La penumbra
y el vacío dolor envuelve la vida de Penurria de Mocoseco. Ella ya a muy corta
edad se quedó huérfana de mascota porque su tortuga Nicanora se marchó
pausadamente aprovenchando un descuido cuando nuestra triste niña se encontraba
con su madre en la costa avistando cualquiera que se ahogara aunque a esas
horas nadie había en el mar.
Solía decir
Penurria, con el alma en pena, se me fue la Nicanora y yo me ahogué en la
tristeza. ¡Qué vida más triste, más negra, más dura! ¡Qué penurria, chiquillo,
que penurria!
En su casa
solariega que se encuentra en medio de un rascacielos no habita el sol pues
siempre tienen las cortinas echadas, el olor a cerrado es tan penetrante que
agobia, una indecible cantidad de palmatorias encendidas por “los muertos de
todos”. Ella es la tristeza con nombre y apellidos: Penurría de Mocoseco.
Penurria
nació hace ya unos lustros en casa de luto abolengo pues ese mismo día feneció
el Emperador, que era el pez familiar. Fue envuelta en negros pañales y
vestiditos oscuros como los ánimos de los habitantes de su pesaroso hogar.
Hija de Don
Velatorio de Mocoseco y Esquela de la Corona Fúnebre. Sus compungidos padres
son los famosos Marqueses de Llanto Triste. Penurria tan solo tuvo un hermano:
Moribundo que al poco de nacer se convirtió en la alegría, perdón por el
atrevimiento, de la casa.
Todavía se
recuerda cuando el pequeño Moribundo se hacía el muerto y todos lloraban de
risa.
Don
Velatorio a la hora de la siesta siempre hacía las jaculatorias de Lágrimas de
Pesares, su augusta suegra que en gloria esté, y que vivía en la casa familiar
hasta que la abandonó a los 108 años de edad para emanciparse con un viejo lobo
estepario.
Las
Jaculatorias se hicieron célebres en el vecindario:
¡Qué vida
más dura! ¡Qué penurria!
¡Estamos
aquí para morir! ¡Qué penurria!
¡No somos
nadie! ¡Qué penurria!
¿Qué he
hecho para ser tan desgraciado? ¡Qué penurria!
¡Ya no tengo
lágrimas de tanto llorar! ¡Qué penurria!
¡La vida es
tristeza! ¡Qué penurria!
¿Vivir para
qué, para seguir penando? ¡Qué penurria!
¡Ay, me
duele el corazón de tanta tristeza! ¡Qué penurria!
¡Qué desgraciados
somos! ¡Qué penurria
¡Que...!
Y de esta
forma tan "festiva" pasaban todas las tarde de todos los días embriagados en su
penar, su pesar, en su penurria.
En esa vida
tan triste, tan vacía, tan limitada y sin color fue creciendo nuestra pequeña
Penurria hasta hacerse mayor en menos que canta un cefalópodo.
Al poco de
abandonar el hogar su abuela Lágrimas murió de un soponcio Don Velatorio
mientras ojeaba la página de esquelas y se llevaba el disgusto de todos los días
al ver que no aparecía en ellas.
El velatorio
de Don Velatorio fue sonado y duré lo que duró un triste momento. Las coronas
de lúgubres flores llegaba y salían de la casa solariega pues eran demasiado
festivas para una ocasión tan triste. Cómo decía Doña Esquela, viuda de
Velatorio, sin faltarle razón: ¡Cuánta alegría hay en un crisantemo!
Un
recordatorio emocionó sobremanera a la Familia: Los socios y directiva de la
Tertulia “Letras Muertas” no te pueden olvidar hasta que pagues las cuotas del
último quinquenio”.
Las sesiones
de dicha tertulia duraban horas sin fin pues cuando iban a hablar se callaban y
hacían morir sus palabras sin llegar a pronunciarlas.
Sólo el
presidente emérito de esta insigne institución el Sr. Fosa tenía el honor de
pronunciar la última palabra que también quedaba ahogada y el solo gesto de
lagrimear por el ojo oscuro hacía que se levantara la sesión.
Ahora sería
Doña Esquela de la Corona Fúnebre,
Marquesa Viuda de Llanto Triste, tendría que educar y sacar para adelante a sus
hijos Penurria y Moribundo que no salían de la pena, que así llamaban a su
habitación, pesarosos días enteros.
Pero lo peor
estaba por llegar pues Moribundo cambió de carácter al conocer a una dulce
joven llamada Eusebia que era hija de la cocinera del restaurante del tanatorio
al que iba todos los día a desayunar para después dar el pésame a la familia de
los finados.
La Eusebia
supo sacar los colores de tan oscuro corazón a base de croquetas de coles y
picatostes a mogollón. Un día que llegó por casa su madre con sutil tristeza le
exhortó: ¿Hijo, que son esas chapetas que te adornan tu compungida faz?
Moribundo se
puso blanco muerto y le dijo: ¡Madre me he enamorado de la Eusebia, de sus
croquetas y sus costillas quiero casarme con ella y comer ensaladilla! Después
del oportuno soponcio de Doña Esquela vino el oportuno tercer grado: ¿Quién en
la Eusebia? ¿Una muerta de hambre para mi huérfano? ¡¡Acaba ahora mismo con ese
noviazgo o te tendrás que ir de esa casa llena de dolor por la muerte de tu
padre hace ahora 46 años!!
Ni que decir
tiene que Moribundo abandonó la casa y con ella a todas sus castas. Ahora se
hace llamar Mori y es dueño de 26 restaurantes ninguno en tanatorios, afamado por
gestionar las tristezas de otros y su presencia es fielmente seguida por los
fotógrafos de sociedad.
El día de su
boda con la Eusebia invitó a todas las fuerzas vivas del lugar pues si estuvieran
muertas no tendrían fuerzas ni ná de ná. También giró invitación a su fúnebre
familia con la sana intención de que no vinieran pues en la etiqueta se
prohibía el luto.
Doña Esquela y Penurria no pensaban asistir pues el hecho de vestir con un traje gris oscuro
le producía penumbroso pesar aunque la fama de las croquetas de coles y del
guiso de culo de botella hizo cambiar de opinión a la viuda y su pequeña
doncella.
Y allí entre
jolgorio, brindis, vivan los novios, croquetas van y vienen, danzarines musicales
y mucho colorido fueron hija y madre que amargadas en su luctuoso pesar comían
patatas bravas mientras se decían a la par:
¡Qúe vida
más triste! ¡Come que esta croqueta está “mortal”!
E
ingiriendo una de las de coles tan famosas de la Eusabia salieron
fotografiadas en la boda de Mori que pagó con gran donusura para tener tres
páginas para EGOS DE SOCIEDAD.
Jesús
Rodríguez Arias
La próxima será dedicada a Netario ahora llamado Igor Fidel de los Santos Laicos.
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