De familia
de holgadas influencias aunque de poca chicha siempre destacó por su anodina
mirada, por su desinterés pertinaz, por ser la más guapa de pocos agraciados.
La octava de ocho hermanos que la mimaron e hicieron que creciera sin detenerse
un solo momento.
Sus padres
tenían “contactos” con los que en verdad mandaban y supieron aprovecharse de
esta situación para ganar amplios
estipendios que darían holgura y tranquilidad económica a su hogar. También
cuando los hijos y correspondientes iban creciendo eran colocados en lugares
preferentes donde ganar un sueldo seguro sin hacer mucho. No había llegado
todavía el desarrollo mundial a esos extremos cuando en ese lugar ya se usaba
con cierta comodidad la “vía digital”.
El primer
hijo fue colocado por la misma cara como Jefe de Servicio de Glosarios y
Encurtidos con amplio despacho y sin funciones aparentes aunque sueldo abusivo.
El segundo
hijo terminó siendo Proclamador de “Cantamañanas”.
El tercero,
que sus padres dijeron que era el más torpón, lo pudieron colocar en una lista
y ahora es alto cargo en los mudos parlamentos.
El cuarto,
que gustaba de saber comer pues estaba orondo y redondo, lo colocaron en la
nueva fábrica de cerdos y derivados donde fueron famosas las salchichas de
barro. Estas fueron vendidas por una millonada a países del tercer mundo con un
convenio de solidaridad internacional.
El quinto
pudo ingresar a sus 20 años como Intendente General de efluvios ocupando el
lugar del que anterior que se llevó toda la vida y era muy querido y respetado por todos.
El sexto
sentía en su alma la vida monacal e ingresó en la bodega de elixir de cerumen
que tan famoso era por aquellas tierras perdidas.
El séptimo
no quería trabajar y se hizo representante de los trabajadores donde no hizo
nada de nada pero cobraba, bien que cobraba.
Y la octava
nos salió niña que le pusieron el casto y pudoroso nombre de Pitiminí pues
siempre fue mimada con escupitajos por sus hermanos.
Fue al mejor
de los colegios del único que había y aunque torpona y poco lista se sacó la
licenciatura en vacas gordas.
Ya en la
mocedad sus padres, que eran los amigos de los amigos, organizaron un baile de
puesta de largo de su pequeñita que ya se había hecho mujer pues entraba sola
en el cuarto de baño.
Fueron
invitados todo los jovenes del lugar, que excusaron su asistencia con las
peregrinas y elegantes disculpas rompiendo la invitación y limpiándose al
rabadilla con ella.
Ella en
verdad no tenía mucha culpa de caer tan mal. Era muy envidiosa, cotilla,
melindrosa, criticona. Siempre se libraba de los castigos de los males que
hacía pues la profesora cenaba todos los martes con sus padres en el
restaurante al lado del estercolero municipal donde su marido capturaba las
liendres. ¡Siempre hay otro al que castigar! Decía la Señorita Sandez mientras
cogía de la oreja a los de siempre y que justamente fueron los que recibieron
la invitación de los padres de la criatura.
Ni que decir
tiene que la fiesta fue para viejos, los hermanos y sus correspondientes.
Pitiminí fue
“colocada” de inmediato en la red internacional de vacas pardas donde llegó a
ejercer de coordinadora general de valles y derivados. Tenía a su cargo más de
200.000 vacas de todo el mundo y 3 empleados que trataba como una negrera
proletaria pues ella siempre se había declarado "reprogresista" como sus padres y
abuelos que eran los llamados
inquisidores de Nuevos Caciques.
Viajaba
mucho por el entorno y aunque estuviera a miles de kilómetros siempre cenaba en
casa con los papás, hermanos y correspondientes. ¡¡Ella era así!!
En uno de
esos viajes relámpagos conoció a un chico tímido, callado, humilde de los
humildes, apocado entre los apocados, servil entre los serviles, que trabajaba
en uno de los prados de la empresa de Pitiminí como distribuidor de moñigas.
Enseguida se enamoraron, enseguida hicieron del tálamo un lugar asiduo,
enseguida le dijo ella a él sin previo aviso: ¡¡Nos casamos!! ¡¡Mañana te
presento a mis padres, hermanos y correspondientes!! ¡¡Voy a ser la envidia de
los envidiosos de todo el lugar!!
Y así es
como entró en la familia Apocado de Recato, que así se llamaba la criatura.
El padre lo
abrazó hasta apretarle la yugular y la madre lo besó escuetamente en las
corvas. Los cuñados y sus correspondientes ni se levantaron de la silla al
conocer la procedencia y ejercicio laboral del futuro de la melindrosa
Pitiminí.
Apocado
nació en familia de alta alcurnia aunque se peleó con toda ella, no con su dinero,
cuando se hizo jipi. Los padres lo desheredaron y solo le pasaban una modesta
pensión de seis millones de las de antes.
Apocado
vivió en comuna varios años en la que estaba prohibida el vestir. Desnudos para
arriba, algunas veces, y para abajo, las demás, hacían comunidad siendo comunes
y ordinarios.
Su sueño
jipi se acabó cuando un día sentado en el prado una lombriz de una moñiga se le
introdujo por el ojo vago y le causó descomposición del húmero. Fue ingresado
en una casa de socorro y después de perturbados hasta que hace cinco años lo
licenciaron como: ¡¡Sin solución!!
La boda
paralizó todo el lugar que cerraron en señal de protesta y hasta el cura
pidió auxilio al país vecino. Ella ocupó
toda la calle con vestido blanco satén y su larga cola de 26 metros que
necesitó seis motoristas que paraban el tráfico en 18 kilómetros a la redonda.
El bueno de
Apocado pasó a desempeñar el privilegio que le otorgó su recién estrenado
suegro de "recogecola" de la Familia puesto que le viene como anillo al dedo por
su débil carácter y sonrisa de perro pachón o perdiguero.
La fiesta se
celebró en la finca donde viven los jipis en su desnudez y que pertenece a la
sociedad de osas en celo y que D. Celso de Perrachica consiguió alquilar
mediante generosos estipendios al teniente aguador.
En un
generoso montículo que fue desnudado de jipis y osas en celo, a los que
metieron en unas celdas cerradas en canto, pusieron las más de 3800 mesas y
sillas para los invitados que superaban ampliamente la docena.
En la mesa
principal se hallaba la reluciente novia, Pitiminí de Perrachica, sus padres,
los hermanos y correspondientes, prohombres y mujeres del postín como el
inefable Melitón que había traído al fotografo de sociedad y que le entregó una
de sus afamadas tarjetas: Delegado Principal de la Trucha de Escandinava.
En las demás
mesas se entrelazaban los familiares, amigos de los padres y hermanos con sus
correspondientes, altos cargos de bajo sueldos, bajas dignidades de facturas
altas, los señores de “Gastadores del ahorro de los demás” y hasta un
representante egregio: Ngbon Makakele, rey de la tribu de al lado. También
estuvo presente el presidente de la comunidad jipi, Jimmy Fuchinga Floja que
ostentaba la dignidad de mamporrero de la abeja reina.
Y justo al
lado de la orquesta “Los Sabañones”, se sentaba el "recogecolas" que comía lo que
podía porque no era de dejar sobras.
Cuando todo
terminó empezó el baile de honor donde Pitiminí y su grácil figurita danzó con
el oso estepario que había conocido en uno de sus escapadas y era el que mejor
le daba “los viajes”. Su nombre siempre lo recordaba con anhelo pese al ahínco:
Dimitri Empujanov.
Mientras
Apocado, que recién casado estaba, se comía un muslo de las gambas mientras
pensaba en lo alto de la cascada: ¡¡Quién me ha visto y quién me ve!! He sido
niño rico, desheredado jipi, acaparador de moñigas y ahora esposo y recogecola
de Pitiminí de Perrachica y de su
acaudalada familia. ¡¡Podría ser peor!! Como tener que recoger la “susodicha” a
Dimitri Empujanov.
Mientras
hacían la foto de Familia de este ágape social donde la novia aparecía y el
recogecola seguía con su tostá que paté de herrambre no se come todos los días.
Sí, Pitiminí
de Perrachica se casó y todo salió en “EGOS DE SOCIEDAD”.
Jesús
Rodríguez Arias
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