquilidad a muchos tanto en la vida como en la muerte.

Hoy estoy aquí sentado. A decir verdad es que me duele todo el cuerpo y ya he sido operado dos veces pues casi no puedo andar bien. Atesoro alguna que otra cicatriz, mi vista no es la de antes y mi olfato cada vez menos. Soy un venerable Guardia Civil, un ejemplo para los que empiezan, un recuerdo para tantos.

Si algo recuerdo es el cariño y el orgullo que me tenía “mi papá”. Se nublan mis cansados ojos con solo recordarlo. Eso tiene la vejez que te hace más sensible que lo que uno querría. No tuve tiempo de crear una familia pues estuvo dedicado al cien por cien a mi vocación. Sí, recuerdos que se agolpan en mi pecho hasta hacerme incluso llorisquear.

Pero ese cariño y ese orgullo que siempre sintió por mí es el que siento cada vez que aparece por la puerta de casa y salgo a la puerta a recibirlo. Él también está más mayor, más cansado. Él tampoco creó una familia pues siempre estuvo dedicado a su servicio y es que al final estamos hecho tal para cual.

Lo espero firme, expectante, manteniendo el tipo como puedo y mi corazón estalla en felicidad cuando oigo su poderosa voz que me dice: ¿Cómo está mi Truhán, el mejor perro de la Guardia Civil que existe?


Jesús Rodríguez Arias