Los conozco de casi toda la vida así como a él, a su único hijo, con el que he compartido juegos, peleas, enamoramientos, vivencias y tantos sueños donde se proyectaban nuestras esperanzas.
Carlitos fue
siempre ese chico inquieto, avispado, que se interesaba por todo y también por
todos. No era difícil el verlo llevar las bolsas de la compra a Doña Hortensia
o ayudar a la Señora Francisca a contar las monedillas en la tienda de
Encarnación.
Fue ese niño
que parecía algo más mayor y ese joven que siempre tuvo alma de niño.
Carlos y
Ascensión, sus padres, eran y son buenas personas. Él trabajaba en la fábrica
desde que empezara como aprendiz hace tantos años que ni se acuerda mientras
Ascen cuidaba de Carlitos y Rosario que eran sus dos hijos de su alma y sus
entrañas. También vivía en la casa familiar Doña Rosita, madre de Carlos, que
había enviudado cuando era demasiado joven para incluso conocer la vida. Carlos
es su único hijo varón porque su hija es Ascen que la quiere y cuida como la
suya propia.
Carlitos y
Rosario estudiaron en el mismo colegio que todos en el pueblo aunque la niña
quería enfocar su vida en curar a los animales y lleva unos meses estudiando en
la ciudad para veterinaria.
Carlitos, mi
amigo, siempre quiso ser lo que quería ser y por eso su entregada preparación.
No, no había
mucho dinero en casa y eso hizo que tuviera que empezar a trabajar en la
fábrica para poder pagarse las clases, el temario y sacar los distintos
permisos para conducir hasta más de lo que le exigían.
Carlos y
Ascen estaban orgullosos por igual de sus dos hijos: Uno sería lo que él quiere
ser y la otra veterinaria...
Para eso ha
estado él trabajando toda su vida mientras Ascen además de cuidar de los niños
y su madre echaba unas puntaditas en el taller de Juana que tenía más trabajo
desde que la fábrica le encomendaba la elaboración de todo el vestuario del
personal. ¡Ni qué decir tiene que su uniforme y bata parecía que estaban hechos
a medida!
Nunca fueron
de viaje si viajar se llama a salir del pueblo para ir a la costa cuando se
casaron. No hubo mucho dinero en casa pero si había felicidad, cariño y amor
que son cosas que no se compra ni con todo el oro del mundo.
Los valores
que les inculcaron a sus hijos fueron los del sacrificio, la constancia, el
servicio, la entrega, la generosidad...
Son los
valores que de siempre le inculcó su madre Rosita y que su padre, del que casi
ni se acuerda pues murió cuando apenas tenía los dos añitos de vida, le dijo
que se los transmitiera.
Su vida no
había sido fácil pues era huérfano de casi siempre, con una pensión raquítica,
con una madre trabajando a destajo hasta que él entró en la fábrica gracias a
Don Demetrio, que era el párroco de la Encarnación por aquél entonces, y que
habló en persona con el director el día que cristianó a su tercer hijo.
¡Qué vida
más dura! ¿Pero alguien dijo que esto iba a ser fácil?
Hoy cuando
ya ha rebasado ampliamente la cincuentena ha llegado todo lo alto que ha podido
y tiene a 15 a su cargo. ¿Quién se lo iba a decir?
En casa
siempre encontró comprensión, cariño y un apoyo inaudito de una mujer
extraordinaria que sacaba donde no había y que siempre tenía una solución para
todo sin perder nunca la sonrisa.
Hoy me lo he
encontrado, iba preocupado porque Carlitos se presentaba a la última prueba. La
definitiva.
¡Ha
estudiado y se ha sacrificado mucho! ¡Se lo merece!
Pero en este
tipo de partidos también juega la suerte.
Fueron días
de incertidumbres, de no saber qué hacer, fueron días en los que vi a Carlitos
preocupado que no triste y más serio de lo que en él es normal. Esta situación
también la vivían en casa Carlos, Ascen y Doña Rosita. Incluso Rosario allá en
la ciudad estaba más preocupada por Carlitos que por su examen.
Ese día lo
vimos salir y coger el coche pues daban los resultados definitivos. Nadie le
quería preguntar pues cuando algo se espera tanto da miedo hasta de las buenas
noticias.
Volvió a
casa unas horas después y venía muy serio. ¡¡Todos nos temimos lo peor!! No
cabe duda que tendrá que seguir intentándolo.
Hasta Carlos
decía por lo bajo que las alegrías llegan muy poco a poco a la casa de un
pobre.
Abrió la
puerta, en la salita estaba toda su familia menos Rosario que no podía dejar de
asistir a la universidad con lo que le había costado que le dieran la beca, y
yo que siempre me distinguió con un trato superior al de amigo. Parecíamos esa
imagen de anuncios de Navidad donde solo falta el turrón.
Nadie
preguntó nada, no había valor ni fuerzas para hacerlo, y entonces él dijo
serio, deteniendo cada gesto y respiración, en medio de un silencio lleno de
temores y demasiado amor: ¡¡Ya soy Guardia Civil!!
Desde
entonces lleva ya unos meses en la Academia preparándose para ser un Guardia
Civil siéndolo ya. Cada vez que habla con sus padres o conmigo es un mar de
dudas pues un día te dice que quiere estar en la marítima u otras donde Dios
quiera aunque al final pienso que sus pasos van dirigidos a la Seprona pues él
es muy de campo, muy de naturaleza, muy de salvarguardar a los animales. En
esto se parece Rosario, su hermana, que estudia también a destajo para ser
algún día veterinaria mientras Carlos pasea del brazo de Ascen pensando con
orgullo que por fín Carlitos iba a ser Guardia Civil como lo fue su abuelo y
como le hubiera gustado serlo él si su padre no hubiera muerto tan joven
salvando la vida de unos chicos que se habían perdido en la monte.
Jesús
Rodríguez Arias
La foto que encabeza este artículo es creación digital Manuel Sanvicente como homenaje a la Guardia Civil.
La foto que encabeza este artículo es creación digital Manuel Sanvicente como homenaje a la Guardia Civil.