Hijo del
virtuoso deglutador de moscas confitadas, D. Egregio que siempre fue un padre
recto que se limpiaba el mismo con especial donosura, Augusta, su madre, se
llamaba Modesta aunque el nombre no le hacía la condición.
Sólo tuvo un
hermano mayor que fue destinado a corrales cuando ingresó en el laboratorio de
líquidos varios y que se llamaba Siervo.
Los Señores
de Modoncio de Altibajos disfrutaban de las rentas de los otros no obstante
eran propietarios de la famosa tienda de dentaduras usadas “La mordida no es
para siempre”.
Constancio
siempre fue el ojito de derecho de D. Melindroso, el dueño de la casquería de
al lado, y se ofreció a pagarles los estudios en los mejores colegios de la
zona aunque en verdad solo habían dos: “El Real Instituto del Libre Pensamiento
en boca cerrada no entran moscas” y el
prestigioso colegio de siempre. Fue este último el escogido por los padres de
Constancio para que se educara en letras nobles y pagos asegurados.
Creció
pronto y maduró algo más tarde. Antes de que se comprara esa chaqueta color pitiminí que siempre le había gustado pues era mucho del glamur, D. Egregio ya
le tenía preparada una colocación a su vástago: Inspector de la archiconocida
empresa: “Enchufes Sub-Acuáticos”. Su labor era verificar que los plomos
saltaban cada vez que alguien querían conectar la radio del coche mientras se estaban ahogando.
Era muy
recto en su trabajo y aunque eso le trajo más de un dolor de muelas fue muy
reconocido entre los jefazos de la multinacional “La Local”.
Pizpireto
como el solo todos los días llegaba a la hora en punto de cerrar la oficina con
su pantalón hecho a la medida del sastre, esa camisas que solo se veían en la
capital de los osos pardos y las chaquetas con colores diferentes al grisáceo
que usaban todos.
Pelo
engominado que sostenían sus rizos nulos más allá de las sienes, ese reloj de
importación “maden in aquí”, ese anillo de oro puro con piedra
roja que hace que el dedo meñique quedara lángido del esfuerzo, esa donosura en
el trato, esa sonrisa incipiente, esos chascarrillos que tienen a todos hasta
la alfombrilla del retrovisor, esa desconfianza enfermiza, ha hecho que su
reputación haya salido a flote pese a los envidiosos que le han rodeado
siempre.
Pronto fue
ascendido a Contable Primero y Responsable del Servicio después. Era el primero
que llegaba y también se iba pues poco a poco gracias a su rebuscada y parca
oratoria, su grácil figura y sobre todo su incipiente amistad con Don Melitón
al cual había conocido en la gala benéfica a favor de la higiene de las caries
de las piedras.
Don Melitón, que en esos momentos ejercía la alta responsabilidad de subdelegado de los
pacifistas insurrectos, le había presentado una dulce muchachita que ya no
cumplía la mitad del siglo pasado a Constancio. Ella, de buena familia, y él de
baja almohada.
Aprovechando
un sarao social de los que tanto le gusta a Don Melitón y que poco a poco se
iba integrando el amigo Constancio Modoncio le fue presentada la dulce señorita
Laca de Rubio Metralcrilato que es hija
de D. Recato Anular Torcido.
Don Recato
es dueño de la mayor multinacional que hay en ese lugar pues se dedica a probar
todos los colchones que se precien mediante compra garantizada.
Famoso se
hizo el eslogan: “Si duermes un montón no es culpa del colchón”.
A Laca se le
cayó el “modoncio” cuando conoció a Constancio con su sonrisa de
“metracrilato”.
Don Melitón
le hizo llegar una tarjeta a la Señorita
Laca que en ese momento hablaba consigo misma: Don Melitón, Gerente del
Gerente. “Estimada damisela, me gustaría presentarle al amor de sus
entretelas”.
Tal misiva
causó el efecto oportuno y cuando se acercaron a la dulce Laca los recibió con
una penetrante mirada en la bandeja de morro de cencerro que pasaba justamente
por su lado.
Enseguida se
enamoraron y ese mismo día ella le pidió a Constancio que hablara con su padre
para poner hora y fecha a la compra del colchón donde pasar sus horas muertas.
Cuando se
formalizó la relación se anunció una gran gala donde los padres de Constancio
le pedirán la mano a los de Laca mediante giro desgravable.
La boda fue
sonada pues se celebró los jardines que hay junto al local de ensayos de la
banda de música de San Hemisferio.
Constancio,
de blanco platino y corbata ajustada al revés, y Lacra con impoluto traje
moteado por cagadas de avispas.
Para el
baile vino expresamente del mar de allá el famoso dúo: Nevera y Frigorífico que
hicieron las delicias de polos y helados. En sus voces sonaron la famosa
cantinela que ha dado la vuelta al globo de feria: ¡Congélame otra vez!
El primer
regalo oficial se lo hizo su suegro D. Recato cuando en medio de todos y con
los fotógrafos de sociedad quemando cámara anunció que desde ese mismo momento
sería el marido de Laca y por tanto adjunto a la dirección del palacio paterno,
que así llamaban a la cabaña que hay en el lago de los loros, donde pasarían
los recien casados sus primeros mil
días.
Constancio,
muy emocionado él, hizo uso de la retórica que le caracteriza y cogiendo el
micrófono sorprendió a todos con hermosas palabras: ¿Quién paga esto?
Recato miró
a su amigo y hermano Don Rupestre y le dijo en la intimidad del omoplato: “Don
Constancio y Don Melitón no valen ni un simple jergón”.
El novio con
cara de alelado y la novia con cara de perros ni se miraban mientras todos
salían como si tal cosa en “EGOS DE SOCIEDAD”.
Jesús
Rodríguez Arias
No hay comentarios:
Publicar un comentario